CAPÍTULO 1

1359 Words
—Sube al auto —ordenó con furia el chico de cabello rubio y rizado que conducía al parejo de la morena de ojos oscuros que caminaba por la acera. Pero ella no quería estar más con él, y no porque quisiera alejarlo para siempre, solo no quería seguir discutiendo. Lo que María quería era dejar pasar el tiempo para que ambos se calmaran y así no seguir lastimándose. —Vete al infierno —dijo ella y siguió su camino. —Que subas al auto, te dije —soltó aún más molesto Sergio. María detuvo su paso haciendo que él detuviera el auto, y miró a Sergio con cierto dejo de burla. —Y yo te dije que te fueras al infierno —repitió la joven retomando su camino y terminando de enfurecer al que le hablaba. Sergio odiaba cuando María hacía lo que a él no le gustaba, odiaba que lo desobedeciera y, sobre todas las cosas, odiaba esa sonrisa burlona que le mostraba con la única intención de hacerlo enojar. Ella acababa de hacer las tres cosas que él más odiaba. El rubio bajó del auto y, a paso rápido, logró alcanzarla. Atrapó a María de un brazo y la llevó hasta el auto donde, sin ningún miramiento, prácticamente la lanzó dentro. María no bajó del auto. Ella sabía que Sergio estaba demasiado enojado como para atender razones, y no quería seguir ofreciendo tan lamentable espectáculo. Lo mejor sería que ambos volvieran a casa y allí terminar con todo. Pero ese no era el plan de su aún novio. En cuanto Sergio volvió a su asiento arrancó el auto a mucha velocidad. A María eso le pareció imprudente, además de peligroso, pero no dijo nada. Ella también estaba molesta y no quería discutir en el auto, eso sería imprudente y peligroso. Sergio siguió aumentando la velocidad y comenzó a adelantar autos. María comenzó a ponerse nerviosa. » ¿Qué estás haciendo? —preguntó la chica ya sin nada de coraje y, el que aún permanecía furioso, soltó los planes en su cabeza. —Querías que me fuera al infierno, ¿no? —preguntó con una sonrisa, más lúgubre que burlona—, pues nos iremos juntos. María no alcanzó a reaccionar, cuando las palabras de Sergio cobraron sentido en su cabeza ya era demasiado tarde. Sus ojos solo alcanzaron a ver cómo, al pasarse el alto del semáforo, una camioneta negra se estrellaba al costado de su acompañante y, contrario a toda lógica, el auto se deslizó de lado y comenzó a dar vueltas sobre sí mismo. Mientras vidrios raspaban su piel, y algunas cosas golpeaban su rostro y cuerpo, la confusión se apoderó de María. Tal vez por el shock, María no distinguía absolutamente nada, sentía golpes que no le dolían y veía sangre que no la mojaba. En su cabeza solo había confusión. No estaba segura de qué había pasado, y no sabía qué iba a pasar, no se atrevía a imaginarlo siquiera, eso le daba mucho miedo. Mientras daban vueltas en el auto, mientras la inconsciencia, a modo de una fría sensación, comenzaba a apoderarse de su cuerpo y cabeza, no dejaba de preguntarse «¿Cómo es que las cosas llegaron a esto?» Ellos habían prometido vivir para hacerse felices, no para empujarse a tal barbaridad que la hundió en la oscuridad por no sabía cuanto tiempo. «¿Cómo es que pasó esto?» La única pregunta en su cabeza, mientras las incomprensibles voces del exterior no alcanzaban a llegar allí. Pero una frase sí lo hizo, una que desearía no haber escuchado nunca, una que le invitó a cerrar los ojos y a no volver a abrirlos jamás. * * Su cuerpo se sentía pesado, dolorido y, ¿cómo podría definir esa sensación? Sentía como si le hubiesen puesto en una licuadora y aspas filosas le hubiesen hecho añicos el alma. ¿Molido? Sí, justo así era como se sentía su cuerpo: molido. Se encontraba en la anhedonia de una conciencia que aún no se recobra del todo cuando se preguntó al fin qué era lo que había pasado, deseando con todas sus fuerzas que la respuesta que le daba su memoria fuera una broma de sí para sí. Sintió el cuerpo entumecido y la garganta seca. Sintió el dolor del arrepentimiento presionarle la garganta. Sintió que la culpa le asfixiaba y quiso gritar y salir corriendo a desmentir la idea que le atravesaba actualmente la cabeza. Pero no pudo. Sus ojos solo le mostraban oscuridad, era lógico ya que se encontraban cerrados y, por más que intentó, no logró abrirlos, como tampoco logró que su cuerpo hiciera algún movimiento. «¿Qué es lo que está pasando?» Se preguntó, pero no hubo respuesta. Y aún sin respuesta imaginaba lo peor. Su pregunta le había recordado el penoso accidente en que ambos se habían visto envueltos por su culpa. «¿Su culpa?» Sí, definitivamente era responsable de lo ocurrido. Y ahora solo podía rezar por que ambos hubieran sobrevivido. Aunque no tenía la certeza de que su condición se pudiera definir como "con vida". No cerró los ojos porque estos jamás se abrieron y aunque, al parecer, su conciencia fue retomada, puede que todo eso solo fuera un sueño, o una horrible pesadilla. Eso era lo que más quería. Pero a veces nuestros deseos no se hacen realidad, sobre todo cuando el karma se hace presente. Porque cuando uno se equivoca tanto las consecuencias a afrontar son demasiado costosas. ** En esa oscuridad apabullante, donde solo sus pensamientos hacían ecos, se encontraba pensando en tantas cosas que fueron, en tantas cosas que pudieron ser y que, quizá, por su gran error, ya no serían. Se lamentaba constante y repetidamente por lo que había ocurrido. «Debí actuar de otra manera... debí hacerlo diferente... debí reaccionar mejor... debí esforzarme más en entender» Esos eran los reclamos de su agonizante alma. No sabía cuánto tiempo había estado en esa oscuridad que le mantenía en cautiverio y que, de vez en cuando, apagaba por completo sus sentidos. Infinidad de ocasiones se perdió tanto tiempo que, cuando al fin recobraba esa "conciencia", sentía haber revivido. Aunque viviendo no era como se sentía. Y es que no puede llamársele vida a cortos periodos de semiconsciencia. No puede ser vivir esos pocos momentos en que solo podía escuchar lo que en el exterior ocurría, casi siempre sonidos de aparatos de hospital y los sollozos de alguien. Sabía que estaba en coma, en uno de estos periodos de "conciencia" escuchó el diagnóstico que daba el que, suponía, era su médico a la que, suponía, era su madre. Mientras su pausa en la vida se alargaba, sus periodos de inconsciencia también lo hacían. Eran ya solo pequeños, y muy esporádicos, los momentos en que podía atender al exterior. Un exterior que no le atendía. Cientos de veces debió tragar la frustración de no poder preguntar por la salud de la persona que amaba y que, cuando podía pensar, no lograba apartar de sus pensamientos. «¿Cómo es que estará?... ¿Seguirá con vida?... ¿También estará en coma?» Preguntas que aún, después de quién sabe cuánto tiempo, seguían robándole el aliento. Fuese lo que fuese que hubiera ocurrido jamás se perdonaría haberle hecho daño, mucho menos después de haber prometido vivir para protegerle y hacerle feliz. En su estado actual no lograría obtener información de lo que quería saber, pero, quizá desde el cielo podría. Aunque teniendo en cuenta lo que había causado, quizá al cielo no era justo el lugar al que llegaría, quizá pagaría su culpa desde el infierno. Qué ironía. Al final sí terminaría en el infierno, y tal vez eso era mejor que soportar esa frustrante agonía. Por eso decidió entregarse a la muerte. Por eso se resignó a no recobrar la conciencia nunca más, cerrando sus sentidos al mundo. Una congelante sensación comenzó a apoderarse de su cuerpo, y suplicó de nuevo porque ella estuviera viva, porque ella estuviera bien. Y, al parecer, esa vez alguien escuchó su petición, pues, justo antes de que todo terminara, escuchó una conocida voz preguntar: —¿Sergio?
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