La cortina de humo de cigarrillo condensaba el ambiente, volviendo el aire casi imposible de respirar.
Caminando con dificultad, Kallias esquivó a los hombres dormidos medio inconscientes en el frío suelo debido a sobredosis de drogas.
Doblando al final de un pasillo comenzó a adentrarse cada vez más en la boca del lobo, siguiendo un camino invisible que permanecía grabado con tinta de sangre en su mente.
Las luces rojas de neón iluminaban tenuemente sus pasos, mientras las mujerzuelas medio desnudas atendiendo clientes o a la espera de uno lo seguían con miradas intrepidas y seductoras.
Pero Kallias no cedía a sus deseos o encantos, siguió avanzando con la mirada oscura fijada en el hombre al final del lugar.
Su trono era un sillón viejo y andrajoso, no portaba ninguna corona visible, sin embargo, frente a él se encontraba el rey del submundo.
Kallias se aproximó a él, quedando a una distancia razonable.
El Oso le obsequió una sonrisa de dientes de oro al tiempo que reclinaba su cabeza hacia atrás en una posición relajada.
—Hola Kallias, mis informantes me dicen que cumpliste a la perfección con tu parte del trabajo—ronroneó el hombre.
Claro y conciso, sin rodeos o vueltas extrañas. Oso aseguraba ser un hombre de negocios, y como tal, no disfrutaba perder el tiempo con absurdos juegos mentales.
—Tal como te aseguré que sería—respondió con la barbilla firme.
Aquella respuesta pareció caer en gracia del rey del caos, quien aumentó el tamaño de su sonrisa.
—Lamento la duda inicial, pero estoy acostumbrado a los errores en novatos—respondió el hombre manteniendo su media sonrisa—¡Fuego!.
Al instante su orden fue respondida por una hermosa mujer vistiendo poca ropa, quien se inclinó sobre él, dejando sus voluptuosos pecho a la altura de sus ojos, mientras depositaba un cigarro entre los labios del hombre y lo encendía segundos después.
—Yo no soy como los demás. Para mí no existen los errores—respondió con frialdad Kallias siguiendo el meneo de caderas de la hermosa mujer de regreso a su lugar.
El hombre sentado en el trono entornó sus ojos mientras lo escrutaba de pies a cabeza, meditando algo en su retorcida mente criminal.
—¿Qué deseas?—ronroneó el rey del infierno.
Kallias podría haber suspirado de alivio, pero tragó cualquier atisbo de sentimientos.
Había trabajado duro para llegar al lugar donde se encontraba en aquel momento y no lo pensaba echar a perder.
—Quiero poder, dinero, mujeres… deseo tener el mundo a mis pies—escupió Kallias sin atisbo de humor.
Oso sonrió y las personas a su alrededor, quienes conformaban aquella corte de pesadillas, rieron ante su deseo.
Algo en el frío corazón de Kallias se rompió y estrujó con fuerza, sin embargo esto fue solo hasta que atestiguó con sus propios ojos como el hombre en el trono elevaba una mano para callar a toda su corte.
—Tienes agallas y ambición muchacho… creo que podrías unirte a mi—hablo el rey, inclinándose levemente hacia adelante.
Kallias trago duro, aquello era precisamente lo que él quería, sin embargo las palabras no dichas por el hombre lo incomodaron.
—¿Que debo hacer?—responeió el chico de cabello y ojos negros, capaces de absorber la poca luz presente.
Oso sonrió, mientras reposaba su mentón sobre un puño cerrado, al mismo tiempo que le obsequiaba con una sonrisa lupina.
—Eres muy perceptivo… eso me agrada—ronroneó el hombre con sonrisa de oro—Quiero algo muy simple y a la vez difícil.
Kallias enderezó su columna, al punto de llegar a dolerle, mientras observaba al rey con una mirada fija penetrante, preparándose para las palabras de aquel hombre hecho de maldad y perversión.
—¿Y qué sería eso?—dijo con fingida firmeza el muchacho.
El rey sonrió y lo observó como un gato con un ratón en sus fauces.
—Quiero que me demuestres verdadera lealtad hacia mí—ronroneó Oso.
—¿Que debo hacer?—volvió a repetir el muchacho de cabello y ojos negros, como una invocación de la perpetua noche.
El hombre con sonrisa de oro no supo en ese momento que acababa de unir a sus infernales filas al demonio más fiel y leal que tendría, capaz de traer el verdadero infierno a los que no lograrán caer en gracia del rey.
Sin embargo, para que todo esto llegase a ocurrir, Kallias debía perder primero la poca humanidad que aún conservaba.