La mansión estaba sumida en un silencio profundo, roto solo por el leve crujir de las maderas y el susurro del viento fuera. Era tarde, muy tarde. Al pasar por el jardín trasero, pude ver la carpa blanca ya instalada, una estructura fantasmagórica bajo la tenue luz de la luna. Mesas, sillas y cajas de vino y cristalería fina se apilaban en la cocina como un ejército silencioso esperando la batalla del día siguiente. Mis pasos, pesados y decididos, resonaron con ecos ominosos en el mármol pulido del gran hall.
Pero mi ansiedad, un animal vivo que me roía las entrañas, se impuso a cualquier contemplación. Subí las escaleras principales de dos en dos, mi corazón martilleándome en el pecho. Atravesé el largo corredor oscuro, pasando por delante de habitaciones vacías que eran testigos mudos d
