Después de esa absurda fiesta de compromiso, regresamos a nuestro hogar. Adán se disculpo necesitaba arreglar unas cosas. Lo miré alejarse, ¿Qué podía hacer? Guardé el sobre que me había entregado Lessa. – Par de mentirosos – Llegaré al fondo de todo esto, lo juro.
A la mañana siguiente me levanté demasiado temprano, me importó muy poco saber donde estaba mi ahora prometido, tenía una cita de prueba de vestido, pero antes tenía que ir a mi único lugar donde me sentía segura.
La lluvia arañaba los ventanales del ático como lágrimas de acero. En aquel santuario convertido en morgue de ilusiones, las pruebas de la traición yacían sobre mi mesa de disección quirúrgica: el informe oncológico falsificado por Adán extendía su mentira junto a fotografías de Lessa luciendo mis joyas robadas. La escritura de Éirene, con el sello de Lux Medical Group, completaba el tríptico de la decepción. "¿Por qué?" pregunté al eco de la estancia, y la voz de mi abuela muerta susurró desde las sombras: "Los Celiav visten de seda sus garras de buitre".
El atelier de Marcos Bianchi respiraba gasa y engaño. Entre maniquíes decapitados y espejos que distorsionaban la realidad, mi reflejo en el satín del Vestido Medea era un fantasma de novia. Lessa irrumpió como un relámpago en día soleado, su ramo de lirios negros goteando sobre el mármol.
—¡Querida Ana! —su voz melosa cortó el aire— Adán llorará de emoción al verte. ¿Sabías que Medea descuartizó a sus hijos para vengarse? —Sus dedos, fríos como bisturíes, acariciaron el escote que cubría mi corazón herido.
Ignoraba que Marcos, el modisto cuyas cicatrices contaban historias de cócteles molotov, era el último lazo con mi niñera muerta. Que las perlas de mi tocado albergaban nanomicrófonos de mi creación. Que el espejo a sus espaldas grababa hasta el temblor de sus pestañas.
—¡Ajustemos la cola! —Marcos se arrodilló, sus manos tirando del hilo oculto cerca de mi cadera. El código en morse quemó mi piel: Cochera. 18:00.
Lessa alzó su copa de cava, el líquido burbujeando como veneno en cristal:
—Brindo por tu ceguera, Ana. Adán y yo... —su risa tintineó cruelmente— él jamás quiso esas manos de cirujana que huelen a muerte.
Al girar, mi codo derramó "accidentalmente" el cava sobre su vestido blanco. La mancha se expandió como sangre en nieve.
—¡Perdona! —sonreí mientras el broche de diamantes saltaba de su hombro—. Tengo un Dior que compensará esto.
En el probador, mis dedos —entrenados para extraer tumores en segundos— robaron su teléfono. Doce latidos bastaron para instalar Aracne. Doce latidos para condenarlos. Todo era risas y burlas con esa mujer. Salí del probador y solo pedí que ajustaran mas el vestido, tenía que ser perfecto.
Mi abuela es tan hábil que un día me sorprendió que ella misma había robado el diario de Adán, son tantos los misterios de este hombre. Alguna vez llegué a amarlo, pero no pensé que durante años estuviera cegada por el amor. Demasiadas veces me lo advirtió la abuela, y en ninguna hice caso.
El diario robado de Adán esperaba en el ático, sus páginas perfumadas con la mentira que usaba después de afeitarse. La luz del atardecer acarició una entrada fechada el 15 de julio:
"Ginebra. Ana ignora que su herencia financia la clínica de Lessa en Zúrich. Cuando me case, controlaré el 51% de las acciones Valdés. Lessa recibirá su regalo: la patente del nanotraductor neuronal que ella desarrolló. Su padre morirá en seis meses. Yo ganaré todo. Ella... solo tendrá dolor."
Había transformado el informe médico de papá: "intoxicación por talio" sustituía al cáncer inventado. En los servidores de Lux Medical, transferencias fantasma dirigían fondos a Panamá. Y mi nanotraductor —mi creación más preciada— albergaba ahora un virus que devoraría sus archivos en setenta y dos horas.
Marcos encendió un cigarrillo junto al Rolls Fantasma, la cicatriz en su cuello palpitando al ritmo de la lluvia.
—Lessa encargó tres vestidos Medea —susurró—. Uno para Madrid, otro para Capri... el tercero fue al taller de Adán en Milán.
—¿Para qué lo querría él...?
—No es para él, draga. Es para la otra.
La fotografía resbaló sobre el capó: Adán abrazando a una niña frente a La Scala de Milán. Ojos miel. Hoyuelo en la barbilla. Mi hoyuelo.
—Se llama Sofía —la voz de Marcos sonó a distancia—. Nació el día que ganaste el premio al Joven Talento Quirúrgico. Lessa la cría en Suiza.
El mundo se desvaneció. Recordé las inyecciones que Adán me aplicaba "para fortalecer el útero". Los viajes repentinos a Milán. Todo tenía sentido, mientras yo seguía en mi luto por perder a dos bebés.
Al amanecer, la carta esperaba sobre la mesa de disección:
"Querida Prometida: ¿Disfrutaste la prueba de vestido? Sofía heredará todo cuando tú y tu padre descansen en el panteón. PD: Las agujas de cristal en tu corsé contienen succinilcolina. Morirás sonriendo en nuestro vals. —La Dama del Espejo"
Tenía que ser una broma. Arrugué el trozo de papel y salí de la sala. Estaba enfurecida, esto no se quedaría así.