Capítulo 4

847 Words
En la habitación ya por fin tirada en la cama empecé a recordar los años de estudiante con mi abuela. - No me gusta que andes metida entre sangre y gente enferma, no quiero que sigas estudiando enfermería. - Esa era su retahíla diaria. - Pero a mí me gusta. - La conversación siempre salía a la hora de comer. - No, a ti se te da mejor la peluquería, es más bonito. Mi abuela me quería por su vida, pero siempre fue muy estricta y autoritaria. Mi abuelo falleció cuando yo apenas tenía nueve años. Tenía cáncer, lo sabía y no nos dijo nada. Cuando lo descubrimos ya era demasiado tarde. Menos mal que mi abuela supo asumir el cargo de jefa de familia. Además, se la daba muy bien mandar. Con el tiempo nos sincronizábamos a la perfección, me reñía mucho, pero lo hacía por mi bien. Somos de una familia más bien humilde, apenas teníamos dinero. Nunca quise ser peluquera, pero tan solo por complacer a mi abuela acepté que me inscribiese en una academia de peluquería. Con el tiempo asumí que eso era lo que me esperaba, peinar a señoras mayores y enterarme de todos los chismes de la prensa rosa. - Abuelita, yo voy a estudiar peluquería, pero solo porque me lo pides tú. - Gracias princesita. - Pero quiero que sepas y que quede bien claro que no es lo que yo he elegido. -Insistí para que entendiese que era su decisión y no la mía. - No te prometo ser tampoco la más aplicada de la clase. - No necesito que seas la más aplicada de la clase, ya eres la mejor. - Mira que te gusta adularme para que me calle. ¡Embaucadora! La verdad que de niña siempre fui bastante rebelde. No me llevaba muy bien con mis primas. Decían que como era hija única era una niña mimada. Sobre todo, mis tías, no paraban de compararme constantemente con mis primas. Yo no soy ellas, yo soy yo. Siempre había sacado unas notas bastante regulares en el colegio. No me gustaba estudiar, pero siempre pasaba de curso con un cinco pelado. Mis tías me chantajeaban con las vacaciones, decían que si sacaba mejores notas me llevarían a la playa. He de decir que eso si funcionaba. Mi madre no vivía con nosotras, se había buscado un novio y se había marchado a vivir con él. No me importaba, estaba acostumbrada a apenas verla. Siempre estaba trabajando o de fiesta con sus amigas. No la culpo para nada, me tuvo muy joven y seguía siendo joven, tenía que disfrutar. Me dejó con mi abuela cuando yo tenía apenas tres años. Mi abuela fue la que me ha criado desde entonces. Por ese motivo decidí hacer feliz a mi abuela y estudiar lo que ella me pedía, aunque eso fuese sacrificar lo que realmente quería. Así que a los catorce años comencé a trabajar como peluquera los fines de semana para poder pagarme la academia. Me tenían barriendo pelos y lavando cabezas todo el día. Desarrolle una especie de alergia en las manos al tenerlas tanto tiempo en remojo. Se me agrietaban y sangraban. - Que tal fue el día mi niña. - Me preguntaba cada día tras el trabajo. - Abuela, este trabajo es muy duro. - Le enseño las manos sangrantes y doloridas. Estaban fatal. - No te quejes tanto, eso pasará pronto si te aplicas los corticoides. - Tu no querías verme rodeada de sangre. - levanté mis manos para que viera las heridas. - Peores cosas te has hecho cuando montabas en bici. - Esbozó una sonrisita. - ¿Recuerdas cuando te lanzaste con ella barranco abajo? - ¡Tenía ocho años! - Siempre recordaba esa anécdota porque le parecía gracioso lo poco temeraria que fui siempre. - Y también terminaste con un brazo roto. - Resople con resignación. - Los chicos del pueblo me habían retado. - Me sume a sus recuerdos. - Y los venciste. - No pude evitar en estallar en carcajadas. La verdad que desde niña siempre fui un poco trasto. Andaba con los chicos por todo el pueblo, jugaba al futbol y sobre todo odiaba las muñecas. Nunca fui un chicazo como mi abuela solía llamarme, pero es que las cosas de niñas me aburrían y no encajaba muy bien con ellas. Prefería hacer cabañas en los huecos de los olivos a estar de picnic en el río. - A pesar de todo abuelita, tuve una infancia feliz. - Y a mí me diste muchos dolores de cabeza. No la miré, pero sonreí pensando en mi última trastada en el pueblo. Recuerdo a mi tía buscándome como loca por todo el pueblo porque nos habíamos peleado mi prima y yo. Sabía que me castigarían sin salir así que me escapé, me subí a una higuera en lo más alto del monte y desde allí la veía pasar y llamarme a gritos. También recuerdo que tuve doble castigo cuando decidí volver a casa. Esa fue la última vez que visité el pueblo.

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