Nuestra madre

1394 Words
Farah recuerda a la mujer joven quien se sentaba en la mecedora con Maximiliano entre los brazos esperando a que ella despertara de su siesta, cuando lo hacía la mujer extendía su brazo hacia ella y la invitaba a sentarse a su lado, le peinaba el cabello y le llenaba de besos. No llora por la pérdida o la tristeza, sino por el miedo. El miedo que siente de estar sola, de nunca ser feliz, amada, de no ser suficiente para el reino, su familia y se abraza a sí misma, pone su mejor sonrisa y toma su bolsa, decidida a salir. En el pasillo se encuentra con sus guardaespaldas, les saluda y les dice que van a tener un día agitado. Ella camina hacia el elevador y espera con paciencia que llegue al primer piso. Pide información en recepción para saber si sus tíos han hecho a una reserva o dejado un mensaje, pero la ley del silencio les ha durado mucho más de lo esperado; casi cuatro días tras su última comunicación. Ellos se mantenían en absoluto silencio, como Lorenzo, quien había estado muy activo en r************* subiendo fotos de sus shootings medio desnudo, con modelos guapísimas. Ella decidió bloquearle porque él había dejado claro que le estaba evitando. Elías y Nala estaban trabajando en su relación, lo cual había incluido dos citas y mucho tiempo entre ella y sus sobrinos, pero nada de anillo, no entendía que esperaba su amiga. Farah creía en la liberación s****l de las mujeres y en la libertad de elección de las mismas en cuanto a su carrera, el sexo, el hombre con el que planeaban construir una vida, sin embargo; era fiel creyente de que el amor y el matrimonio se habían ideado para estar juntos, si hay amor, el papel no es la única forma de demostrarlo, es relevante, da un estatus ante Dios y ante el hombre que. A veces solo con palabras no se puede conseguir. La joven pasa de una tienda a otra comprada cosa que no necesita a precios que no debería, pero si bien soltera estaría los próximos cien años de su vida, sola incluso, no estaría mal vestida y fea también. La joven se miró las manos y preguntó su había cerca un centro de manicura, le dieron la información y uno de su guarda espaldas se aseguró de que encontrar el lugar. Se pintó las uñas largas con unos diseños muy minimalistas y después pidió que le llevara a Cartier o Tiffany. —Señorita Farah, está intentando molestar al rey. —No, hombre, estoy complaciéndome. —Bueno, cuidado con la complacencia —le advierte mientras la lleva a las joyerías que la joven nombró. Farah decide comprar un anillo para lela y para la reina, otro para ella y sus cuñadas, y finalmente, se debate si debería o no comprarse un anillo de compromiso para sí misma. —¿Traerá mala suerte? —Si usted puede permitírselo porque no. —Quiero que me ponga atención. —Claro. —¿Sabe quién soy? —La princesa real de Tierra del sol. —Excelente, quiero para esta noche, seis juegos de anillos que simulen la raíz de un árbol o el tronco, en oro blanco—la joven busca en su celular las medidas de sus hermanos porque todos los años les busca joyería. Para mí, el mismo tronco enlazado con el sol, evidentemente el centro tiene que ser topacio amarillo, y que tenga unos cuantos diamantes. —Princesa, la producción tarda ocho días. —Si ustedes no lo hace Tiffany´s estará contento de recibir mi cheque. La joven rellena el cheque y se lo da a la joven con una sonrisa. Aclara que desea unos anillos más para sus cuñadas, sus sobrinos, pero con la suma escandalosa que ha puesto sobre el papel y el valor agregado de estar preparando una colección para ella le prometen que los tendrán en menos de dos días. —24 horas. —insiste y estrechó la mano del dependiente y del gerente. —Feliz día, nos vemos más tardar mañana. La mujer se acerca a su guarda espaldas y le pregunta por la ruta más conveniente para comer tres slides de las mejores pizzas de Nueva York. El hombre ríe y se inventa la ruta para la princesa, tiene mucho tiempo trabajado para su familia como para no saber que era el cumpleaños de su madre. El celular de la princesa suena y ella se sorprende al ver que la llamada pertenece a su hermano mayor. —¿Kamal, pasa algo? —¿Quería saber cómo estabas? —¿No entiendo? —Hoy es el cumpleaños de mamá. —Sí, claro… pues, bueno, no la conocí tanto como tú. —Solía llamarte: su pequeño imán —Farah lo recordaba, la recordaba cepillándole el cabello y llenándole de besos. —La recuerdo más a ella que a él—reconoce. —¿Tú, cómo estás? —Ha sido un día del culo, pensé que podíamos cenar los seis, invitaré a Lorenzo. —Oh, no lo obligues, me está evitando y creo que no… que iré a mi habitación y descansaré. —Te pasaré dejando un postre, no te duermas. —Sabes, Kamal, estás mejorando—responde y le manda besos antes de terminar la llamada. Así como algunos príncipes lloran en silencio, y algunas princesas, compran sin descanso, hay uno que prefieren retraerse en sí mismos, en su arte. Elías tenía acostumbrados a sus hijos que él les dejaba, así que se vistió y temprano fue por ellos. Nala notó lo distante que estaba y pensó que se debía a su falta de respuesta con respecto al compromiso. Él le saludó con un beso en la mejilla y un abrazo muy corto. —Hoy no puedo recogerlos, ¿tienes tiempo tú? —Sí, claro. —Oye, papá, no podrás jugar hoy—pregunta Said. —No, hijo, tal vez mañana. Papá tiene unos cuadros que terminar. —¿Nos mostrarás tu arte cuando esté listo? —pregunta Ellis. —Claro. Elías los toma de la mano y se despide de Nala, quien puede notar la diferencia en el humor de Elías, pero no tiene claro por qué. Es cuando va a su oficina y observa la fecha que recuerda, que es el cumpleaños de la madre de los príncipes, especialmente los mayores suelen resentirlo más. Su muerte fue tan repentina como devastadora para los niños que sabían que incondicionalmente contaban con la mujer que vivía para atenderlos, amarlos y mimarlos. Nala conocía los gustos de Elías más que ninguna persona, y sabía que lo que más le gustaba cuando estaba triste era comer pastel. Ella ordenó en una pastelería un queque seco con leche condensada y nueces, el favorito del príncipe, pidió permiso en su trabajo para teletrabajar y su jefe le dejó irse, ella fue directo a recoger el pastel, café, chocolate amargo y unas rosas, luego se dirigió hacia el antiguo estudio de Elías, contaba con que siguiera usando el mismo. Llamó a la niñera de sus hijos para que ella fuese a recogerles y la joven aceptó encantada porque las propinas de Elías y Farah son dos salarios de los que ella paga. Cuando llegó a Brooklyn se debatió unos cuantos minuto en su decisión, si los hubiese querido, compañía la hubiese pedido; sin embargo, ya había invertido dinero, tiempo y la única manera de saber si quería compañía o no era yendo. La joven caminó unas cuantas cuadras hasta encontrar el lugar, toco la cortina de metal con el pie. El joven estaba escuchando música, la primera vez no le quedó claro si fue producto de su imaginación, pero cuando su teléfono sonó se dio cuenta de que alguien le buscaba en definitiva. —Ya voy—gritó y fue a ponerse unos vaqueros y una jacket vieja. El joven fue corriendo a la puerta y abrió. Observó a la mamá de sus hijos con flores, café y una caja con un pastel. —Solo… pensé… que podía animarte y después me di cuenta de lo equivocada que estaba, pero puedo dejarte las cosas e irme si quieres estar solo. —¿Dejaste el trabajo por mí? —Sí. —¿Y los niños? —La niñera va por ellos. —Definitivamente, quiero que te quedes.
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