Capitulo 1

1894 Words
Connie Cuando abre la puerta de cristal y me lanza a la calle, caigo sentada. Él me mira con odio, pero yo sonrío. Mi amiga Mary corre y me ayuda a levantarme, y le grita al hombre gordo y calvo que está frente a nosotros: —Pero don Lalo, ¿qué le sucede? ¿Por qué la trata de esa manera? Él me señala, pero mi sonrisa no se borra y empieza a gritar como loco: —Ya te dije, escuincla estúpida, no te quiero volver a ver aquí. Estás despedida y ni sueñes con cobrar un cheque porque no te voy a dar ni un centavo más. Y tú, vuelve al trabajo, porque te puede suceder lo mismo que a ella. Yo me pongo de pie y sacudo mis manos. Puedo ver un gran raspón en ellas. Mary me toma del rostro y lo empieza a examinar. Yo solo le sonrío. —No tienes nada de qué preocuparte, estoy bien. Ella me mira, no muy convencida, y asiente. —¿Me vas a decir qué sucedió en la oficina de don Lalo? Él jamás se había portado así con ninguna de nosotras. Yo me encojo de hombros, pues ya me he despedido, ya no tiene importancia. Así que la miro a los ojos porque me preocupa que ella se quede aquí y él intente lo mismo que hizo conmigo. —Solo le pateé el trasero. Trató de propasarse y tú sabes que yo no soy de ese tipo de chicas. Ella agachó la cabeza y no dice nada. Entonces caigo en cuenta de que ya ha sucedido anteriormente. Don Lalo me había ofrecido una gran cantidad de dinero si accedía a acostarme con él, pero obviamente eso yo no lo iba a permitir. Así que tomo a mi amiga de la barbilla y levanto su rostro para verla directo a los ojos. No puedo creer que ella sea capaz de aceptar algo así. —Mary, dime que tú no has aceptado lo que don Lalo ha propuesto. Veo cómo una lágrima baja por su mejilla y de inmediato la limpia y sonríe. —Por supuesto que no, ¿me crees capaz de algo así? Ella se ve molesta. Yo suspiro más tranquila y le sonrío. —Lo lamento, no quise ofenderte, pero anda, entra. Don Lalo es capaz de despedirte a ti también y sabes lo mucho que necesitas el trabajo. Ella me abraza e ingresa al lugar. Yo me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia mi casa. Ahora que me han despedido, no sé qué rayos voy a hacer, pues ni siquiera me dará el cheque que me corresponde. Cuando llego a casa, mi padre me recibe con una sonrisa en su rostro. Yo me acerco a él y beso su frente. —¿Cómo te fue, hija? ¿Estás cansada? ¿Quieres que te prepare algo para cenar? Yo me siento al lado de él y tomo sus manos. Volteo a ver su rostro cansado, deteriorado por su enfermedad, y le sonrío. —No tienes de qué preocuparte, me fue bien. Estoy un poco cansada, pero realmente no tengo hambre. Comí en la cafetería, así que no te preocupes. ¿Tomaste tus medicamentos? Él me sonríe, pero puedo ver preocupación en sus ojos. —Sí, pero lamento decirte que solo me queda medicamento para dos días. Hija, si tú me dejaras, yo podría ayudarte a conseguir algún trabajo. Mis medicamentos y los de tu hermano son muy caros. Te matas trabajando solo para que estemos bien, no es justo. Yo lo interrumpo antes de que siga hablando. —No te preocupes, papá. Mañana trataré de conseguir el dinero para comprar tu medicamento. ¿Dónde está Manuelito? ¿Se ha sentido bien? —Ya sabes, lo de siempre. Se siente muy cansado. Yo asiento, beso su mejilla y me pongo de pie. Camino hacia la habitación de mi hermano. Cuando abro la puerta y lo miro dormido, tan tranquilo, sonrío. Manuel tiene 10 años y desgraciadamente nació con un problema cardíaco. Cuando él nació, yo tenía 15 años. Un par de años después, mi madre nos abandonó, pues decía que esa vida no era para ella. Claro que no, mi padre trabajaba tanto y el dinero que le daba ella lo gastaba en ropa, perfumes, zapatos; apenas dejaba unos cuantos pesos para comer. Cuando le detectaron a Manuel su enfermedad, ella decidió marcharse, ya que el dinero que le daba mi padre ya no era para lo que a ella le gustaba gastar, sino para las medicinas de Manuel, que eran un poco costosas. Yo empezaba la universidad. Desgraciadamente, cuando mi padre enfermó, tuve que dejar mis estudios y ayudarlo a mantener la casa. Él siempre me pide que lo deje ayudarme, pero es un hombre mayor y sé que yo puedo sacarlo adelante. Pero cuando te encuentras con hombres tan cerdos como mi exjefe, te preguntas qué tan injusta es la vida. Camino hacia mi recámara y de inmediato empiezo a quitarme la ropa. Me meto a la ducha y tallo tan fuerte donde el desgraciado se atrevió a tocarme, aunque solo fueron mis brazos. Siento asco de recordarlo. Cuando termino de bañarme, salgo y de inmediato me pongo una pijama y me tiro en la cama, viendo el techo y pensando cómo diablos le voy a hacer para conseguir ese dinero. Cierro mis ojos y limpio algunas lágrimas. A veces me siento tan impotente, pero no me puedo rendir, no ahora que ellos me necesitan. Ni siquiera me doy cuenta en qué momento me he quedado dormida, pero escucho que mi padre toca la puerta, así que de inmediato me levanto, pensando en que pudo haber pasado algo con mi hermano o incluso con él. —¿Sucede algo, papá? Él me sonríe y acaricia mi rostro. —Tranquila, el desayuno está listo. Si no te apuras, se te hará tarde para irte a trabajar. Yo suspiro y asiento, cierro la puerta y me recargo en ella. A empezar de nuevo, pero sin perder más tiempo, me empiezo a cambiar. Cuando voy hacia el comedor, efectivamente, mi padre tiene el desayuno listo y mi hermanito ya se encuentra ahí. Yo me acerco a él y lo abrazo, y reparto besos en todo su rostro. Amo a este pequeño. Creo que me he comportado como su madre, porque la que la vida le dio es una desgraciada sin escrúpulos. Él empieza a renegar para que lo suelte. —Connie, no hagas eso, me llenas de babas y hueles feo, te acabas de levantar. Yo lo miro con los ojos entrecerrados porque sé que no es verdad, pero le gusta mucho molestarme. Empezamos a desayunar. Cuando termino, me pongo de pie, beso sus mejillas y tomo mi pequeño bolso viejo y muy roto, y salgo de casa con la esperanza de encontrar algo que me ayude a llevar un poco de dinero a casa. Cuando estoy en la parada del bus, compro el periódico y empiezo a señalar cada anuncio que haya la posibilidad de que me puedan contratar. Empiezo a caminar prácticamente por toda la ciudad. Mis pies arden, pues han pasado horas desde que salí de casa y, desgraciadamente, al parecer no hay nada para mí. Cuando por fin llego a una pequeña cafetería, me recibe una señora mayor. Me paro frente a ella y le sonrío. —Buenas tardes. —Buenas tardes, dime linda, ¿en qué te puedo ayudar? Yo tomo el periódico y le muestro el anuncio. Ella me sonríe y asiente. —Bien, ¿te interesa el trabajo? ¿Cuántos años tienes, linda? Te ves muy joven. Yo agaché la cabeza con un poco de pena, pues aunque me vea muy joven, ya no lo soy tanto. —Tengo 25 años. Ella me sonríe, prepara dos tazas de café y me guía hacia una pequeña mesa. Me señala una silla y yo tomo asiento, y ella se sienta frente a mí. —Muy bien, ¿cuál es tu nombre? Yo me llamo Esperanza, pero todos aquí me dicen Penny. Ella me extiende su mano y yo la tomo. —Mucho gusto, Penny. Yo soy Consuelo, pero me puedes decir Connie. Disculpa que esté impaciente, la verdad es que no puedo perder mucho tiempo. ¿Me puede dar el trabajo? Ella suelta una risita y asiente, y se los juro que mi corazón late de pura felicidad. —Sí, cariño, te puedo dar el trabajo. Se ve que lo necesitas mucho. Yo sonrío y asiento. La verdad es que ella no tiene idea de cuánto me está ayudando en estos momentos. Pasamos un rato platicando de todo un poco, pero cuando veo que se ha hecho tarde, me pongo de pie y me despido de ella. Jamás pensé conocer a una mujer tan dulce. Empiezo a caminar de vuelta a casa. La verdad es que ese tiempo que estuve con Penny platicando me había servido para descansar. Cuando estoy por llegar a casa, veo cerca de cuatro camionetas muy lujosas, demasiado grandes que hasta dan miedo. Con paso un poco más lento, me acerco, pero cuando veo que un hombre le grita a mi padre, empiezo a caminar más rápido. Cuando estoy a punto de llegar, escucho que le dice: —Pues ya lo sabes, si no tengo el dinero para mañana mismo, tú y tus hijos tienen que salir de aquí. Si no lo haces, yo mismo vendré y te sacaré. El reloj está en tu contra, así que... Ni siquiera lo dejó terminar de hablar cuando me paro en medio de los dos y lo empujo. No sé quién es este hombre y no me interesa, pero a mi padre no lo va a amenazar de esa manera. Cuando él me mira, siento que mi piel se eriza. No sé qué es, pero su mirada es tan fría. Me ve con odio, rencor, y yo ni siquiera sé quién es este tipo. —No le vuelvas a hablar así a mi padre. Tú no eres nadie para venir a decirnos lo que tenemos que hacer, así que largo de mi casa. Él suelta una carcajada, pero juro que esa risa me dio miedo, solo que no se lo iba a demostrar. Él se acerca mucho a mi rostro sin dejar de sonreír. Mi padre me toma del brazo y me susurra al oído: —No, Connie, no lo hagas, por favor, no te metas en este problema. Sé que el hombre ha escuchado perfectamente lo que mi padre dice. No deja de verme directo a los ojos y la verdad es que su mirada intimida, pero no a mí. —Hazle caso a tu padre, muchacha. No sabes con quién te estás metiendo. Estoy por decir algo, pero él se aleja un poco y mira a mi padre de nuevo, como si yo no estuviera parada en medio de ellos dos. —Ya estás advertido, Enrique. Mañana es el tiempo límite. Él se da la vuelta con mucha elegancia camina hacia su camioneta. Los hombres que estaban a los lados de él hacen lo mismo. Cuando veo que se han marchado, volteo a ver a mi padre, muy confundida, pues no sé ni quién es ese tipo ni por qué nos está echando de nuestra propia casa, pero esto ahora mismo lo averiguo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD