Capítulo 3: Un desastre agradable

1568 Words
La luz fastidiosa de la mañana azota mi rostro, y debo abrir mis ojos aunque no lo desee. Con tan solo hacerlo el brillo quema y mi cabeza late. Estoy en una cama que no conozco, de parece ser ¿un hotel?  Recuerdos de la noche anterior se asoman a mi mente. La boda de Aidan, mi huida de ese sitio y mi encuentro con… como si de un torbellino se tratase, vienen imágenes a mí del desconocido. Nuestra charla inicial, nuestra subida a esta habitación, la primera ronda de sexo, la segunda conmigo cabalgándole y la tercera en la ducha.  ¿Dónde está? Estoy sola en la cama desnuda y cubierta por una sabana. ¿No me digas que se fue sin siquiera despedirse? Mi mano para en mi frente avergonzada por esta situación.  Igual ¿No era algo común en las aventuras de una noche? No podía creer lo que había hecho la noche anterior, si mi madre se enteraba me quitaría de su testamento con seguridad. —¿Buenos días? — la voz masculina me hace buscarle con rapidez para verle allí, al extraño. Lleva una bata de baño, el cabello mojado y su cabeza está inclinada en una media sonrisa — ¿Malos días? —La cabeza. Siento que me estallará — me quejo sintiendo más dolor y cerrando mis ojos. Escucho risas y como el colchón se hunde a mi lado. Al abrir los ojos veo a ese atractivo hombre ofreciéndome una pastilla y un vaso de agua. —Para la resaca. —¿Qué es? — digo tomando la pastilla y el vaso de agua. —Paracetamol. Te sentará bien para el dolor de cabeza si no eres una bebedora habitual. ¿O lo eres? —No lo soy. Ni lo seré más nunca en mi vida. Me rindo en el alcoholismo — afirmo bebiendo la pastilla. —Ojalá las personas pudiesen renunciar a las enfermedades ¿no te parece? — me comenta con ligereza en una sonrisa muy bonita. Mi corazón se acelera, al verle de esta manera. Toso para recomponerme — ¿cuándo viviste tu última resaca? —No me emborrachaba desde como los 19, mi cuerpo no está para estos trotes. En definitiva. —La mayoría de las resacas desaparecen al cabo de las 24 horas. Puedes tratar de sentirte mejor tomando soluciones electrolíticas, son las bebidas para deportistas;  o consomés — me explica. —Vaya, con que eres un profesional de resacas. Un hombre de muchos talentos tenemos aquí — le elogio falsamente — ya que eres tan versado en el tema ¿por qué es que ayudan los consomés para las resacas ah? —Para reponer sales y potasio que son perdidos al consumir alcohol — me explica. Debo contener una sonrisa ante sus respuestas. Quizás sea un nutricionista o simplemente alguien al que le encanta la fiesta. Con su apariencia y lo bueno que es en la cama de seguro le sobra experiencia en mujeres. Recuerdo lo que dijo de su prometida, o era una ciega o el desconocido tenía terribles defectos que no hacían valer nada su apariencia de modelo. —¿Quieres comer algo antes de marcharnos? — dice el hombre. ¿Comer algo? Ahora que lo decía, quería seguir comiéndomelo a él. Pero necesitaba llenar mi estómago de comida real. —¿Qué tendrán de bueno en el menú? Es la primera vez que me quedó en este hotel. —Igual — menciona estirándose para tomar el teléfono de la mesa de noche. —Si es así ¿por qué seleccionaste esa barra justamente para alcoholizarte? — me llena de curiosidad eso. No todos los días se conseguía a un hombre así, tan atractivo, semejante amante y tan considerado como para desayunar contigo después de conseguir lo que quiso. —Es que mi hermana se casaba ayer cerca y… El sonar de un celular que no es el mío llena la habitación. Y mi perfecto desconocido coloca los ojos en blanco. Alguien no quería atender su celular. —¿Es la hermana a la que dejaste plantada en su propia boda? — Cuestiono divertida — atiende para que te mate, yo también lo haría si fueses mi hermano. —No es la gran cosa, ni siquiera es la primer a vez que se casa con ese ser — me revela levantándose para tomar su celular, confirma mis sospechas y deja a un lado el teléfono de la habitación. Me hace un gesto de que espere y sale al balcón para hablar sin que le escuche, cierra la puerta de cristal, para ello. Desde la cama lo veo charlar muy fastidiado y probablemente ser gritado por la tal hermana esa, porque separa el aparato de su oído en varias ocasiones. Por mi parte, sigo desnuda debajo de estas sabanas y rememorando las delicias de anoche, tanto me gustaron  que debo mantener a ese hombre por otras horas más conmigo. Después de todo era domingo, veo en el reloj en la pared, es mediodía apenas. A pesar de mis planes la charla de ese hombre con su hermana me hace recordar a mi propia familia. Mi madre, esa con la que compartía el nombre. Y a la que le dije que volvería de un baño del cual nunca volví por una supuesta emergencia, también recuerdo que dejé mi celular en mi auto en el estacionamiento. Asimismo, había dejado mi identidad y mis tarjetas en la cartera, apenas había traído conmigo a la barra la llave de mi auto. Si la perdí en la borrachera sería bochornoso y tedioso abrir la puerta del vehículo.  ¿Cómo pensaba pagar siquiera la botella de tequila? Me envuelvo en la sabana para buscar la llave, la había depositado en mi sostén, y en medio de lo que se dio ayer no sentí cuando se salió, sí cuando ese hombre pervirtió cada centímetro de mi piel. Piel que ardía en ciertas zonas ¿es que me lie con un semi caníbal? Doy pasitos tratando de explorar las gavetas de la habitación sin éxito. Con una mano sostengo la tela y con otra busco. Escucho la puerta de vidrio abrirse. —¿Qué buscas? — me cuestiona el hombre. —La llave de mi auto Fulgencio — suelto concentrada en mi búsqueda. Él se ríe ante como lo llamo. —¿De tantos nombres existentes me llamarás Fulgencio? —Es que romperías mi corazón si te llamases algo tan común como Luis o José — bromeo buscando en una especie de peinadora con un amplio espejo rectangular en la pared que le sostiene. De pronto siento su calor y figura recostándose de mi espalda, amoldándose a mi trasero. Me enseña la llave de mi auto en la mano que coloca frente a mi rostro. Trato de tomarla, él la aparta, se afinca más en mí, y besa mi cuello despertando cosquillas en todo este. El mordisco que da a la carne de esta zona me hace soltar un pequeño gemido también. —Con que de ahí viene la sensación de ardor en mi piel — le regaño falsamente. Me deleito viéndolo a través del espejo, y como repartiendo besos por mi hombro se desata la bata de baño para quedar desnudo. —Yo también me siento así en la espalda. Tienes uñas afiladas Eustaquia. Debo morder mi labio ante su chiste para no reír, y otra vez cuando aparta la mano que sostiene la tela que me viste en estos momentos. Al hacerlo la sabana se cae y quedó desnuda frente al espejo con este hombre detrás de mí. El amolda sus grandes manos en mis pechos y pellizca mis pezones con destreza. Me es imposible dejar de mirarme a mí misma, en lugar de a él. Es tan erótico y prohibido como todo lo que he hecho con este, que no me puedo resistir. —¿Te gusta mirarte? — me susurra al oído — no te culpo, a mí también me gusta mirarte, eres preciosa. —Tú también eres preciso, a pesar de que tu nombre sea Fulgencio — le reto en una sonrisa diabólica para que él retuerza uno de mis pezones. Me duele y me gusta. Suelto una exclamación ambigua ante ello. No sabía que me agradaba todo eso. —Dime cómo lo quieres esta vez. ¿Suave o duro de nuevo? — me ofrece con su mano derecha masajeando con calidez mi vientre. Sus caricias me hacen olvidar de todo mi cansancio y pesares. —Duro… Solo esas cuatro letras bastaron para que el extraño tomase mis brazos, los colocase detrás de mi espalda y me guiase a apoyar mi rostro de la mesa. En esa posición volvió a entrar en mí, primero con delicadas y lentas penetraciones, para después acelerar el ritmo. Sin soltar mis muñecas que tenía apresadas. En un punto cuando no podía sostener mis gemidos ruidosos ante  la cantidad de placer que sentía, cubrió mi boca con su mano. La presión que estaba ejerciendo para que no gritase lo hacía todo mucho mejor. Me gustaba que me tratase de esta manera, me gustaba que no nos conociéramos, hasta me gustaba que no nos hubiésemos besado todavía. Me sentía como una vil prostituta. Vaya que la dominante y perfecta Doris Córcega, no era ni dominante ni perfecta en esa habitación de hotel. Era sumisa y un desastre. Y le encantaba.
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