Jacob se sintió mal el resto del día. No podía creer lo que había pasado. En ese momento, tan crudo como era, se sintió tan confundido y atrapado —y, honestamente, excitado— que no le había parecido una calamidad; pensándolo bien, fue una catástrofe. Lo habían desnudado hasta quedar solo con un parche en el ojo frente a la mujer más sexy que conocía. Lo habían obligado a hacer saltos de tijera con un suspensorio que le quedaba mal y con una erección tremenda. Ella lo obligó a exponerse, como un niño pequeño en la enfermería. Y lo peor de todo, lo había obligado a hacerito contra su voluntad... ¿o sí? Nunca lo amenazó. Sonrió todo el tiempo. Era tan dulce y amable que no podía imaginar lo incómodo que se sentía. No podía querer humillarlo.
Pero se sentía humillado. ¿Cuánto notaba ella? ¿Cuánto veía? ¿Quería ver? ¿O simplemente era diferente, más evolucionada, más cómoda con el cuerpo humano? ¿Era simplemente una mejor persona?
Por supuesto que sí. Tenía que ser su problema.
Terminó la escuela. Fue al gimnasio y subió las escaleras hasta su oficina, arriba, con el corazón latiendo más rápido con cada paso. No estaba seguro de poder volver a mirarla a los ojos. Llegó a la puerta, respiró hondo y tocó la madera fina y barata.
—Pase —la oyó decir. Abrió. Ella se sentó en su escritorio, lo vio y le dedicó una sonrisa dulce. —Hola, Jake. Gracias por venir enseguida —dijo. Era como si nada malo hubiera pasado, como si nada terrible hubiera ocurrido hacía apenas unas horas en esa misma habitación. Se sintió un poco aliviado. Ella apartó el escritorio y se levantó. Caminó hacia la puerta y la cerró.
—Primero lo primero: aquí tienes tu suspensorio nuevo y a medida, modificado personalmente por mí —sonrió y le entregó una bolsita de plástico con la correa dentro. Él la tomó y se la puso en el regazo. Ella le dijo que volviera a bajar.
—Gracias —respondió. —¿Eso es todo?
Inhaló y apartó la mirada. —No... todo —respondió. Juntó las manos sobre el escritorio y adoptó una actitud seria. —Hay algo que creo que debemos discutir. Antes, siento que se cruzó la línea. La línea del comportamiento apropiado.
—Ah —dijo. Así que no estaba loco. La Sra. Bandy finalmente se había dado cuenta —a pesar de, estaba seguro, las mejores intenciones— de que pedirle que se desnudara hasta quedar en ropa interior frente a ella y se arrodillara junto a su entrepierna mientras él lucía una erección considerable era demasiado. —Sí, yo también lo creo.
Dejó caer los hombros y volvió a sonreír. —Qué bien, me alegra tanto que estés de acuerdo —suspiró. —Me he sentido fatal todo el día.
—¡Yo también! —exclamó. Quiso extender la mano y agarrarla, pero se contuvo. Se sintió mucho mejor.
—Quiero que sepas que no te culpo del todo, Jake —dijo, frunciendo los labios y las cejas, y negando con la cabeza—. No toda... erección... es lujuria.
Todo se fue al traste. —¿Q-qué? —respondió.
—Quiero decir, no creo que quisieras faltarme el respeto.
—¿Faltarte el respeto? ¿A mí? ¿Cómo?
—Jacob —dijo, bajando la mirada con incomodidad—, Era bastante obvio. Intenté disimularlo, pero me afectó mucho. Me temblaban las manos. Me sentí... quiero decir... violada.
No podía creer lo que estaba oyendo.
—No te hablo solo como tu maestra, sino como tu hermana en Cristo —explicó. —Puede que creas que las erecciones son involuntarias —mucha gente lo cree—, pero la Iglesia nos dice que no. Todo hombre tiene que tomar una decisión cuando está con una mujer. ¿La mirará con lujuria? ¿O la verá con respeto, como Dios la mira?
Él quedó estupefacto.
Ella continuó: —La lujuria es un deseseo s****l que deshonra al objeto de su deseo y no tiene respeto por Dios. Una erección es una manifestación de lujuria, Jacob. Me trataste... —pareció contener las lágrimas y luego exhaló—, como a un objeto.
Se quedó mirando al suelo.
—Créeme, ¡lo entiendo! Eres un hombre joven, apenas estás aprendiendo sobre tu cuerpo y lidiando con tus deseos. Por eso no estoy enojada —dijo con cariño—. De hecho, ¡solo quiero ayudarte! Ayudarte a controlar tus deseos, a actuar con intención, a resistir la tentación. A convertirte en el hombre bueno y recto que sé que serás —lo miró con una mirada radiante, llena de esperanza, y de repente se ensombreció—. Pero no puedo permitir que me falten al respeto, por eso estamos hablando, ¿de acuerdo? Como hija de Cristo, como mujer y como tu maestra, merezco tu respeto. Soy un sujeto, no un objeto. ¿Está claro?
Estaba totalmente sorprendido y asustado. —¡Sí, claro! ¡Te respeto! Yo... yo no... yo no... —No sabía por dónde empezar.
—Está bien, Jake, de verdad que sí —dijo ella al levantarse. Caminó detrás de él y le puso las manos en los hombros. —Esto es solo entre nosotros, ¿de acuerdo? No voy a decir nada. Solo quería que supieras que ese tipo de comportamiento es inaceptable, porque me valoro. Pero también quiero que sepas que no creo que seas una mala persona. Y quiero que sepas que quiero ayudarte, ¿de acuerdo?
Deseaba eso, de repente. Necesitaba ayuda. La deseaba. Sentía una lujuria poderosa, incluso ahora. —¿Cómo? —preguntó.
—Mira —dijo—, sé que los cuerpos de los adolescentes son un torbellino. Y sé que ciertas... situaciones pueden parecer sexuales, cuando en realidad no lo son. Como, por ejemplo, una prueba de ropa interior con una mujer tan cerca de ti, bueno, ahí abajo. Tu cuerpo puede... confundirse —Hizo una mueca y negó con la cabeza. Él se moría por dentro.
—¡Pero la mente es más fuerte que el cuerpo! De hecho, esa es la clave de todo mi plan de estudios para este año. ¡La educación física es en realidad educación mental! Tienes que enfocar tu mente, enfocarla en tus objetivos, ¡y tu cuerpo responderá! Es tan simple, pero mucha gente simplemente no lo entiende. Dios no nos habría creado estos cuerpos sin la capacidad de controlarlos, ¿verdad?
Él sabía que ella tenía razón. Había pecado. La había tratado como un objeto —una puta barata, arrodillada a escasos centímetros de su pene, acariciando su suave y firme trasero con los dedos, prácticamente diseñado para su gratificación s****l— en lugar de respetarla como una hermana en Cristo. —Lo siento mucho —dijo, mirándola con lágrimas en los ojos.
Ella sonrió, cerró los ojos y respiró suavemente. —Mira, recuerdo cómo era tener tu edad. De verdad que sí. Ser virgen a los dieciocho años no es fácil. Tú... eres virgen, ¿verdad? —Sintió un poco de malestar, pero logró asentir. —Jake, no te avergüences. ¡Es increíble! Y quizá por eso quiero estar ahí para ti. Alguien me guio en su momento, y por eso quería hablar. De hecho, para eso me hice maestra: para moldear mentes jóvenes, como otros hicieron conmigo, para hacerme fuerte, exitosa y feliz.
—Siento que ya hemos creado un vínculo aquí. ¡En el segundo día de clases! Me parece genial. Seremos buenos amigos —dijo mientras le daba palmaditas en los hombros. Luego se inclinó, acercando su rostro al suyo, y con expresión seria, dijo: —Pero este año te voy a poner a prueba. Voy a hacer que uses esto —le tocó la frente con el dedo— ... para aprovechar el potencial de tu cuerpo —le tocó el pecho—. Te tengo en la mira. ¿Lo entiendes? —Y entonces volvió a sonreír.
Él también. —Entendido —respondió. —Gracias... muchas gracias, Sra. Bandy.
—Bueno, vete a casa, Packert —le dio un ligero golpe en el brazo—. ¡Nos vemos mañana!
—Lo primero —dijo mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta. Se detuvo y se giró. —Dios, Dios la bendiga, Sra. Bandy —dijo. Ella reaccionó como si fuera un cachorro.
—¡Oh, qué dulce eres! Que Dios te bendiga también, Jake —dijo con sinceridad. Pareció negar con la cabeza con incredulidad y sonrió extrañamente al decir: —Que Dios te bendiga muchísimo.
Le pareció extraño, pero no sabía exactamente por qué, así que sonrió y saludó mientras abría la puerta y salía.