Capítulo dos
—¿Estás seguro que quieres trabajar conmigo? —cuestiono de forma dudosa —mira que te estoy ofreciendo dinero a cambio de que te largues sin decir nada.
—En realidad —mete las manos en sus bolsillos —tú trabajaras para mí, eso es lo que quise decir —junto las cejas confusa y él chasquea la lengua sin el más mínimo interés en lo que dice, pero sus ojos filosos me dicen que va en serio —volverás a entrar ahí y pedirás disculpas por irte de la forma en la que te fuiste, harás que me reincorporen y dirás que trabajaré contigo y solo contigo, pero mi verdadera intensión es no hacer nada —me sonríe de forma no sincera y ruedo los ojos.
Él quiere jugar conmigo, eso ya me quedo más que claro y la verdad es que no me desagrada la idea de tener a alguien con quien entretenerme.
Solo quiero que tome una cucharada de la medicina que estoy tomando yo.
No, no solo una, solo la mitad de lo que yo estoy tomando. Solo eso y estoy segura que saldrá corriendo al finalizar el día.
Suspiro —Bien, —suelto mis brazos cruzados —¿y cómo te llamas? ¿Quién es el dichoso chantajista que tengo en frente de mí?
—No soy chantajista —me corrige y río sin evitarlo.
—No, no lo eres y yo soy la primera dama.
—Aunque no lo puedas ver, no lo soy. Estoy haciendo esto, porque me parece injusto que me hayan despedido de la nada solo porque tiraste a correr cuando dije lo que dije ahí arriba, y es que es fácil de notar lo incomoda que estabas, —abrocha uno de los botones de su saco n***o —y esto te lo diré como persona y no como uno de tus empleados o como un chantajista que es lo que piensas de mí en realidad —hace comilla con sus dedos —tienes que dejar de suprimir lo que realmente sientes, además si mal no estoy, tú los estás ayudando a ellos con algo que ellos no saben, pero que tú sí por excelencia, así que deja de pensar que le estás haciendo todo, porque cuando tus empleados aprenden no te preguntan más por lo que ya les enseñaste, ¿o sí? —el ruido de la carretera con autos pasando de un lado a otro es lo único que se escucha y él regresa de camino al ascensor —no seas egoísta... te estaré esperando al pie del elevador para ir juntos y dar la noticia.
Me deja perpleja en mi sitio pensando en lo que acaba de decir y niego volviendo a abrir mi auto, recojo los papeles regados por todos lados y los acomodo dentro de la carpeta inicial en la que los tenía.
No le hace falta razón, pero, ¿Quién se cree que es para hablarme de esa manera? ¿mi padre?
Si es cierto que se ve mayor que yo, pero tampoco es tanto.
Cierro el carro con el seguro y camino hasta llegar a entrar en el ascensor, él presiona el botón para ir al undécimo piso y doy un largo suspiro recordando lo primero que le pregunte y no me dijo.
—¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Qué es lo que viniste a hacer a la empresa? ¿Eres casado? ¿Tienes hijos? ¿Fumas? ¿Bebes?
—Leo Fernández, tengo veinticuatro años. Licenciado mejor graduado de la universidad de derechos, no estoy casado, ni mucho menos tengo pareja, vivo solo en un apartamento, no tengo hijos, no fumo, tampoco soy un bebedor empedernido y solo por si acaso quieres preguntar más sobre mi vida, —saca su móvil y me enseña su fondo de bloqueo con paisajes de bosque de fondo —me gusta hacer fotografías.
—Lo ultimo no era necesario —mascullo para mí —no quiero saber cuantas veces vas al baño, ni mucho menos saber que es lo que te gusta... eso no está en mis intereses a futuro.
—Dije que era solo por si acaso, no que lo recordarás toda una vida —vuelve a meter el teléfono en su saco y lo observo de reojo.
¿Este tipo en serio tiene veinticuatro años?
Se ve de treinta y cinco.
Aunque creo que es la barba y su cabello descuidado que lo hacen verse de esa forma, además de las grandes ojeras que tiene quitándole protagonismo a lo realmente bonitos que son sus ojos.
Otra cosa que no puedo dejar pasar es la buena memoria que tiene y como puede contestarme tan rápido, y todo esto con un tono de voz normal y sin la más mínima expresión.
No hay duda que es bueno.
El elevador abre sus puertas y las personas que están agarrando sus cabezas, frustrados por saber que ha sido de mí, corren sin previo aviso y se lanzan contra él mientras que él jefe del del departamento me lleva lejos de su perímetro.
—No le haga caso a ese don nadie, señorita, ya lo resolví y lo eche como Dios manda por intentar pasarse con usted —arroja sus brazos por encima de mis hombros —no se preocupe que no tendrá que verle más la cara.
Ojalá y eso sea cierto, pero me temo que la fregué.
—Eh, creo que en este momento yo soy superior a ti —su voz ronca detrás de nosotros hace que se me erice la piel y doy un largo suspiro mientras siento como el peso en mis hombros es removido por él quién le quita el brazo al jefe del departamento —y desearía que no tocaras mucho a la hija del jefe, porque no es bien visto que un señor casado como usted la trate a ella de manera tan jovial, añado —se posiciona por delante de mí dejándome ver lo ancha que es su espalda —que la señorita es la hija del jefe, es la que hereda todo si le llaga a pasar algo al mando mayor, así que trátala como tal.
—¿Y quién eres tú para venir a decirme a mí que es lo que tengo o no que hacer? ¿eres consiente de que te puedo despedir en un abrir y cerrar de ojos, estudiante novato? ¿Qué eres superior a mí? ¡Una mierda!
Aplasto mis labios. Supongo que tengo que salir a decir quien va a ser él.
Me hago a un lado —No debería hablarle así, señor Trevor —lo defiendo y las palabras que tengo que sacar a relucir se quedan trabadas en mi garganta.
¿En serio voy a decir que él trabaja para mí?
Sus ojos intensos me empujan a decir lo que no quiero y quito la vista de ese rostro imponente.
Abro y cierro la boca mientras que el jefe del departamento en el que estaba me ve de forma expectante y los demás están atentos a lo que quiero decir.
Nunca había sentido tanta presión, y menos por culpa de un ser humano, siempre fue por papeles y estudios que me sacaron canas verdes de noche.
—¿Jefa? —su voz retumba en mis oídos y cierro mis ojos.
Ya está, ya lo dijo.