Los idiomas del amor

1393 Words
La joven envió el mensaje a su padre vía correo electrónico. Le dio un sorbo a su té y vio. Lorenzo tomando el sol en la terraza, mientras leía en el celular, la mujer fue hacia donde él estaba. Le acarició el pelo y él extendió su mano para ayudarle a tomar asiento. —¿Meditamos juntos? —pregunta y ella junta sus rodillas con las de Lorenzo. Deja la taza con té a su lado. Le ve encender un par de incienso y se toman de las manos. Inhalan profundamente y siguen la respiración del otro. A Farah le gustaba la meditación porque le ayudaba a reducir el estrés, eran unos minutos en el que no tenía que planear, no había mucho que pensar; se concentraba en las ondas de la música, se dedicaba a producir pensamientos positivos que no estaban al alcance a lo largo del día, en el té, el día y en lo bendecida que era por tener todo lo que le rodeaba. Regularmente, agradecía en silencio y había visto a sus padres meditar juntos; sabía que compartir eses espacio podría resultar muy íntimo y emocional para lagunas personas. Lorenzo, por otro lado; le huía a su cabeza. Estar en silencio, sintiendo, o esperando sentir le enloquecía, pero se concentraba en disfrutar la sensación de las palmas frías de Farah contra las suyas clientes, le gustaba tener sus frentes pegadas, como si estuviesen compartiendo un mensaje que nadie podría descodificar más que ellos. Le gustaba la manera en la que sus pechos se llenaban de aire sincrónicamente y como lo vaciaban lentamente, sentir la energía de Farah, el aire entraba y salía de ellos sin estar unidos de una forma s****l. Claro, que había una invitación en ella, sus pelvis apuntaban unas contra la otra en la pose que habían elegido, sus labios se había rozado un par de veces, y podía sentir a través del camisón ligero los pezones erectos de Farah. No era perfecto, ni profesional meditando, peros después de cinco minutos en silencio, por más placentero que le estuviese resultando quería llegar al otro nivel. —Puedes decir tus afirmaciones para el día. Comenta Lorenzo, ella sonríe por la impaciencia y de acariciarle las cejas. —Deseo que puedas ver la belleza de las cosas pequeñas. —afirma la princesa mientras le acaricia lentamente las cejas, Lorenzo intenta mantenerse concentrado en su respiración, pero su atención está en las manos de su chica, sus dedos le acarician los pómulos. —Deseo que siempre tengas una sonrisa en el rostro. —Los dedos de Farah descendían lentamente por su rostro, dando toques delicados. —Anhelo que seas amado. Deseo amarte como te mereces. Decreto que hay salud en tu mente y tu alma. Deseo que sepas que te amo todo el tiempo, incluso cuando no estoy cerca. —Lorenzo acorta la distancia entre ellos y le da un beso pequeño. —Esto no es parte de meditar. —No, pero es una lengua del amor. —Lorenzo… estamos en un momento de conexión. —Sí, estoy conectando. No aguantas nada. Él enterró sus dedos entre la cabellera de su novia, le acarició el cráneo y continuó respirando al mismo ritmo que Farah, quien le miraba con los ojos enormes, expresivos y radiantes. —Deseo paz para ti. Todo el amor que no te permites recibir —Ella frunció el ceño —Deseo que seas más feliz que lo que callas. Deseo seguridad que te sobra. Amor infinito. —Ya dijiste amor. —Que aprendas a escucharme. —Los dos rieron. —Deseo amarte de la manera en la que quieres ser amada. Deseo hacerte inmensamente feliz. —Lorenzo volvió a besarle al finalizar, esta vez ella no se quejó, le respondió el beso. Disfrutó del tacto de sus manos, del calor de su cuerpo, la joven se sentó sobre el regazo de Lorenzo y este la apretó contra su cuerpo. —Mañana meditaré sola. —Voy a aprender en serio. —Dijo mientras le bajaba la manga derecha y repartía besos. —Quiere ir a adentro. —Es mejor, no quiero protagonizar un escándalo. Elías, al igual que su hermana. Estaba acostumbrado a iniciar el día desde muy temprano. A él le gustaba ejercitarse al aire libre, correr, saltar, alzar peso, sin embargo, su día había comenzado antes. A sus hijos les encantó la cena. Y comieron casi todo para sorpresa de su madre, pero un poco muy tarde por lo que estuvieron activos, vieron juntos un programa para niños y Nala fue la única que se durmió de los tres y precisamente no era a quién quería dormir. Elías les dejó ver otro programa después de llevar a su madre a la cama. Y como último recurso decidió contarles una de las crónicas de Tierra del sol en su idioma. El joven permaneció acostado en medio de los dos pequeños, les acarició el pelo y la espalda e hizo todo lo que había visto a Nalany hacer, pero sus hijos no se dormían y fue cuando el reloj se tornó las once que decidió preguntarles si algo les preocupaba. Sus hijos negaron con la cabeza y prometieron que pronto se dormirían. Elías le dejó la luz encendida y le llenó de besos antes de despedirse para ir él a dormir. Estaba colocándose la pijama cuando vio a sus niños parados a su lado. —Mira papá, vamos a ser muy honestos, puede que… no sepamos dormir en esta casa. —¿Tienen miedo? —preguntó y los niños se negaron de inmediato. —¿Solo... puedes venir hasta que estemos dormidos, por si algo pasa? —¿Un ratito más?—insiste Ellis. —Vale, voy a ponerme este pijama y me lavo los dientes. Los niños le observaron con atención y Elías le cargó de vuelta a su habitación, no creí que acostumbrarles a su cama fuera lo ideal, sin embargo, no quería tampoco atemorizarles de por vida y que no pudiesen descansar en sitios “nuevos o desconocidos”. Sus padres se acostó con ellos y les leyó una historia de un libro que había comprado para niños. En un tono más calmado y menos aventurero que las historias de su abuelo, las cuales resultaron muy estimulantes para ellos. Said estaba abrazando a Ellis, y este a su padre, quien notó como sus ojos iban cerrándose poco a poco. Les observó dormir en silencio durante casi una hora, para asegurarse de que estuviesen descansando bien y nada “pasara”. Luego fue al exterior de la habitación. Caminó a la cocina por un poco de agua y se le antojó un té cuando entró a la habitación. Nala estaba despierta. Elías sonrió y se acostó a su lado, le dio un beso en la mejilla y ella le abrazó de inmediato. El joven repartió besos en su mejilla, hasta llegar a su boca, la lamió y le besó con paciencia, lentamente mientras, ella acariciaba la piel que estaba cubierta por un suave pijama de seda, Elías y Nala escucharon unos pasos por la habitación y se separaron un poco ante la llegada de sus hijos. —Oye, papá, ¿podemos dormir contigo y mamá?—preguntó Said. — Claro, peques —respondió. —Solo por hoy—responde su madre. —Mañana fumigamos antimonstruos. —¿Monstruos, pero si aquí ni hay? —Donde hay niños, hay —Le informa Ellis y se acuesta a su lado, mientras Said se mete en medio de sus padres. Nala, le da un beso en la frente, otro a su hermano y uno corto en los labios a su padre. —No creo que existan los monstruos, chicos. —Papá, si no hubiese Disney no se gastaría una millonada haciendo pelis de monstruos.—Elías intenta no reírse, y se disculpa por la ignorancia. Finalmente, apagó la luz. Said parecía, quieres seguir conversando, su madre le advirtió que si le seguía la corriente hablaría por tres noches seguidas, iguala. Él le encantaba escuchar lo que sus hijos tenían que decir antes de quedarse dormidos. Esa mañana, con toda su familia en una misma cama, su mujer abrazada a él, sus hijos acomodados a su alrededor, simplemente no tenía ganas de moverse. Era cuestión de disfrutar el momento, de llenarse de amor y absorber la felicidad.
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