Comienzos desastrosos
¿Días malos? Tal vez ese día, mi primero en esa escuela, fue el peor día que tuve en mucho tiempo. No fue necesario que el vikingo soltara la lengua. Todos notaron mi plebedad con sólo ingresar en el aula. Es que claro, mi camiseta de una marca de shampoo no era precisamente un atuendo de Gucci ni mucho menos. Sabía que no era la única plebe de la escuela, probablemente había otros cinco o seis más, pero probablemente, estos se supieron camuflar, no como yo, con mi camiseta de Pantene, sudadera del junior y los tenis que compré en tres por treinta mil. Probablemente pensaron que yo era una atracadora o tal vez, que era m*****o de una pandilla inmunda, que en efecto era. Me hice m*****o exactamente un año después de mi primera pelea. Tenía incluso el tatuaje que lo corroboraba, el del ángel de cinco centímetros en mi tobillo.
Al ingresar al aula, después de dejar al vikingo atrás, quién me miró confundido, pero no cruzamos palabras, la coordinadora me llevó hasta el aula de clases, justo al fondo y el salón, era muy bonito, con aire acondicionado y sillas bonitas y limpias. Al entrar, noté que había unos veinticinco estudiantes más o menos, todos con rostros, cabello y uniformes impecables. Noté cómo me miraban, como si yo fuera una rata que mereciera ser aplastada. Tal vez a otra persona este hecho le habría afectado, pero a mí no. Al primero, sea hombre o mujer, que le escuche un comentario despectivo hacia mi persona, lo mando tres días a la clínica. Puedo ser todo, fea, plebe, puedo oler a detergente, comprar ropa en las pacas o vivir en un barrio invasión, pero nadie, nunca, me hará matoneo, porque tonta no soy.
Las primeras tres clases pasaron y me sentía aturdida por completo. No entendía nada de geografía, historia o filosofía. Sí tenía algún tipo de conocimiento acerca de estas “asignaturas”, lo planteo así porque desconocía la palabra, pero lo poco que sabía, lo sabía por los libros de Laura y a estas alturas, después de haberlos leído todos, estaba segura de que no había visto ninguno que hablase sobre la guerra civil en la república centroafricana, la leyenda del minotauro o la ubicación de Botsuana. Me iba pésimo, tal vez eso se debía a que, gracias a Claudia, me habían ubicado por edad en noveno y no en párvulo como debía estar por no haber cursado nunca la escuela. Aunque esto era bueno en parte porque si no me tocaría estudiar con niños que gatean, pero malo, porque no sabía nada y no quería reprobar en el primer año en que estudiaba.
Recuerdo un jueves, en que me encontraba en clase de matemáticas, la cual me costaba mucho y lo peor, es que me esforzaba, me esforzaba muchísimo, pero no lograba entender nada. Cuando el profesor escribió en el tablero “trinomio cuadrado perfecto”, y vi la formula, quise llorar y huir, pero no podía hacerlo, no con la amenaza de la coordinadora, quién siempre tenía los ojos puestos sobre mí, supongo esperaba lo peor, pero no, yo sí me esforzaba. Me acosté tarde desde el primer día, repasando todo lo que escribía en mis cuadernos porque quería dejar a un lado la ignorancia y brutalidad, pero al haberme acostado tan tarde ayer, a eso de las 3:35am, no pude evitar caer rendida en plena clase e incluso, soñaba que estaba en clase de matemáticas. Vaya chiste de mierda.
-¡De la cruz!-Gritó el profesor y al despertar de manera tan abrupta, todos rieron e hice una lista negra mental. A todos los tengo que agarrar solos, a todos les voy a pegar.
-¿Qué?
-¿Cómo que, qué?-Lo miré confundida.-Al tablero.
-No, gracias.-Dije y todos rieron aún más, y los incendié con la mirada.
-De la cruz, venga, pero ¡ya!-Me vi obligada a levantarme o la vena en la frente de este señor estallaría. Me dio su marcador y al ver ese ejercicio en el tablero, con letras, números y otros pequeños encima de otros números, me bloqueé y quise vomitar, pero él me dijo que no fingiera y no tuve otra opción más que decirlo.
-No entiendo nada, no sé ni qué es cada letra o los números diminutos.-El resopló, resignado y de nuevo, todos rieron.
Entonces, me mandó donde la coordinadora, me hizo firmar un acta por dormir en clases y me mandó a hacer mil líneas que dijeran: No debo dormir en clases y debo estudiar matemáticas. Mierda.
En el descanso, me acerqué a la cafetería, pero no pude comer nada en absoluto. Pensé que la colegiatura cubría mis alimentos dentro de esta, pero no, qué ilusa soy. Hice fila en la cafetería, llené mi bandeja de todo lo que pude agarrar porque moría de hambre, pero, al intentar irme, dijeron que debía pasar mi tarjeta de alimentación y por supuesto, al no tenerla, retuvieron mis alimentos y tuve que irme con vergüenza y resignación. Entonces, fui hasta la parte de atrás de la escuela y me acerqué a los basureros. No había nadie por supuesto, todos estaban a unos metros jugando fútbol en la cancha y los demás, más lejos aún en las gradas. Así entonces, agarré a puños los tanques azules de basura, los golpeé hasta el cansancio, pero luego, escuché que me llamaron.
-Isabella de la cruz.-Escuché su voz y de inmediato la reconocí. Era el acento del vikingo, nunca lo olvidé, ni sé bien porqué. Tal vez no se olvida tan fácil a un actor porno en vigencia.
-¿Eh?-Lo miré de reojo. El vikingo tenía el cabello recogido, una camisa formal blanca, jeans azules y unas zapatillas.
-Siempre te encuentro en extrañas circunstancias.
-Mmm.
-No pensé que te encontraría por aquí, cómo me dijiste que vivías en…-Se detuvo de repente y rodé los ojos.-Lo siento, no debí decir eso.
-No estoy aquí por haberme ganado la lotería ni mucho menos. Me dieron una de las becas para plebes.
-Querrás decir: de apoyo para niños con carencias.
-Lo resumí.-Enarcó una ceja. Se sintió muy extraño el ver ese gesto en su rostro. Me hizo sentir extraño.
-¿Por qué estás aquí en la basura? ¿por qué no estás comiendo en la cafetería?
-La tarjeta de alimentación son 450.000 mensuales. No traigo puesta ni ropa interior, menos una cuenta bancaria con 450.000.
-Mmm.
El vikingo me dijo que nos sentáramos en una banca que estaba cerca. Hacía sol, pero era un sol agradable y escuchaba el ruido de los chicos que jugaban. Había bastante gente alrededor. Supuse me hablaría al verme desorientada y justo eso hizo. Me explicó muchas cosas, las cuales intenté, realmente intenté prestarle atención, pero mi mente se desconectaba, era algo que no podía controlar. Me habló de las mil normas de la escuela, pero eso era tedioso, en verdad y cuando al fin pareció terminar, me miró fijamente y me intimidé. No me gustaba su mirada penetrante, ni cómo me hacía sentir. No sé si era por sus ojos azules, sus cejas expresivas o los rasgos fuertes de su rostro. Ahora que lo pienso, jamás había visto a alguien como él.
-¿Por qué me miras?-Dije mirando hacia el horizonte. No soy de intimidarme fácil ni mucho menos, generalmente soy quién intimido, pero hoy, por primera vez en mi vida, me estaban intimidando por completo y no lo entendía. No tenía razón de ser.
-Tu nariz sanó muy bien, no tienes cicatrices.
-Ah, eso sí, sano muy rápido. El año pasado me apuñalaron rozando una costilla. Sané sólo en quince días.-Me miró más extraño aún y luego, escuché el timbre de regreso a clases. Me puse de puse, me despedí haciendo señas con la mano, siempre me despido así, con las señas con la mano, pero él, me detuvo antes de irme. Me llamó por mi nombre completo. No sé por qué no sólo por el nombre o algo así y entonces, se acercó.
Lo vi sacar su cartera de los bolsillos de sus jeans y abrirla. Tomó mi antebrazo y puso en mi mano una de las tarjetas azules de alimentación. Esta tenía su nombre completo: Igor Gulbrandsen. Iba a rechazarla, esto era muy vergonzoso, pero él se apresuró a hablar antes de que yo lo hiciera.
-Esta es mi tarjeta de alimentación que me da la escuela. No la uso, ninguno de los profesores la usa y tampoco la pago yo. Me la da la escuela, así que no la rechaces. Sólo úsala, ¿sí?
-Gracias…-Lo dije en voz baja, asintió y lo vi alejarse. Lo observé mientras caminaba.
La sensación, esa sensación de ese momento, fue muy, muy extraña.