—¡Al fin dejaste de llorar! —exclamó con tono burlesco Ángela a la chica que no la miraba.
María tenía la cabeza gacha y la mirada apagada; tenía los ojos enrojecidos por tanto tiempo de llanto, los parpados hinchados y casi todo su rostro ardía por la salinidad de sus lágrimas.
» Hermosa, todo va a estar bien —prometió Ángela sentándose en la orilla de esa cama que tenía muchas horas abrazando el cuerpo de la débil chica.
Pero María no le creía. Ella sentía como si se estuviese haciendo pedacitos, como si alguien le estuviese arrancando a trozos piel, carne y cada uno de sus huesos.
Estaba destrozada y dolida. Sentía que no podía cargar con lo que había sucedido recién, por eso, sin fuerzas, había decidido quedarse tirada y llorando su desgracia.
» Mari, mírame —pidió Ángela.
María levantó la cara, la miró con cansancio, los ojos apagados y sin lograr sonreír pues sus labios que temblaran por un llanto que amenazaba con volver pesaban casi tanto como su corazón.
La menor de las dos volvió la mirada a ese punto muerto que le mantenía serena, para evitar caer en ese llanto que la estaba ahogando y le dolía tanto.
La rubia miró dolida a su pequeña casi hermana, ella estaba sentada en la cama, apenas recargada a una cabecera fría, sus manos se cruzaban frente de ella sosteniendo cada codo. Parecía que se contenía a sí misma.
Ángela se reprochó haberla puesto en esa posición, pero, aun con lo mucho que le dolía ver a su amiga destruida, creía que era lo mejor.
Lo mejor es saber la verdad y enfrentarla, aunque eso duela, estaba segura de ello.
Ángela era fiel creyente de que uno aprende con el dolor, que el dolor nos enseña muchas cosas y nos hace fuertes.
El dolor es un cruel maestro al que, inevitablemente, en la escuela que es la vida, algún día enfrentaremos, eso lo sabía también.
La rubia se limitó a mirar a su amiga que miraba a la nada. Parecía no pensar en nada, y quizá era lo que justo en ese momento le pasaba a María por la cabeza, nada.
La morena se había cansado de pensar, se había cansado de intentar encontrar respuestas, así que dejó de darle vueltas al asunto. Todo era tan ilógico que no podía dejar de ser incomprensible, al menos para ella.
María parecía tranquila, aunque la anhedonia que sentía justo en ese momento era más melancolía que serenidad.
De rato, Ángela escuchó la pesada respiración de la chica y la vio levantar de nuevo el rostro, y dedujo que estaba lista para hablar.
Desde el jueves que descubrieron a Javier en el parque, María no había hablado con ella. Aún después de mucha insistencia, Ángela no logró nada de ella, ni que la mirara, solo la había estado escuchando sollozar debajo del edredón donde se refugiaba.
El viernes María no fue a la escuela, y tampoco dejó la cama. Ya era sábado a mediodía y recién la chica volvía a dar señales de vida, aunque parecía más muerta que antes.
Antes al menos hacía sonidos y temblaba por el llanto, justo en ese momento no hacía nada.
Pero no podía ser de otra manera. María se había decidido a dejar ir algo que le proveía seguridad. No podía ponerlo en palabras, pero sentía que había perdido demasiado, aunque no debiera ser así. Ellos no merecían la pena.
Alguien que, después de recibir tanto amor, nos hiere no merece la pena. María lo sabía y aun así le dolía.
A diferencia de lo que Sergio y muchos creían, María no apartaba los oídos de los rumores, ella solo se hacía de la vista gorda. María estaba casi segura de que Javier le era infiel, por eso no se decidía a entregarse por completo a ese que insistentemente le pedía su cuerpo.
Pero ya había terminado con eso a lo que tanto tiempo se había aferrado. No lo había hecho antes porque temía a esa tristeza vaga y profunda que sosegaba su estado anímico en ese momento, y no le gustaba no sentir nada.
María temía dejar a Javier porque le asustaba la soledad a la que se enfrentaría, no quería estar sola de nuevo, odiaba la soledad y eso era justo lo que creía que le esperaba.
* *
María nunca fue la estrella, nunca fue popular, más bien pasaba desapercibida, pero eso nunca le importó. Los "qué dirán" no eran algo de lo que se preocupara, al menos no antes de la pubertad.
Cuando adolescente notó que había algo más que su familia y vecinos. Había algo llamado "amistad" y eso era completamente diferente a lo que siempre había tenido. Era diferente porque no era algo real, solo eran banalidades adolescentes y aun así lo quería.
En secundaría se hizo popular gracias a una enorme mentira. Su guapo, dedicado y falso novio Sergio, la puso en la mirilla.
Alguien un día malinterpreto la relación de esos dos chicos tonteando como siempre lo habían hecho. Atrayendo la atención de las "populares" de su colegio. Entonces María obtuvo algo que no quería, pero que le gustó tener.
Ella no desmintió el noviazgo, al contrario, lo presumió, convirtiéndose en la chica más popular.
No todas las chicas lograban tener un novio guapo que siempre fuera por ellas al instituto, les cargara la mochila y las hiciera sonreír de tal manera como lo hacía Sergio con ella.
Ella usó a Sergio como fachada y como el aludido nunca se dio por enterado no fue realmente afectado.
Cuando la secundaria terminó y María debía cambiar de instituto pensó que algo real le vendría bien, así que al ingresar al bachillerato, con un objetivo claro en la cabeza, la chica fue deslumbrada por Javier, un tipo simpático y risueño que parecía ser bastante popular.
Aunque quizá eso no era para ella; es decir, ella solo necesitaba a alguien normal. No quería seguir viviendo de apariencias, quería algo real. Pero cuando Javier la miró por primera vez, al pasar frente a ella, le dedicó una radiante sonrisa. Entonces María creyó que eso podía ser real y lo buscó.
A pesar de que la mayor parte del tiempo estaba pegada a Sergio, que se convirtió en su compañero de institución y aula, María se dio tiempo de buscar a ese que le fascinaba.
Ganar lo que quería sin perder lo que adoraba le parecía bastante bueno. La joven pensó que sería fantástico tener algo real con Javier mientras seguía siendo popular. Pues estar con Javier en definitiva la haría popular.
Y sucedió. A Javier la chica de cabello y ojos oscuros le fascinaba desde antes. Ella fue la reina del instituto donde estudiaba su hermana. Era bastante popular, por lo que sabía, así que seguro le daría lo que él quería: fama.
El destino decidió que en la siguiente ronda la utilizada fuera ella. Así es como funciona el karma, hoy nos hace lo que ayer hicimos.
El inicio de la relación fue arcoíris, pandas y polvo de estrellas, pero, como la bella mentira que era, no duraría demasiado.
Tras bambalinas las cosas no iban tan bien, además, Javier no era buen actor, él era el malo que fingía ser bueno para su princesa, sin dejar de ser malo en realidad, y muchos lo notaron.
Los dimes y diretes no se hicieron esperar, pero María no los creía. Ella estaba ciega de amor, para ella Javier era tan perfecto que no osaba siquiera imaginar que él hiciese algo que no fuera correcto.
Tonta que era, pero así era cómo funcionaba el amor con ella. El amor disfrazó las imperfecciones de tonterías y volvió perfecto a su amado.
Sin embargo, todo sueño, aún si es feliz, termina tarde o temprano; y a ella no le restaba mucho para despertar.
Del sinfín de infidelidades que eran la comidilla de toda la escuela, ella no quiso creer nada, al menos no al principio. Al principio tenía ciega fe en ese que adoraba. Pero, a María, la vida le escupió en la cara esa verdad que se negaba a ver: su amado novio tenía otra.
Eso confirmó en el parque. Javier, de las seis que le colgaban, al menos con una si salía, y eso rompió su corazón, sobre todo porque era su amiga quien participaba de esa farsa que se dio cuenta era su vida amorosa.
* *
—Ángela... tú eres psicóloga... así que explícame —pidió la chica con la voz entrecortada y lágrimas recorriendo sus ardidas mejillas—... Dime, ¿cómo es que alguien que se dice tu amiga te traiciona de esta manera?... Explícame, ¿cómo alguien que jura amarte es capaz de hacerte tanto daño?... Yo no podría... Yo no le haría daño a nadie... Mucho menos a los que amo... Así que, responde Ange, ¿cómo es que ellos pudieron hacerme esto?
María terminó hipando, luchando para que el aire que se agolpaba en su garganta llegara a unos pulmones no muy dispuestos a recibirlo.
Y, ¿cómo podrían? Si estaban tan cansados del sobre esfuerzo que implicaba seguirles el paso a las más de veinte horas de llanto de la chica.
Ángela le vio temblar y la escuchó llorar de nuevo; y se rio de sí misma al recordar que la noche del jueves había concluido que María era fuerte y justo en ese momento, al verla tan destrozada por algo que no valía la pena, se daba cuenta que aquello solo había sido una falsa valentía hablando por su amiga.
—No lo sé amiga —dijo abrazándola fuerte a su pecho—, aún no soy psicóloga, y no me va tan bien en la carrera.
Esa jugarreta hizo lo que no pensó sucedería, lograr que una fugaz sonrisa se dibujara en el rostro de la que hacía muchas horas solo lloraba.
—Ay Ángelaloca —bufó María luego de su apenas perceptible sonrisa.
Ángela levantó el rostro de su amiga, empujando suavemente con sus dedos su barbilla para que le diera la cara.
—Te estas ahogando en un vaso de agua —aseguró la mayor mirándola a los ojos, casi en tono de reproche.
María lo sabía, recién había descubierto que ellos dos no valían sus lágrimas, pero solo no podía evitarlo, y es que, como dijo ella:
—Este vaso es todo mi mundo justo ahora, y no puedo nadar en tan dolorosas lágrimas cuando cargo con tan pesados sentimientos... Me están hundiendo.
—Hay cosas peores que esto, amiga —aseguró la chica rubia—. Te deshiciste de basura, así que no llores por perder esa mierda de amistad y de noviazgo que tenías. Llora cuando yo me muera, porque, déjame decirte, que esa es la única manera de que pierdas a una verdadera y valiosa amiga como yo.
—Eso no me hace sentir mejor —resopló María después de una fugaz risotada, volviendo a su estado anímico anterior.
Ángela la miró con ternura.
—Tengo la solución —aseguró la universitaria poniéndose de pie—. Yo sé que es lo que te hará sentir mucho mejor... ¡Sergio!
María quiso negarse, pero la joven de cabellos rubios se apresuró a dejar la habitación luego de ponerse en pie, así que la morena no tuvo tiempo de objetar, ni de detenerla tampoco.