Unas horas habían pasado desde la aparición repentina de Gaia, cuando Varkolak, confuso y algo aturdido, abrió los ojos. A su lado, Merlyn estaba sentada mirando el enorme libro en sus manos, vestida con la camisa del samurái enrollada en su cuerpo dado que le quedaba grande.
Se incorporó y Merlyn, al ver movimiento, giró la cabeza hacia él con rostro serio:
—¡Varkolak! Al fin despiertas. Ya empezaba a preocuparme.
—¿Dónde estoy? —observando sus manos y su piel desnuda, añadió—. ¿Por qué soy humano?
La joven elfa, sin querer mirarle mucho ahora que estaba sentado sobre el césped recién florecido, respondió:
—La batalla contra esa manada derivó en muchas cosas… Ni siquiera sé qué decir sobre ello.
—No te entiendo… yo estaba herido, casi muerto. Eso es lo último que recuerdo… ¿Me san
