Capítulo Doce

1396 Words
—Señor McDonald's, ¿quieres jugar a la pelota? ⏤aparece Alex de la nada. ⏤Cariño, creo que Dylan tienes cosas que hacer… ⏤No, no te preocupes. Vamos, juguemos un rato. ⏤No tienes por qué… —respondo algo apenada. ⏤No es nada —nos dedica una sonrisa—. Vamos Alex, pero sólo un rato, porque me están esperando en mí casa. ⏤¡Está bien! —responde Alex lleno de energía y salimos al patio. Mientras ellos jugaban bajo la sombra, yo me quedé sentada en el escalón de la casa, sumida en mis pensamientos. Lo último que dijo Dylan fue como un balde de agua fría cayendo encima mío. Había olvidado completamente a la mujer y la niña de aquel restaurante de comida rápida. Y ahora que lo recordaba… un nudo se me formó en el estómago. ¿Cómo tenía la desfachatez de coquetear conmigo? ¿por qué los hombres eran así? No lo entendía. Por un momento apreté los puños con fuerza, con ganas de levantarme y echarlo de la casa. Pero mientras lo miraba jugar con Alex, con esa sonrisa tan genuina, el enojo comenzó a diluirse poco a poco, dejándome una mezcla rara de vergüenza y confusión. Tal vez él sólo estaba siendo amable… y yo era la que había dejado que sus gestos me revolvieran todo por dentro. De ahora en más iba a controlar mis emociones, para no crearme falsas expectativas ni malos entendidos en el futuro. Mi pequeño torbellino y Dylan jugaron unos quince minutos aproximadamente hasta que Alex se cansó y pidió algo de agua. Se los traje a ambos. ⏤Gracias mami. ⏤De nada cariño. Creo que ya debes descansar un poco, ¿sí? No deberías agitarte tanto. —Pero mami, yo quiero seguir jugando —hizo pucheritos, sus ojos brillaban tratando de convencerme, pero nada haría que cambie de opinión. —Es cierto, campeón deberías descansar —intervino Dylan antes de que yo dijera algo—. Además, ya debería irme; en la próxima jugaremos más, ¿está bien? —le dijo con una sonrisa. Y yo podría jurar que tal vez no habría una próxima vez. —¡Bueno! ¡Está bien! Me divertí mucho contigo —respondió Alex con entusiasmo. —Ha sido un día agradable, la pasé muy bien —dijo Dylan, dedicándonos una sonrisa. —¿Qué se dice por el regalo, cariño? —le susurré a Alex. —¡Gracias por el regalo, señor McDonald's! —De nada, campeón —soltó una risa—. Anabell, espero que mejore tu mano. Por cierto, eres excelente cocinera; me ha encantado la lasaña. ⏤Gracias. —De nada. Bueno, debo irme —miró el reloj en su muñeca—. Supongo que nos vemos en el trabajo. —Sí, gracias por venir —le dije mientras lo acompañaba hacia su auto. —Gracias a ti por dejarme quedarme… y por no envenenarme —bromeó con una sonrisa torcida. —Tal vez sólo tuviste suerte —le respondí. Él rió y bajó la mirada, como si se le escapara un pensamiento que no se atrevía a decir. Por un momento, sentí una punzada en el pecho, como si aquel sábado no fuera uno cualquiera… hasta que recordé la realidad. —Tienes razón —dijo con una sonrisa—. Bueno, nos vemos. Adiós —se subió a su auto y, antes de arrancar, se despidió de Alex con la mano. Lo vimos alejarse y sentí que algo se me apretaba en el pecho. Era ese tipo de vacío que te deja alguien luego de haber pasado un momento tan ameno. Estuvimos un rato más en el jardín hasta que el calor nos hizo volver dentro de la casa. Más tarde, solo vimos películas. Yo me dediqué a aplicarme la pomada varias veces; la quemadura ya no dolía y la piel rojiza había desaparecido. ⏤Mami, estoy muy aburrido. ⏤Umm... eso es un gran problema. ¿Y qué quieres hacer?. ⏤No sé ⏤Se encoge de hombros. ⏤Déjame pensar… Ya sabía que le iba a gustar, así que me levanté del cómodo sillón y fui a mi habitación. Abrí el armario y mis manos encontraron una caja de pinturas. Estaba cubierta por una fina capa de polvo, señal de que llevaba tiempo olvidada. Al abrirla, sin embargo, un estallido de color me recibió: el rojo, el azul y el amarillo parecían intactos, como si hubieran estado aguardando en silencio el momento de volver a usarse. Tomé varias hojas del escritorio y salí de la habitación con todo en brazos. —¿Qué haces, Mami? —preguntó Alex, asomando apenas la cabeza por la puerta, con curiosidad en los ojos. —Recojo algunas cosas para que juegues. Vamos —le sonreí, y juntos regresamos a la sala. Coloqué las pinturas y las hojas sobre la mesa de centro—. Ven, siéntate aquí —señalé el suelo, invitándolo a empezar la diversión. ⏤¿Vamos a pintar? —Sí. Dame tus manos. —¿Para qué? —frunció el ceño, desconfiado pero intrigado. —Sólo dámelas, cariño. Me entregó sus pequeñas manos y yo apliqué con cuidado un poco de pintura fresca. Alex dio un respingo. —¡Mami, está fría! —dijo con un estremecimiento, pero enseguida una sonrisa enorme le iluminó el rostro. —Lo sé, mi amor. Ahora pega tus manos en las hojas. Alex lo hizo sin pensarlo dos veces. El papel quedó marcado con la forma de sus manos y él soltó una carcajada. —¡Mira, Mami! Son mis manos. ¿Puedo hacer más? —Claro que sí, pequeño. Aquí tienes otros colores. Mientras él se divertía, escuché mi móvil sonar en la habitación. Me levanté para contestar, limpiándome un poco de pintura de los dedos. —¡Hola, mi vida! —gritó la voz de Lexi del otro lado, siempre tan llena de energía. —Hola, Lexi. ¿Qué tal? —En serio, a veces eres un poco seca, amiga. Te falta azúcar en la vida. —Lo siento… y no empieces —contesté sonriendo para mis adentros. —No te preocupes, igual te quiero. Y no te vas a librar de mí tan fácil. —¡Rayos! —dije, aunque ya sabía que era imposible llevarle la contraria. —Rayos nada. Por cierto, llamaba para decirte que preparen trajes de baño. Mañana vamos a la playa y no acepto un “no” como respuesta. Voy a pasar a buscarles a las diez. —¿Y si no me dan ganas de ir? —¿Acaso te pregunté? —dijo con ese tono suyo que no dejaba lugar a réplica—. Y prepárate el bikini más sexy que tengas, ¿entendido? Cuando regresé a la sala, Alex tenía la cara y hasta los codos manchados de pintura, riéndose a carcajadas. —¿Y si no quiero ir? —pregunté resignada, sabiendo que ya había perdido la batalla. —Pues te secuestro igual. Ya sabes que lo haría —dijo con risa maliciosa. —Supongo que no tengo muchas opciones. —Exacto. En ese momento, Alex se abalanzó sobre mí y me estampó las manos llenas de pintura en la cara. —¡Alex! —grité, con sorpresa y diversión mezcladas. ⏤¿Qué sucede ahí? ⏤pregunta Lexi. ⏤Nada, sólo que aquí este pequeño diablillo me ha embarrado la cara con pintura. Del otro lado de la línea, Lexi soltó una carcajada. —Parece que se están divirtiendo sin mí. Bueno, mañana a las diez, Bell. Que no se te olvide o verás a Lexi furiosa. —Ok, ok. Nos vemos —dije antes de colgar. Volví a mirar a mi pequeño cómplice. —¡Tú! Será mejor que corras si no quieres cosquillas —le advertí con una sonrisa traviesa. Alex salió corriendo por toda la casa, riendo a carcajadas, pero no pudo escapar de mí. —¡Te atrapé! —dije haciéndole cosquillas en el abdomen. —Mami, no… ¡me rindo! —dijo entre carcajadas, retorciéndose sin parar—. ¡Lo siento, Mami! —Está bien, cariño —reí con él, con el corazón ligero—. Ven, es hora de una ducha. Después de ducharnos, preparé una cena ligera. Más tarde, cuando la casa quedó en silencio, sentí el cansancio en cada músculo, pero también la promesa de un día lleno de risas esperándonos en la playa.
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