La casa de la pequeña Iris, incluso para estar en aquella pequeña aldea, lucía dejada de cualquier cuidado mínimamente higiénico. El suelo estaba lleno de restos de comida, telas viejas y roedores alimentándose de todo lo que por allí encontraran. El polvo tan pesado en aquel lugar y el hedor era tan repugnante que Merlyn empezó a toser y sentir arcadas. Dejó a Iris sobre la cama, igual de polvorienta y sucia que el resto de la casa y corrió a abrir los dos paneles de madera que hacían de ventana, dejando entrar una fría corriente de aire que destapó por unos segundos sus fosas nasales Regresó a la cama donde Iris, hecha un ovillo, cubría su cabeza entre sus brazos. El desgarrador llanto se había convertido en sollozos. La joven elfa tomó asiento a sus pies, y sin saber muy bien que decir

