Emely.
Después de finalizar la audición, me reuní con las demás aspirantes en la sala de espera. Yo fui la penúltima; solo faltaba una chica antes de que anunciaran los resultados. La tensión en el aire era palpable, cargada de silencios incómodos y miradas furtivas.
De pronto, una mujer impecablemente vestida, con el traje sastre de secretaria y una expresión impasible, se acercó a nuestro grupo. Revisó la planilla que sostenía en su mano y nos escaneó a todas.
—Emely Baker —dijo mi nombre con un tono que me hizo tensar.
—Yo —di un paso al frente, sintiendo al instante los murmullos y los ojos acusadores de las otras chicas sobre mí.
Ella me midió de arriba abajo. —Ven conmigo.
Caminé detrás de ella, sintiéndome confundida y desconfiada. ¿Por qué me llevaban a otra parte de la empresa sin dar resultados? La ascensión fue rápida, hasta el último piso: el piso ejecutivo, la cúspide del poder. No entendía qué hacía yo en ese lugar.
La mujer golpeó dos veces una puerta de madera oscura y, al escuchar un lacónico "Adelante", me dedicó una mirada fría y un asentimiento mudo que me obligaba a entrar.
Respiré hondo, preparándome para lo que fuera. —Con permiso.
La puerta se cerró detrás de mí. Me congelé. Frente a mí, detrás de un escritorio imponente, había tres hombres que parecían haber sido esculpidos por un artista griego. Tres dioses modernos.
—Qué placer verla, señorita Baker —dijo el que parecía más accesible y sonriente, rompiendo el silencio. —Debe preguntarse por qué está aquí. Pero antes, por favor, tome asiento. —Señaló una silla de cuero frente a ellos.
Me senté, quedando frente al hombre de mirada calculadora, con el adorable a mi derecha y el misterioso y frío a mi izquierda. —Sí, la verdad es que me lo pregunto.
—Antes de ir al grano, nos presentaremos —El chico "adorable" me dedicó una sonrisa tan encantadora que tuve que hacer un esfuerzo consciente para no ruborizarme—. Mi nombre es Darren Morrison, soy fotógrafo y jefe de edición. Él es nuestro hermano mayor, Dean Morrison, presidente de la compañía —señaló al hombre más atractivo y calculador—. Y él es mi mellizo, Dennis Morrison, vicepresidente de la compañía —me señaló al hombre misterioso, cuya frialdad era casi palpable.
—Es un gusto. Yo soy... —continué—, bueno, creo que esa parte ya la saben.
Asintieron al mismo tiempo.
—Bien, señorita Baker, seremos totalmente directos con usted —dijo Dean, con una voz que exigía atención—. Hemos estado buscándola durante más de un mes. Tuvimos dificultades para rastrearla, y por eso hicimos públicas las audiciones: para atraerla.
—Sigo sin entender —dije, cautelosa—. ¿Por qué me buscarían?
—Hace un mes, conoció a una señora mientras trabajaba como vendedora en una boutique —intervino Dennis, el misterioso, su voz baja y uniforme—. Al parecer, esa mujer quedó muy complacida y cautivada por su persona.
—Esa señora es nuestra madre, Erika Morrison —explicó Darren—. Nos habló con euforia de una chica que fue amable, que no la juzgó al saber que tiene dos esposos.
Abrí los ojos, recordando a la amable y sofisticada Erika. —Oh, ya recuerdo. —Sonreí—. ¿Y qué tiene que ver eso con que yo esté aquí y la audición?
—Por la manera en que nuestra madre la describió, notamos que usted la hizo genuinamente feliz —dijo Dean—. La buscamos para hacerle una propuesta que, estoy seguro, no podrá rechazar.
—Queremos que sea nuestra prometida falsa —La declaración de Dennis fue tan directa que por poco me atraganto con mi propia saliva.
Antes de que pudiera reaccionar, Darren intervino, hablando rápido para suavizar el golpe. —Es una propuesta de mutuo beneficio. Usted será nuestra prometida y, a cambio, obtendrá un contrato exclusivo en nuestra empresa como modelo.
Los miré fijamente, procesando la información. Si aceptaba ser su prometida falsa, me convertiría en modelo de una agencia de marketing de primer nivel. Tendría empleo fijo, visibilidad en múltiples campañas, y un aumento de seguidores que catapultaría mi nombre en el mundo del espectáculo.
Podría ser mi pase de entrada a la farándula.
—Acepto. Pero solo si soy modelo exclusiva de la empresa —confirmé, sin dudar.
—Muy bien —Dean asintió. Luego me acercó un documento grueso con el membrete de la empresa—. Léalo.
Obedecí. Era un contrato detallado con varias cláusulas. El acuerdo estipulaba seis meses de noviazgo y un año de matrimonio simulado. Después, nos separaríamos, y ellos se encargarían de asegurar que mi carrera como modelo fuera conocida en otros círculos.
—¿Alguna pregunta o duda? —preguntó Dennis, manteniendo su expresión de hielo.
—No, todo está claro —los miré—. Pero hay una parte sobre la confidencialidad que me preocupa. Dice que no puedo revelar a nadie que esta relación no es real.
Ellos asintieron. —Nadie. Eso aplica para todos.
Suspiré, sintiéndome incómoda. —Hay una razón por la que les costó encontrarme: fui despedida y mis mejores amigos me acogieron en su casa. Son las únicas personas en las que confío. No puedo llegar a casa y decirles: "Chicos, tengo tres prometidos totales desconocidos". Simplemente no puedo.
Darren soltó una risa nerviosa. Dennis respiró hondo, cediendo ante la lógica.
—Bien. Podrá decírselo a sus dos amigos, pero ellos deberán firmar un acuerdo de confidencialidad estricto —sentenció Dennis, inflexión alguna.
Asentí con alivio. —Lo harán. No se preocupen por eso.
Me concentré en firmar el contrato, sintiendo el peso de mi futuro en la punta de mi bolígrafo. Todo por mi futuro.
—Muy bien. Se mudará a nuestro penthouse en unos días. Y mañana la quiero aquí para grabar el comercial que tenemos pendiente —dijo Dean.
—¿Mudanza a su casa? ¿Tan pronto? —Mi voz se alzó con genuina alarma.
—Es lo mejor, señorita Baker. Necesitamos que esté preparada para conocer a nuestros padres, y convivir le ayudará a asimilar y actuar esta farsa sin sentirse incómoda —respondió Dennis, su mirada fría era un desafío.
Me armé de valor, sonriendo intencionalmente. —¿Y ustedes no estarán incómodos? Que sean tres hombres no significa que me vayan a intimidar fácilmente.
Vi un atisbo de desconcierto en sus rostros.
—De verdad, gracias por la oportunidad. Si no hay nada más, me retiro para ir a organizar mis cosas.
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Respiré hondo antes de abrir la puerta. Mis amigos me esperaban con una mezcla de ansiedad y esperanza. Abrí con mi mejor sonrisa. Henry y Ángel estaban en el sofá, sus miradas clavadas en mí.
—Bienvenida, hermosa princesa —Henry se levantó para darme un abrazo protector—. Cuéntanos, ¿qué tal te fue? ¿Aprobaste? ¿Te dieron la oportunidad?
Ángel se acercó para sujetar a su novio, exasperado. —Cariño, calma. Si sigues así, la cabeza de Emily va a explotar. —Me guiñó un ojo—. Ahora sí, Emily, cuéntanos cómo te fue.
Mis nervios regresaron con fuerza. ¿Cómo les diría que mi pase a la fama era ser la prometida falsa de tres dioses griegos?
—Se puede decir que conseguí el trabajo —Sus ojos se abrieron y se abrazaron para celebrar—. Pero... —Se detuvieron de golpe y me miraron con recelo—. También me propusieron algo más.
Henry tomó mi mano y me sentó en el medio del sofá. —Explícate.
—Bien, seré breve y empezaré desde el principio. Hace un mes, conocí a una clienta en la boutique. Le caí muy bien. Resulta que es la madre de los dueños de esa agencia de publicidad... —Los miré antes de continuar—. Esos hombres me estuvieron buscando por un mes, y la audición fue una trampa para encontrarme. Quieren que sea su prometida falsa, y a cambio me darán trabajo en todos sus comerciales.
Las expresiones de mis amigos eran ilegibles: ¿rabia, decepción, tristeza?
—Entonces, no te eligieron por tu talento... —Henry habló con profunda desilusión.
Negué, aferrándome a la única perspectiva positiva. —Pero véanlo por el lado bueno. Podré comenzar mi carrera y obtener experiencia. Si todo sale bien, conseguiré más trabajos con otras marcas. Podré pagar mis clases de baile y canto, mi curso de modelaje...
—Tienes razón, Rubiesita —Ángel acarició mi cabello—. Es mejor que nada. Te apoyo, sabes que siempre lo haré.
Sonreí, mirando a Henry, quien aún estaba cabizbajo.
—Yo también lo haré —me abrazó fuerte—. Puede que todo esto termine siendo la catapulta que necesitas para tu sueño.
—Gracias, chicos. Esto significa muchísimo. —Me separé del abrazo—. Pero todo esto es estrictamente confidencial. Ellos no confían en que yo no hable. Tienen que firmar esto. —Saqué el contrato de confidencialidad de mi mochila.
—¡Hombres! —dijo Ángel, negando con la cabeza, pero firmó el documento después de leerlo.
Henry hizo lo mismo, con una mueca de resignación.
—Y hay otra cosa... En unos días, empezaré a vivir con ellos.
—¡¿QUÉ?! —exclamaron al unísono.
—Parece que están muy desesperados. No me dieron los detalles, pero tengo que ir mañana a grabar un comercial y, probablemente, hablar de los detalles de la mudanza.
—Es totalmente inesperado. Debes tener mucho cuidado con esos hombres —me advirtió Ángel—. Si intentan sobrepasarse, ya sabes: una buena patada en las bolas los hará caer.
—Lo sé, me has enseñado muy bien —reí.
—Y dime... ¿Son tan apuestos como dicen las noticias? —Henry me miró con una curiosidad que intentaba disimular con su mal humor fingido—. Dicen que los hermanos Morrison son unas bellezas.
—¡Henry! —gritó Ángel, celoso.
Me mordí el labio para contener la risa. —Apuestos es poco. Son unos completos dioses griegos. El mayor se parece a Henry Cavill, ¡un superdios! Y sus hermanos mellizos no se quedan atrás.
—¡Joder, ahora quiero conocerlos! —exclamó Ángel. —Soy gay y fan de ese actor. Si ese hombre se parece a mi actor favorito, ¡están más que aprobados!
—¡Ángel! —Ahora el celoso era Henry de verdad.
Escapé antes de que se enfrascaran en su habitual juego de besos celosos. Me dirigí a mi habitación para empacar lo poco que poseía. Mi camino a la fama, aunque pavimentado con una mentira, acababa de comenzar. Estaba emocionada, ansiosa y aterrada por lo que me esperaba.