CAPÍTULO 3

1719 Words
—Yo no voy a discutir esto contigo, no de nuevo —dijo María mientras señalaba con su dedo índice el rostro impasible de Sergio. Él ya esperaba semejante reacción pues, justo como María lo había indicado, era algo que ya habían discutido en más de una ocasión antes. —María, entiende... —pedía Sergio lleno de agobio, pero María no quería entender, ella ni siquiera quería escucharlo, así que lo echó de su casa. —Vete —ordenó la chica abriendo la puerta de su habitación donde Sergio solo había logrado enfadarla, de nuevo. Sergio respiró profundo y, después de rendirse, caminó hasta la puerta. Pensando en que esa sería la última vez que le podría decir algo, al menos en una semana que era lo que aproximadamente le duraba el coraje a María, Sergio tiró su última carta. —María, recuerda que si el río suena es porque agua lleva —soltó Sergio un dicho popular con la intención de incitar a la chica a escuchar los rumores a su alrededor. Pero María no quería escuchar a su mejor amigo, ¿por qué escucharía chismes escolares? —O porque las piedras envidiosas de no poder avanzar hablan mal del río —dijo ella buscando defender eso que para ella era sagrado, haciendo que el que la escuchaba le mirara incrédulo. Sergio no podía creer a qué punto su amiga estaba cegada por el amor a ese idiota que no la merecía. El joven negó con la cabeza y suspiró con cansancio. —Me será bastante satisfactorio decir "Te lo dije" —dijo para la que esperaba dejara la habitación para poder estrellar la puerta en el marco y desquitar así todo el coraje que contenía. María frunció el entrecejo y, de puro coraje, apretó su mandíbula mientras sus fosas nasales se contraían. —Estúpido —vociferó la chica después de aventar la puerta con tanto coraje que, como diría su padre, se había sellado. —¡María! —escuchó de parte de su madre. —¡Si, si, ya sé, la puerta! —gritó y pateó la papelera, estrellándola contra la pared, esparciendo papeles y demás desechos por toda la alfombra que rodeaba su cama. —¡María! —oyó un grito más de parte de su madre. La joven ya no contestó, se tiró en la cama y dejó que las respiraciones profundas que se estaba obligando a hacer le quitaran el coraje de la reciente discusión. Por su parte, Sergio se despidió de la señora Alicia, que gritaba una vez más al escuchar las sonoras rabietas de su hija. El chico se disculpó por hacer enojar a esa que ya de por sí era berrinchuda. Pero Alicia, que conocía mejor que nadie a su única hija, regaló al chico que conocía de toda la vida, y que adoraba por ser como su sobrino favorito, otro dicho popular. —La niña llorona y tú la pellizcas —dijo moviendo en negativas la cabeza. —Lo lamento —volvió a decir Sergio con una sonrisa no tan apenada. Sergio salió de la casa de su mejor amiga, cruzó la calle, atravesó el jardín de su casa y entró en su hogar. » Ella es imposible —dijo cerrando la puerta tras de sí, recargándose en la madera recién cerrada. —¿Qué pasó con María ahora? —preguntó una chica que, desde la sala, escuchaba los susurros del alma de su querido hermano menor. —¡Ángela! No me asustes así —pidió el chico poniendo ambas manos en el pecho mientras caminaba hasta donde su hermana reía—. ¿Cómo sabes que es con María? —preguntó Sergio haciendo un espacio en el sofá que Ángela mantenía lleno de libros de consulta, revistas, cuadernos de notas, marcadores de colores, comida y un PSP para despejarse de la tarea. —Hasta acá escuché el portazo —explicó Ángela sonriendo burlona. Sergio sonrió negando con la cabeza, suspiró y, abrazando los libros de su hermana, dejó caer su cabeza en el respaldo del sillón. » ¿Quieres contarme? —preguntó la chica quitando la laptop de sus piernas y dejándola sobre la mesa de centro que mantenía llena de otros materiales. Era casi final de semestre, y la universidad no era muy benevolente con los estudiantes por dichas fechas, así que la joven se la pasaba con la nariz metida en los libros tanto como su casi nula capacidad de atención le duraba activa. —Aún no eres psicóloga —anunció Sergio a su única hermana una dolorosa verdad. Pero la verdad que diría Ángela era aún más dolorosa. —Y al paso que voy jamás lograré serlo. Estoy tan estresada que estoy a nada de convertirme en asesina serial en nombre de mis pulsiones —dijo y, aunque el mal chiste solo lo entendió ella, ambos rieron. —A este paso terminarás loca —bromeó el chico. —Te equivocas —dijo la chica—, no terminaré así, yo camino por la locura desde que decidí estudiar psicología... No sé en qué estaba pensando cuando lo decidí. Ángela suspiró con pesar, pero no con arrepentimiento. Esa pesadumbre solo era estrés intentando escapar de ella. » Pero al menos no terminaré con el amor de mi vida odiándome —soltó de la nada, logrando que su hermano se incorporara mirándola asombrado. Ángela sonrió. » Relajado, hijo de mi madre —continuó la joven moviendo ambas manos de arriba abajo—. No se te nota tanto, pero a una casi experta en la conducta humana no le puedes ocultar algo así, menos si esa casi experta es tu hermana que te conoce de toda la vida. Sergio respiró profundo, retomando su postura anterior. —Y si a eso le sumamos tu manía de meter la nariz donde no te llaman, menos te lo oculto —dijo él fingiendo molestia. Ángela entrecerró los ojos para reprocharle, al menos, con la mirada. Pero solo la mirada no era suficiente, así que, llevando sus manos en puño a su cadera, hizo una pregunta para el que ahora miraba fijo el techo. —¿Qué se supone que significa lo que dijiste? —cuestionó en un tono de voz acusón. —Que eres una metiche —explicó el joven a su hermana, regalándole una mueca burlona y ganándose un pellizco de parte de la ofendida. —Mira mocoso, o me cuentas o te largas. Tengo mucho trabajo como para perder el tiempo en nada. El tono de reproche que uso la joven, que en serio quería saber, le hizo saber a su hermano que, a pesar de su curiosidad, ella no insistiría, pues aún si Sergio no decía nada, tenía otra fuente de información. —Te diré solo porque la versión de María está sesgada por el amor —indicó el chico y le contó a su hermana todo sobre los rumores que había en la preparatoria sobre el amado novio de María. —Pero solo son rumores, ¿no? —preguntó Ángela después de escuchar la historia de su hermano. A Sergio se le escapó un suspiro. —Ojalá lo fueran —dijo ganando toda la atención de su hermana que, desde que comenzó a escuchar a su hermano, estaba jugando "Naruto Shippuden: Ultimate Ninja Impact". Dejando la consola en la mesa, a un lado de la computadora, Ángela hizo una pregunta más. —¿Lo viste? —preguntó y él inhaló profundo antes de exhalar aún más largo. Abriendo sobremanera los ojos, Sergio asintió con la cabeza mientras mantenía las mejillas infladas y los ojos fijos en la pared frente al sillón. » ¿Y le dijiste que lo viste? —preguntó la que, cuatro puntos al asiento del sillón, invadía el espacio vital de su hermano menor. —Claro que no —respondió Sergio empujando a su hostigosa hermana—. Si solo por decirle que escuché los rumores me ha dejado de hablar por periodos semanales, ¿cuánto crees que me tome lograr su perdón por enfrentarla a eso que no quiere ver? Porque no lo quiere ver. Ángela volvió a dejar caer el trasero en el sillón y, después de pensarlo un poco, volvió a abrir la boca.  —Tienes razón —dijo la chica—, mejor no te metas en eso. No hay peor ciego que el que no quiere ver, y si la obligas a verlo solo lograrás que te odie. —¿Sabes? No estudio psicología y me tomó menos tiempo deducirlo —dijo burlón el muchacho. La mayor tomó los cachetes de Sergio y los apretó haciendo a su pequeño hermano quejar por el dolor infringido en sus mejillas. —No estaba pensando en eso —excusó poniéndose de pie después de soltar a su hermano—, pensaba en qué puedo hacer para que ella se dé cuenta sin que me odie. —Ángela, no te metas en esto —casi imploró el rubio—. Si ella se enoja contigo, ¿quién va a abogar por mí con ella? Pero la rubia de ojos azules no le escuchó. Todos sus sentidos estaban concentrados en el plan que justo en ese momento se maquilaba en su cabeza. Un plan para abrirle los ojos a esa morena que quería tanto como a una hermana. Aunque eso no lo podía asegurar, ella no tenía una hermana para hacer la comparación, solo tenía a Sergio y a veces no lo quería tanto. Pero sí la quería mucho, lo suficiente como para no permitir que el idiota de Javier le viera la cara de tonta. Sólo debía confirmar con sus propios ojos lo que todos en la prepa decían y lo que su hermano confesaba haber atestiguado. Si Javier le era infiel a María, ella tomaría cartas en el asunto. Ángela protegería a su hermanita de quien fuera. » Ángela, este no es tu asunto —alegó el chico pretendiendo pararle la cabeza y pies a su hermana. —Soy la hermana mayor y me corresponde proteger a mis hermanos menores —informó la joven dispuesta a solucionar el asunto.  —Tú no eres su hermana mayor —informó Sergio algo que ella sabía, levantándose del sofá para dejar sola a la loca de su hermana—, solo eres una metiche.
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