Roma, Italia.
Viernes 02 de febrero, 2017.
Capítulo 1.
Pierce Seymour.
La última clase de la semana fue un poco más pesada de lo normal, porque tenía en la cabeza demasiado cargada con reuniones, citas del trabajo, tengo programadas demasiadas reuniones con mis pacientes. Normalmente atiendo desde las doces y media de la tarde hasta las nueve de la noche, pero hoy he tenido que permitirme atender hasta las diez de la noche. Porque empezaré a atender desde las tres y media.
Pero no me arrepiento sobre todo por la última de las personas con las que tengo cita. Sé que debe haberle costado demasiado a Gino, convencerla. Pero se lo agradezco, porque así podré confirmar lo que creo o equivocarme y saber más de ella. Sé dos cosas en el poco tiempo que hablamos, le huye a las relaciones que comprenden hablar y le gusta la música clásica.
Camino por los pasillos de la universidad para la que trabajo, despidiéndome de los estudiantes que aún quedan alrededor. Al salir de las instalaciones de la institución, pasando dos autos del mío están Gino y su particular hermanita, lleva audífonos así que supongo que está escuchando música, intento pasar sin que me vean pero no logro hacerlo.
Gino se coloca enfrente de mí. Saludándome con la mano y una sonrisa en su rostro...
–Buenas tardes, Pierce... –dice él, asiento.
–Buenas tardes, igualmente. ¿Cómo están? –giro mi vista a la parte trasera del auto, donde está ella. Ni siquiera me mira, sigue en sus cosas.
–Lo lamento, ella es así. No suele relacionarse mucho, por eso creo que le vendría bien charlar contigo... –comenta mirando a su hermana.
–Su diferencia de edad es grande, ¿verdad? –pregunto.
–Como ya sabrás yo tengo veintiocho años y soy prácticamente nuevo a aquí, así que nuestra diferencia de edad es de... –lo interrumpo.
–Tienen una diferencia de seis años.
–Así es, pero ella se cree la mayor muchas veces –la chica nos mira, fulminando a su hermano con la mirada, sonrío.
–Pierce, necesito hacerte una pregunta tendré que salir con mi hermana en la tarde y posiblemente no lleguemos hasta el domingo. ¿Podrían reunirse hoy más temprano? –su pregunta me toma desprevenido.
– ¿A qué te refieres?
–En verdad lamento interferir con tú horario, pero no es posible, espero que la cita siga en pie hasta el domingo por la tarde... –comenta él con un deje de vergüenza en su voz.
– ¿A qué hora se van? –pregunto mirando a Chiara, quien a pesar de estar concentrada en su mundo está pendiente de mi conversación con su hermano –si no se van antes de las tres, creo que puedo atender a Chiara en cuarenta y cinco minutos. Gino mira el reloj en su muñeca.
–Son la una y media, ¿cuánto crees que vayas a demorarte? –me encojo de hombros.
–Depende cuanto colabore tú hermana, Gino. Muchas de mis reuniones con mis pacientes suelen ser breves pero puedo sacar la información que necesito.
– ¿Crees que antes de las tres y media mi hermana podrá irse? –asiento.
–Eso es lo más probable...
–Muchas gracias, Pierce –dice él, tomando una de mis manos –En verdad me estás ayudando mucho, hay momentos en las que se vuelve insoportable o violenta.
–Está bien, no hay nada que agradecer, es parte de mi trabajo –sonrío. Miro hacia el auto nuevamente, pero está vez puedo ves lo ojos de Chiara directamente, son preciosos, pero están apagados y se ven rojos –, ¿consume drogas? –esa pregunta sale de mis labios, sin pensarlo.
– ¿Cómo lo sabes? –pregunta su hermano.
–Sus ojos, deberían simplemente ser acaramelados, pero están rojos alrededor –explico, sé que ella me escucha porque ha volteado su rostro –. ¿Lo sabías ya? –él niega.
–No, pero tenía esa sospecha... Va terminar destruyéndose la vida.
–No, no lo hará. Llévala a mi casa en cuarenta minutos, estaré esperándolos –él asiento y entonces me marcho hacia mi auto.
¿Realmente solo es una adolescente rebelde? ¿O hay algo más que no sé?
Conduzco hacia mi casa, Monteverde, es una de las partes más tranquilas de Roma, para vivir. Mis padres vivieron aquí hasta que crecí, ahora yo vivo aquí, en mi casa propia claro está. Algunas veces suelo aburrirme cuando está casa es demasiado grande para mí solo. Pero se llena de alegría cuando mis pacientes más pequeños vienen aquí.
En casa suelo atender a niños de alrededor de seis a nueve años, mientras que a los adolescentes tengo mi consultorio privado, me gusta como la risa de los niños llena mi casa. Es cierto que no siempre ríen pero si no lo hacen para ello hay una parte de mi casa diseñada para que ellos jueguen, se supone que los niños son ángeles que no deberían sufrir, pero si algunos lo hacen, lo mejor es intentar que sus risas y alegrías sean mayor que su dolor.
Cite a Chiara en mi casa, porque creo que así se sentirá más segura y no tan expuesta a otras personas, además de que es completamente visible que no le gusta estar rodeada de muchas personas. Así mientras más tranquila y cómoda se encuentre mejor para mí y para ella.
Llego a casa, dejo mis cosas en mi habitación, me doy una ducha, me pongo ropa mucho más cómoda, pero decente porque recibiré a una paciente. Camino hasta el cuarto donde está mi consultorio para niños, quito un poco los juguetes que allí tengo y los llevo a la sección de juegos.
Me dirijo a la cocina y preparo un poco de juego de naranja, sin mucha azúcar. Sirvo dos vasos y guardo el resto en una jarra dentro de la nevera. Regreso a mi consultorio, dejo los vasos con jugo sobre la mesa. Inserto en uno de los reproductores de música un disco con la pieza musical “Für Elise” De Beethoven, si a Chiara le gusta la música clásica debe de gustarle esa pieza o al menos eso creo.
Estoy por abrir un documento para allí redactar lo que Chiara me cuente cuando el timbre de mi casa suena, avisándome que hay alguien fuera de este, esperando porque alguien salga y abra...
–Un momento, ya salgo... – llego hasta el portón de mi casa y allí junto a su hermano, está Chiara. Lleva puesto un vestido rosa bajo, sujetado con un cinturón fino de color dorado y zapatillos bajos.
–Buenas tardes, Pierce... – saluda Gino, nuevamente, mira a su hermana y niega con la cabeza –. Chiara, saluda – ella rueda los ojos y me mira.
–Buenas tardes – dice ella, pero sé no soy de su agrado.
–Pasen, por favor – me hago a un lado para dejarlos ingresar a mí casa. Una vez han ingresado a mi casa, me coloco frente a ellos – Gino, debes quedarte aquí. No sé cómo habrá sido en otro consultorio pero aquí, mis pacientes al menos los que ya son mayores de edad, pasan solos... – aclaro mientras él toma asiento en un sillón de la sala.
–Sí, está bien, ya lo ha hecho otras veces. Así que no habrá problema.
–Bien, entonces – dirijo mi mirada a Chiara –. Puedes pasar, por favor – señalo hacia el pasillo que conduce a mi consultorio. Ella se encoje de hombros, pero camina hacia donde le he indicado.
–Estará bien, Gino, no tienes por qué preocuparte – explico. Él curva sus labios en una sonrisa, que parece más una mueca.
–De acuerdo, solo no la presiones – asiento. Camino hacia mi consultorio, al entrar cierro la puerta detrás de mí. Rodeo a Chiara y tomo asiento frente a ella. No me mira, está analizando la habitación.
– ¿Te gusta? –pregunto, sonriéndole. Ella me mira y suspira.
–No tengo idea de que habla...
–La música – señalo el reproductor –, cuando nos conocimos escuchabas música clásica, creí que... – me interrumpe.
–Eso no significa que me guste cualquier música clásica, señor.
– ¿Entonces no te gusta? – ella lo piensa y luego asiente –. Pero acabas de decir... – respiro profundo, tengo paciencia pero ella sabe cómo acabar con ella.
–La música me gusta, sí, pero detesto el hecho de tener que escuchar con usted aquí – puntualiza ella sonriendo –. ¿Conforme?
–Siempre eres así con todos – ella asiente.
–Sí, la mayoría del tiempo. La única persona en este mundo que se merece que lo trate bien es Gino, nadie más. El mundo es una porquería. ¿Feliz?
– ¿Qué pasó para qué pensarás así?
–No creo que le interese – suspiro. Ella es realmente difícil.
– ¿No querías venir aquí? – ella asiente, mirando hacia un lado –. ¿Por qué no?
–No veo la diferencia entre venir aquí o ir a otro lugar, todos buscan lo mismo. Y yo no deseo que nadie me vea con lastima – manifiesta regresando la vista a enfrente.
–Chiara, ¿por qué te drogas? – cuestiono directamente, ella sonríe levemente y baja la cabeza. Se levanta y levanta un poco su pierna.
– ¿Ve eso? – señala un hematoma en su tobillo. Asiento –, ¿ve esto? – señala su muñeca izquierda, donde hay una pequeña cicatriz.
– ¿Qué eso?
–Esa la marca que le indica a todo el mundo que estoy rota y que ya no tengo ningún valor – parpadeo sin comprender –. ¿Cuál era su sueño cuándo era niño? – me hago hacia atrás contra el respaldo de mi silla.
–No lo recuerdo, pero siempre me gustó ayudar a los demás – abro mis brazos –. Así que, aquí me vez – ella sonríe con tristeza.
–Yo también tenía uno, pero me lo arrebataron. Sabe que dijo el médico. Él dijo: “ella no podrá volver a bailar, le queda prohibido patinar” – moja su labios –, con esas palabras termino de matarme
– ¿Te rendiste? – no responde –. No buscaste más ayuda...
–No había salida, estoy dañada. Tuve que abandonar lo que más quería.
– ¿Por eso te drogas? – me río y ella me mira sin comprender –, siempre hay otra salida, Chiara. Tienes a tú familia.
– ¿No lo sabe?
–Saber qué
–Gino y yo somos huérfanos – bajo el rostro –. No lo sabía, realmente me sorprende que esta vez mi hermano no le haya contado la pesadilla de su antigua vida a mi psicólogo. ¿Debería darle un premio? – hace su silla hacia adelante.
– ¿Te estás burlando de mí? – ella no dice nada –. Escucha, niña.
–Otra vez con lo mismo. Si yo soy una niña, ¿entonces debo llamarlo abuelo? ¿Qué edad tiene?
–Treinta y dos años, Chiara... – ella hace una mueca.
–Odio que me tutee con tanta facilidad – expresa ella – Apenas y lo conozco. No me trate de tú, por favor.
– ¿Ahora tienes modales? No hay razón para que te drogues, no existe realmente. Solo estás pasado por un...
– ¡Me violaron! – mis ojos se abren como platos –. No es un momento de rebeldía y no se pasara de la noche a la mañana.
– ¿Qué? ¿Por qué Gino no me dijo eso? – me remuevo incomodo en mi asiento. Ella ni siquiera levanta el rostro.
– ¿Cree que mi hermano está orgulloso de ello y se lo anda diciendo a cualquiera? Gino se culpa por ello, así que nunca se lo diría él mismo –comenta con la voz distorsionada.
–Lo lamento de verdad...
–No lo haga, eso no cambiará nada. Supongo que esto era lo que esperaba mi hermano, que le dijera esto.
–Qué quieres decir
–Sabía que iba terminar con mi paciencia y que yo terminaría voluntariamente diciéndoselo – se ríe –. Pero eso no cambia nada, usted no puede regresarme las alas que ese hombre me quito, nadie puede hacerlo.
–Chiara, ¿qué estás queriendo decir? – ella levanta la cabeza.
–Ríndase, dígale a mi hermano que no desea atenderme. Dígale que no soporta, como lo hacen otros. Diga lo que quiera, solo déjelo. Por favor – pide con la voz baja.
–No puedo hacerte lo que me pides – se levanta de manera brusca y yo también lo hago.
– ¡Por qué! Simplemente no lo haga, qué le importo yo. No es nadie – grita ella. Me aproximo hacia donde está.
«Se drogó. Hoy se drogó» – me recuerda mi subconsciente.
–Chiara, escúchame y responde. ¿Te drogaste? – la tomo de los hombros y la sacudo levemente –. ¡Chiara! Responde...
–Sí, me drogue y qué. ¿A quién le importa? – niego con la cabeza, ella pierde el equilibrio. Me apresuro a evitar que se golpee. Sosteniéndola en mis brazos y recibiendo yo el golpe. Ella respira pesadamente. Por lo que no me interesa el dolor punzante en mi cabeza o el de mi muñeca.
«Está teniendo una crisis» - repito en mi mente.
–Escúchame, Chiara. No quieres dormirte, no te duermas, ¿bien? – sé que obviamente no puede responder, levanto un poco su cuerpo, la tomo en brazo, la coloco en su silla y me arrodillo frente a ella –. ¡Hey! Niña...
–Chiara, respira conmigo – tomo su mano izquierda y la coloco a nivel de mi pecho – Respira como yo, ¿de acuerdo? – ella abre mejor los ojos y asiente con dificultad. Después de diez minutos su respiración comienza a nivelarse – Chiara, ¿puedes responderme? ¿Te sientes mejor?
–Sí, estoy bien... – respiro profundo –. ¿Por qué no llamó a mi hermano?
–Porque en ese momento mi prioridad eras tú, ¿esto suele pasar seguido? – ella asiente –, ¿cuándo?
–Cuando hablamos de mamá, cuando hablamos de él o simplemente cuando me siento sola.
– ¿Tomas medicamento? – asiente –. ¿Qué tomas?
–Lo que me recetan los médicos para que no les de problemas...
–Chiara...
–Somníferos y calmantes. Muchos, muchos calmantes – expone ella, rodando los ojos.
– ¿Los tomaste hoy, Chiara?
–Eres un hombre mi insistente – sonríe – Sí, los tome. Pero también...
–Lo sé, también te drogaste. ¿Nadie te ha enseñado que no debes hacer eso?
–Claro que sí, ¿puedo irme? Comienzas a ser bastante molesto – trata de ponerse de pie, pero sus piernas tambalean y tengo que volver a sostenerla –, ¿qué hace? ¡Suélteme! – golpea mi pecho, pero solo me causa risa – Si no me suelta, voy a denunciarlo por acoso.
–No puedo hacerlo. Te golpearás, Chiara – ella gruñe –. Vamos a descansar – me mira asustada –. No me mires así. Me refiero a ti, ¿qué me crees?
–Si no quiere que lo malinterprete, no diga ese tipo de cosas
–...