Emma se encontraba en casa, sentada al borde de la cama de su madre, sosteniendo su mano con delicadeza. La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por una lámpara de mesa. Su madre respiraba con dificultad, pero aún mantenía esa dulzura en la mirada con la que siempre la veía.
—Debes descansar, mamá —susurró Emma, acariciando su mano con ternura.
—Y tú debes dejar de preocuparte tanto —respondió su madre con una sonrisa cansada—. No quiero que te sigas sacrificando por mí, hija. Tienes que vivir tu vida.
Emma bajó la mirada. Sabía que su madre tenía razón, pero ¿cómo podía pensar en ella misma cuando la realidad la aplastaba con cuentas médicas impagables y un trabajo que apenas le alcanzaba para sobrevivir? Había dejado la universidad más veces de las que quería admitir, y ahora estaba a punto de hacerlo de nuevo.
—La universidad puede esperar —murmuró, apretando los labios.
—No, Emma. Tú has esperado suficiente. No puedes seguir dejando tus sueños de lado por mí. Mereces algo mejor que esta vida de preocupaciones y sacrificios.
Emma sintió un nudo en la garganta. Quería decirle que todo estaba bien, que no se preocupara, pero la verdad era que estaba agotada.
—Y también deberías pensar en enamorarte —continuó su madre con un leve brillo en los ojos—. Siempre estás trabajando, siempre preocupada… ¿No hay alguien que te haga sonreír?
Emma negó con la cabeza rápidamente.
—No tengo tiempo para eso.
No le diría la verdad. No le contaría sobre Leo, el hijo del dueño del café, que no dejaba de acosarla. No quería cargar a su madre con más preocupaciones de las que ya tenía. Bastante sufría con su enfermedad.
—El amor no siempre llega cuando tienes tiempo —dijo su madre con una leve sonrisa—. A veces aparece cuando menos lo esperas.
Emma pensó en Max y en su mirada por un instante, en su mirada intensa y su sonrisa cálida. Pero sacudió la cabeza, alejando la imagen.
—Ahora no puedo pensar en eso, mamá.
—Solo prométeme que, cuando llegue alguien que valga la pena, no lo dejarás ir solo porque tienes miedo de pensar en ti por una vez.
Emma sintió que el corazón le dolía. Quería prometerlo, pero no estaba segura de poder cumplirlo.
—Descansa, mamá —susurró, besándole la frente.
Su madre cerró los ojos lentamente, y Emma se quedó allí, sosteniéndole la mano, mientras el peso del mundo caía sobre sus hombros una vez más.
Emma cerró la puerta con cuidado y salió a la calle. La brisa nocturna le acarició el rostro, despejando un poco el nudo que tenía en el pecho. Se envolvió mejor en su abrigo y caminó lentamente por la vereda, tratando de dejar atrás las preocupaciones.
—Emma.
Se detuvo de golpe. Su corazón dio un pequeño brinco al escuchar aquella voz.
Al voltear, vio a Franco acercándose con las manos en los bolsillos de su chaqueta. Su cabello rubio desordenado y sus ojos celestes reflejaban una preocupación que intentaba disimular con una sonrisa.
—¿Otra vez trabajando hasta tarde? —preguntó con suavidad.
Emma sintió que su pulso se aceleraba de una forma extraña. No era la primera vez que hablaban así, pero de repente, la calidez en la voz de Franco la hacía sentir... diferente.
—Sí, ya sabes cómo es… —respondió, apartando la mirada sin querer.
Franco la observó con detenimiento.
—Te ves cansada —dijo, con esa ternura que siempre le dedicaba—. ¿Puedo hacer algo por ti?
Emma forzó una sonrisa.
—Solo con estar aquí ya me ayudas, Fran.
Él sonrió, pero ella sintió que su pecho se apretaba. ¿Por qué estaba reaccionando así? Franco siempre había sido su mejor amigo, su apoyo incondicional. Y, sin embargo, en ese momento, su presencia le causaba un leve cosquilleo en el estómago que no entendía.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad?
Emma asintió, pero sintió su boca seca.
—Lo sé…
Le dio un suave golpe en el brazo, como solía hacer, pero esta vez fue diferente. Su piel rozó la de él por un instante más de lo necesario, y una corriente le recorrió el cuerpo.
Se reprendió mentalmente. ¿Qué le pasaba? Era Franco. Su Franco. No tenía sentido sentirse así.
Caminaron en silencio, pero Emma estaba demasiado consciente de su cercanía. ¿Siempre había sido así de alto? ¿Siempre había tenido esa forma tan tranquila de mirarla?
—¿Cómo está tu mamá? —preguntó él, sacándola de sus pensamientos.
Emma parpadeó, sintiéndose ridícula por haber estado analizándolo como si fuera alguien nuevo.
—Igual… algunos días son mejores que otros, pero sigo sin reunir suficiente dinero para sus medicamentos. Estoy pensando en dejar la universidad otra vez.
Franco se detuvo en seco y Emma casi choca contra él.
—Emma, no puedes seguir haciendo esto. Tienes que pensar en ti también.
Emma sintió que su pecho se apretaba por la intensidad en su voz.
—Lo hago, Fran. Estoy pensando en lo que realmente importa. Mi mamá me necesita.
Él apretó los labios, como si estuviera conteniendo algo.
—Sé que odias que te ayuden, pero déjame prestarte dinero.
—No —negó de inmediato—. No quiero que nuestra amistad se convierta en una deuda.
Franco suspiró y la miró con frustración, pero luego sonrió con ternura.
—Está bien. Pero prométeme que si necesitas algo, vendrás a mí antes de renunciar a tus sueños.
Emma sintió un calor extraño extendiéndose por su pecho.
—Lo prometo —susurró, y sin pensar, le tomó la mano por un instante.
Franco se quedó inmóvil. Emma sintió que su piel ardía al contacto y soltó su mano casi de inmediato, como si hubiera cometido un error.
¿Qué demonios le pasaba?
—Por cierto —dijo apresurada, tratando de cambiar de tema—, hoy conocí a alguien en el café.
Franco parpadeó, como si también necesitara un respiro.
—¿Ah sí? ¿Quién?
—Un cliente. Se llama Max. Parece… interesante.
El gesto de Franco se endureció levemente.
—¿Interesante cómo?
Emma se encogió de hombros, sintiéndose repentinamente incómoda.
—No lo sé. Solo hablamos un rato, pero tenía algo en su mirada… algo diferente.
Franco forzó una sonrisa.
—Ten cuidado, Emma. No todos los que parecen interesantes son buenas personas.
Ella sintió un leve escalofrío. ¿Por qué sentía que Franco estaba molesto? ¿Y por qué de repente le importaba tanto?
—Lo sé, Fran. No te preocupes.
Pero mientras seguían caminando, Emma ya no estaba tan segura de lo que sentía. Su mente estaba hecha un caos, y por primera vez en mucho tiempo, no sabía cómo ordenar sus emociones.