Capítulo 1: El encuentro

1054 Words
La noche era oscura y tormentosa, y el viento golpeaba contra las ventanas del pequeño café donde Emma trabajaba. El aroma a café recién hecho llenaba el ambiente, mezclándose con el sonido del agua golpeando el pavimento. Para Emma, este lugar era más que un trabajo; era su refugio, su escape de la realidad. Emma era una joven hermosa, con el cabello lacio que le caía hasta la cintura y unos ojos cafés profundos que reflejaban más de lo que decía. Esbelta y elegante, trabajaba para pagar la universidad mientras cuidaba de su madre enferma y su hermano menor. Su vida no era fácil, pero ella no se quejaba. De repente, la puerta se abrió de golpe y un joven alto y moreno entró al café, sacudiendo el agua de su chaqueta. Sus ojos se encontraron por un instante y, sin saber por qué, Emma sintió un leve escalofrío. —Lo siento —dijo el joven, acercándose a la barra—. No quería molestar. —No molesta —respondió Emma, esbozando una leve sonrisa—. ¿Qué deseas? —Un café, por favor —pidió él, devolviéndole la sonrisa—. Y un poco de calidez, si es posible. Emma se rió suavemente y comenzó a preparar el café mientras el joven tomaba asiento en la barra, observando el lugar con curiosidad. —Este sitio es acogedor —comentó él—. Me gusta. —Sí —dijo Emma—. Es mi refugio. El joven la miró fijamente antes de presentarse. —Me llamo Max. ¿Y tú? —Emma —respondió ella, sintiendo un inexplicable calor en el pecho. Por un momento, la tormenta en el exterior pareció desvanecerse. El ambiente del café se volvió más íntimo, y Emma sintió que había algo diferente en el aire. —Me alegra conocerte, Emma —dijo Max con una sonrisa que la hizo estremecer. —A mí también, Max —murmuró ella. —¿De dónde eres? —preguntó Emma, tratando de mantener la conversación. —Me mudé hace una semana —respondió Max—. Vivo a tres cuadras del café. ¿Y tú? ¿Eres de por aquí? Emma sonrió. —Qué casualidad, vivo justo al frente de la cafetería. Ambos rieron, y por un momento, Emma se sintió ligera, como si la carga de su vida cotidiana hubiera desaparecido. —¿Cómo va tu noche de trabajo? —preguntó Max, mirándola con interés. —Es un buen lugar para escapar de mis problemas —admitió Emma, con una sonrisa nostálgica—. La vida puede ser un poco abrumadora a veces. Max asintió. —Te entiendo. A veces necesitamos un espacio para respirar. Emma lo miró con curiosidad. —¿Y tú? ¿Qué te trae aquí esta noche? —Estoy de paso —dijo Max—. Me dirijo a un lugar llamado Tres Culturas. ¿Lo conoces? Emma parpadeó sorprendida. —Sí, lo conozco. Es un pueblo pequeño, a unas horas de aquí. ¿Qué te lleva allí? Max sonrió misteriosamente. —Es una larga historia. Digamos que estoy buscando algo. Algo que me ha estado eludiendo durante mucho tiempo. El silencio se instaló entre ellos por un instante. Emma quería preguntarle más, pero Max miró su reloj y suspiró. —Lo siento, Emma. Tengo que irme. Tengo un compromiso en Tres Culturas mañana por la mañana. Emma sintió una leve punzada de decepción. No quería que se fuera. —Está bien —dijo, tratando de sonar indiferente—. Puedes pasar por aquí cuando quieras. Max sonrió. —¿Si me invitas un café? Emma asintió con una sonrisa. —Sí, me gustaría. —Nos vemos, Emma —dijo Max antes de salir. Emma lo vio desaparecer en la tormenta, preguntándose por qué sentía que su vida acababa de cambiar. Emma suspiró mientras limpiaba la barra y miraba el reloj. Su turno estaba por terminar, y estaba ansiosa por volver a casa con su madre y su hermano. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de quitarse el delantal y apagar las luces, la puerta del café se abrió de golpe. Su corazón se tensó al reconocer al recién llegado. Era Leo, el hijo del dueño del café. Alto, de cabello oscuro y ojos penetrantes, tenía una presencia que, en otra circunstancia, podría haber parecido atractiva. Pero Emma sabía la verdad. Sabía cómo la miraba, cómo siempre encontraba excusas para acercarse demasiado, para tocarle la mano "accidentalmente" o para susurrarle cosas que la hacían sentir incómoda. —Emma —dijo él, con una sonrisa ladeada mientras cerraba la puerta tras de sí—. Qué suerte encontrarte sola. Emma tragó saliva y forzó una sonrisa. —Mi turno ya terminó, Leo. Estoy por irme. —Oh, no tan rápido —dijo él, acercándose con calma—. ¿Por qué siempre tienes tanta prisa cuando estoy cerca? ¿Acaso te molesta mi compañía? Emma se tensó. —Estoy cansada. Ha sido un día largo. Leo apoyó los codos en la barra y la miró fijamente. —Sabes, Emma, he estado pensando en ti. Siempre tan hermosa, tan... difícil de alcanzar. Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda. No quería hacer una escena ni provocar su ira, así que intentó mantener la calma. —Leo, por favor, déjame pasar. Pero él sonrió con suficiencia y se inclinó un poco más. —¿Por qué tan fría conmigo? ¿Acaso hay alguien más? De inmediato, la imagen de Max apareció en su mente. —Eso no es asunto tuyo —replicó Emma, dando un paso atrás. Leo frunció el ceño y su mirada se oscureció. —No juegues conmigo, Emma. Sabes que tarde o temprano serás mía. Emma sintió su respiración acelerarse. Sabía que Leo tenía influencia por ser el hijo del dueño y que nadie en el café se atrevía a contradecirlo. Pero ella no iba a dejarse intimidar. —Eso nunca va a pasar —dijo con firmeza. Leo la observó en silencio por unos segundos, evaluándola, y luego soltó una risa baja. —Veremos, Emma. Veremos. Se apartó lentamente, permitiéndole el paso, pero ella supo que esa no era la última vez que intentaría algo. Con el corazón latiéndole con fuerza, Emma salió del café apresurada, sintiendo aún la mirada de Leo quemándole la espalda.
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