1
Sostenía entre mis brazos a Emma; había sido una mañana difícil. Estaba desayunando en una cafetería, pensando que había ganado la batalla por un café. Las monedas resonaban una por una en la pequeña mesa frente a mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me forcé a no llorar, porque de nada valía. Suspiré notoriamente y cerré los ojos. Cuando los abrí, me encontré con la gerente cruzada de brazos, mirándome con desagrado.
"¿Hasta qué hora se va a quedar, señorita?" preguntó con desdén.
"Yo pagué por este café," comenté, dejando que las monedas fueran arrastradas por el dorso de mi mano.
"¿A usted le parece bien invadir este espacio familiar con su… olor?" preguntó, acercándose a mí.
"Yo no tengo olor ¿por qué me dice eso?" pregunté, mientras me olfateaba disimuladamente. Tenía razón, pero no pude evitarlo.
"Márchese," comentó, mientras terminaba de verter el café en el vaso y lo arrojaba al basurero.
Salí con Emma en el cochecito, sintiéndome triste y un poco desorientada por la actitud de algunas personas. No tenía otra opción más que seguir adelante. Mientras avanzaba con el cochecito, me colgué un cartel en el pecho pidiendo ayuda y buscando trabajo. Me había quedado en la calle a los 19 años y no tenía a nadie más que a mi madre. Sin embargo, al enterarse de mi embarazo, me echó. Desde entonces, no había vuelto a la escuela, pero me costó tanto que tuve que pedirle a la madre de una compañera que cuidara a Emma.
"Claudia va a encontrar un nuevo trabajo. Ya verás," le prometí a Emma mientras avanzábamos por la ciudad. Me acomodé el cabello y me miré en un espejo. No tenía más ropa que la que llevaba puesta, ya que había tenido que vender la mayoría de mis cosas para comprar leche para Emma. Solo tenía dos mudas de ropa.
Mejor, así no tenía que cargar con tantos bolsos en mi espalda. Mis ojos vagaban libremente de un lado a otro, sintiéndome incómoda en parte. Sin embargo, ya estaba acostumbrada a que las personas me miraran de manera desagradable, que sus ojos se fijaran en mi ropa, en mi vestimenta y en mi peinado. Al parecer, algunos podían llegar a olfatearme, algo que no sabía y ahora me daba un poco de vergüenza acercarme a las personas. Pero en realidad, no era así. Suspiré nuevamente, resoplando mientras me encontraba frente a las personas.
Estaba en una esquina donde la mayoría del tiempo nadie me echaba. Me gustaba estar ahí, pensando que a veces alguna persona nos daba ayuda para mi hija. Aunque yo buscara trabajo, no me gustaba que me ayudaran, pero si era para Emma, obviamente lo aceptaría. Una señora de aspecto amable se acercó a mí, no me miró con una mueca ni se cubrió la nariz, sino que tenía una sonrisa en su rostro. Con curiosidad, me miraba a mí.