Capítulo 1

3036 Words
Encerrada en estas cuatro paredes y unos cuantos barrotes… Ya no me importa, sé que les costó muchísimo trabajo atraparme, soy muy astuta…. Además, disfruté como nunca cada asesinato —sí que lo hice—. Ver a lo lejos cada hazaña que lograba; nada mal para mí A decir verdad, no me interesa si lo merecían o no. A nadie tampoco nunca le importó cómo me sentí yo, cuánto me dolían sus comentarios y sus bromas estúpidas, cómo me sentía cuando me excluían de todo por ser la “niña rara” del salón.  Ahora sólo queda esperar el resto de mi vida en esta asquerosa prisión. Sí, sé que lo merezco, que me lo busqué. Pero, vamos… ¿Por decencia no deberían darme al menos una celda cómoda? Algo que me diferencie de los demás, sí, eso quisiera. Ellos saben que no soy cualquier presa, saben que no fue fácil encerrarme en éste lugar, y que quizás mi captura les dio una mano para un ascenso, ¡antes les hice un favor! Pero al caso… Cómo sé que todo lo quieren saber, y que mueren de intriga por saber cómo resulté acá, les contaré.  Me quedan muchos años en este lugar, no tengo prisa, entonces empezaré desde que era una niña. Nací y crecí en Filadelfia, Estados Unidos. Mis padres peleaban todo el tiempo, mi papá era el típico padre borracho que llegaba a golpearnos a mi madre y a mí. Por su parte, mi mamá era empleada de un bar cercano a nuestro apartamento y siempre estaba ocupada trabajando. A pesar de ser muy niña yo entendía las cosas y a la fuerza aprendí a vivir en medio de los golpes y malos tratos de un padre borracho, y la poca atención de una madre ocupada y maltratada. Por lo general siempre era muy callada, estaba triste todo el tiempo por la situación en mi casa y se me hacía difícil conseguir amigos; las pocas veces que lo intentaba terminaba siendo rechazada y excluida, siempre me tachaban de rara y antisocial . Me hacían bromas, robaban mis cuadernos, lapiceros y demás. Nunca querían jugar conmigo así que jamás fui de amigos.  Como no me entretenía como los niños normales, mi diversión entonces eran los libros, el mundo y desperté un interés especial por la química y todo lo que comprendía. Todo esto me llevaba a ser una gran estudiante, no puedo decir que tuve alguna mala porque sería mentir y no me gustan las mentiras. Sí, sí, sí, ya lo sé, seré una asesina pero mentirosa, ¡jamás! De hombres ni hablar, los odiaba, con mi padre tenía suficiente, y siendo sincera no imaginaba mi vida con otro hombre golpeándome todo el tiempo como mi papá. Una familia disfuncional y los rechazos constantes por parte de la sociedad: la fórmula perfecta para crear un asesino en serie (al menos conmigo funcionó). Pero volvamos a donde iba, cuando era niña, cuando Kristen Robberts aún no había sentido la curiosidad de quitarle la vida a alguien más, pero ya se forjaban en ella sentimientos de odio hacia todo su alrededor. Recuerdo muy bien que cuando tenía unos doce años fumé mi primer cigarrillo. Mi madre como siempre, estaba muy ocupada en su trabajo y yo estaba en casa con el alcohólico de mi padre.  Esa noche preparé la cena y la llevé hasta su sofá donde veía televisión y tomaba su asqueroso trago todo el día. Por alguna razón, le disgustó lo que le llevé y como era de esperarse me golpeó una y otra vez; las marcas en mi espalda apenas me dejaban moverme, y no sé por qué pero rompí en un llanto incontrolable que peores golpizas de mi padre no me habían provocado antes. Mientras lloraba en mi cama recordé que a veces cuando mi mamá era atacada por mi papá ella fumaba cigarrillos y eso parecía quitarle  el dolor. Decidí entonces ir en puntillas hasta  la sala primero para verificar que mi papá ya estuviera dormido y después tomar sus cigarros que estaban regados por toda la casa. Entré a mi cuarto, abrí la ventana y lo encendí. Di una primera fumarada y me ahogué como nunca antes, el sabor era horrible pero mi curiosidad era mayor, así que no presté atención a su sabor y di unos cuantos soplones más hasta la mitad.  Al terminar, sentí una sensación agradable, estaba tranquila y relajada… Hasta de los golpes me olvidé. Desde ese entonces, el cigarro se volvió mi mejor amigo y aliado. Cuando me aburría de estar encerrada en casa, salía a leer mis libros de química al parque. Me gustaría salir a jugar como lo hacían los demás, pero como les conté, no tenía amigos ni nadie con quién divertirme. Así transcurrió mi infancia y parte de mi adolescencia, alimentando sin saberlo mis traumas y temores, convirtiéndolos en odio y deseo  de venganza. Estando en bachillerato mi cuerpo empezó a cambiar como el de toda mujer que pasa de ser una niña inocente a una adolescente. Bien recuerdo que los chicos de mi escuela que siempre me excluían y se burlaban de mí, ahora no me veían como la extraña, sino que buscaban acercarse a mí con otros intereses. Era obvio, nunca ocultaban sus cochinas caras de morbo y eso me molestaba aún más así que hacia caso omiso a sus comentarios y jamás le di chance  a ninguno. Me encontraba en una etapa en la que muchas personas querían ser mis “amigos” pero yo no los necesitaba. Si en mi etapa de juegos y diversión no los tuve, ¿qué les hacía pensar que buscaba amigos ahora? Yo no, así que continué sola y alejando a todo el que quisiera acercarse. Cuando tenía unos 15-16 años empezaba a definir un poco más mi identidad; el n***o como mi color favorito, rock y metal mi música preferida, cigarros y cerveza mis amigos incondicionales, y los libros y la química como mi único interés particular. Una de tantas noches, pasé al bar donde trabajaba mi madre y estuvimos hablando un rato. —¿Cómo va tu noche, mamá? —pregunté. —Nada mal, hoy hay mucho por hacer. ¿Qué haces en la calle a esta hora?—contestó. —No es nada mamá, sólo quiero salir a distraerme un poco, ¿puedo? —Está bien, no te quedes hasta muy tarde y no des problemas. —me advirtió Filadelfia siempre me gustó, pero la disfrutaba más de noche; con sus luces resplandecientes iluminando toda la ciudad, y sus emblemáticas edificaciones antiguas llenas de historia y cultura por descubrir. Caminando por la ciudad, decidí acercarme a las afueras de uno de los lugares más reconocidos de allí; el Museo de Arte de Filadelfia. Tendí una chaqueta que llevaba para poder sentarme en el pavimento, saqué una cerveza, pues empaqué varias  en mi mochila antes de salir. Por último y no menos importante, tomé un cigarro y lo encendí. Siempre he pensado que no existe mejor sabor que el de la cerveza y el cigarrillo juntos. Disfrutaba cada fumarada y bebida, la noche era perfecta y deseaba pasar allí unas cuantas horas. Pasadas las 11:00 p.m, iba por mi tercer cerveza cuando mi tranquilidad se vio interrumpida por un desconocido que se acercó y sin mediar palabra intentó tocarme… ¿Saben? No sé si esa noche los tragos habían causado alguna alteración en mi, o quizás la adrenalina del momento, mi odio reprimido, o todo junto, hicieron que reaccionara de la manera en que lo hice. Aún recuerdo su barba despeinada y sus dientes amarillentos sonriendo cuando estuvo cerca a mí, como quien gana un premio o encuentra una presa fácil. Qué equivocado estaba el pobre infeliz, no sabía lo que le esperaba de parte de la niña inocente y sola que creía podía ultrajar como a cualquier basura. Forcejeamos un momento y me lanzó al suelo. Sentí un golpe muy fuerte en mi cabeza y empecé a ver borroso. Recordé rápidamente que guardaba una navaja en mis botas, por si en algún  momento llegaba a necesitarla… Y bien que sí, ¡ahora era el momento! Como pude agarré el puñal y lo clavé en su cuello. Pude ver cómo sus ojos se apagaban y allí lo clavé una vez más, asegurándome de dejarlo sin vida.  Allí estaba, con dieciséis años y mi primer asesinato de muchos más que les contaré después.  Quedé en shock por unos segundos y después mi instinto lo único que me decía era que huyera. Corrí varios metros hasta estar relativamente lejos del lugar. Allí, pude reflexionar de lo que había hecho, y me di cuenta de que a pesar de las circunstancias, lo había disfrutado.  Ver cómo su cara de alegría por pensar que obtendría algo conmigo, pasaba a una cara de terror pues sabía que estaba en sus últimos segundos de vida, será algo que difícilmente sacaré de mi mente, considerando que ésta sería una de mis motivaciones para seguir matando y experimentando. De toda la escena, hubo algo que no disfruté tanto; el ensuciar mis manos con sangre. Y peor aún, la sangre de un cerdo indeseable que merecía lo que le hice, no me convencía por completo. Esa noche entonces, decidí que si seguía asesinando lo haría de una manera inteligente. No quería parecerme a la gente que tanto criticaba, y tampoco quería ser tenida en cuenta en el “común” de las personas. Aproveché mi interés por la química y los libros para investigar, y a medida que leía encontraba muchas maneras en las que podía quitarle la vida a alguien, sin necesidad de ensuciar mis lindas manos. Gases, insecticidas, plaguicidas, químicos y demás sólo eran algunas de las interesantes sustancias que ahora hacían eco en mi cabeza y moría de ganas por probar. Pasaron algunos meses y jamás investigaron el crimen del primer hombre que asesiné, pues era un indigente de la calle y constantemente morían en peleas con otros indigentes, o eran asesinados por líos de drogas, el punto es que no eran personas importantes para la policía, que tenía su atención centrada en temas más importantes. Lo siguiente que quería poner en práctica, sería algo sencillo y no muy difícil: una muerte provocada por gas, linda forma de morir.  La víctima de ese homicidio, debió considerarse afortunada. Sí, afortunada. Lo digo porque en ese entonces todavía era una niña inexperta y apenas estaba experimentando las formas de causar la muerte sin necesidad de usar violencia, que se me hacían interesantes. La tarea mía ahora, era encontrar una víctima, fuera inocente o no. Lo que más fácil se diera. Salí a un vecindario de los suburbios, donde los problemas por droga, alcohol, robos y demás eran comunes. Por lo general, ningún habitante del lugar estaba “limpio” o sin algún delito encima. Pensé entonces, ¿quién extrañaría a una persona que posiblemente ya habría cometido algún crimen?, me decidí enseguida a encontrar a la víctima de esta noche. Me escondí atrás de un árbol y espié por la ventana de una casa que tenía las luces encendidas. Observé hasta que logré notar a una persona, era un hombre alto, caucasico y fuerte, se encontraba en la sala inhalando droga blanca, que seguramente habría conseguido en el mismo vecindario. Concluí al instante que no era una persona útil para la sociedad y que antes estaba haciendo un favor al decidir acabar con su vida. Lo único que debía esperar era que el tipo saliera de su casa. Eso sí, tomaría su tiempo pues supuse que disfrutaría su viaje y después saldría del lugar. Tuve tiempo para sentarme en el tronco del árbol y fumar un cigarro. Estaba algo ansiosa, no era temor a ser descubierta o algo así. Creo que mi ansiedad más bien se generaba por mi esperanza de tener éxito en mi plan, y posteriormente intentar nuevas prácticas en más personas. Cuando terminaba mi cigarro, pude ver a través de la ventana cómo el hombre drogado apenas podía abrir sus ojos y en medio de un gran esfuerzo se levantó del sofá y movió la manija abriendo la puerta de la sala y salió del sitio. Aquí iba, lista para llevar a cabo el plan. Para mi suerte y menor esfuerzo, el tipo olvidó cerrar la ventana, de modo que no me ví en la necesidad de forzar la cerradura y simplemente, entré por el ventanal abierto. Entré tan rápido como pude, procurando no ser vista por nadie. Una vez adentro, saqué unos guantes que había empacado en mi mochila para no dejar huellas en ningún lugar.  Recorrí la casa para asegurarme de que estaba completamente sola y seguidamente, busqué un sitio cómodo y no visible donde pudiera pasar la noche mientras el hombre regresaba a dormir, para más nunca despertar. Se preguntarán por qué decidí quedarme en la casa de mi futura víctima, fácil: mi idea era matarlo con gas, y lo más fácil que se me ocurrió fue hacerlo con el gas natural, el que todos tenemos en casa.  Para llevar la idea a cabo, debía entonces esperar a que el hombre se metiera a dormir a su cama, abrir la llave del gas y después huir del sitio hasta estar segura de que  no volvería a despertar. Decidí esperar en la cochera, pues supuse que no iría allí al regresar a su casa. Esperé pacientemente mientras bebía una cerveza y escuchaba algunos temas de rock que aceleraban mi adrenalina y me emocionaban más de lo que estaba.  Pasaron unas dos horas si mal no recuerdo (de haber sabido que se demoraría tanto, hubiera buscado una víctima que ya estuviera dormida) cuando escuché que la puerta principal se abrió. Presté atención por si escuchaba las pisadas de alguien más, pero no fue así. El tipo estaba solo y por como lo escuchaba hablar por su celular, deduje que también estaba algo ebrio. Luego de diez  minutos el hombre dejó de hablar por celular y no escuché más sus pisadas por la casa, de manera que entendí que ya estaba en su cama y pronto  podría proceder. Esperé unos minutos más para cerciorarme de que nada estropearía mi plan, y cuando estuve segura, salí de la cochera, atravesé un largo pasillo y finalmente llegué a la cocina. Platos sucios, comida de varios días dañada, aceite regado y demás, me permitieron deducir que estaba a punto de asesinar a una persona descuidada que no se preocupaba por si mismo. Di un último vistazo al hombre y lo vi profundo en su cama, con la ropa y zapatos puestos. Se notaba que tan pronto tocó la cama, quedó dormido. Regresé a la cocina y abrí una de las llaves del gas cuidadosamente. El olor era fuerte, y con seguridad en unas cuantas horas el tipo ya no estaría respirando. Ni se daría cuenta de cómo murió. Salí del sitio y regresé a mi casa caminando. Fumé unos 2-3 cigarros en menos de media hora pues tenía la adrenalina al cien y debía actuar natural al entrar puesto que mi madre si estaba esa noche en casa. Cuando me disponía a pasar la llave por el cerrojo, escuché gritos y golpes que venían desde la sala. Una vez más, mi padre estaba atacando a mi madre sin piedad y sin importarle sus súplicas pidiendo que se detuviera. Nunca había tenido el valor de defenderla, pero ahora estaba más que lista, sin temor alguno y decidí intervenir. Abrí la puerta de golpe y lo vi tomando a mi madre por el cuello y asfixiándola. No dudé en sacar la navaja que ahora siempre traía conmigo y le apunté en toda su cara. —La sueltas o no respondo —le advertí. — ja, ja, ja, ¿no respondes? ¿me estás diciendo que si no suelto a tu madre me atacarás? —Entendiste bien, eso dije —Confirmé.  Mi padre, al parecer no pensó que tendría el valor de hacerlo, así que continuó apretando con más fuerza a mi madre. Sin dudarlo, clavé el puñal en su abdomen. Vi como salía tanta sangre poniendo su camisa completamente roja. Se tiró al piso a ponerse la mano en la herida para evitar desangrarse. Por su parte, mi madre corrió a abrazarme y agradecerme por haberla salvado de las garras de mi padre. Después, buscó un botiquín de primeros auxilios y le realizó una curación en le herida que le causé. Corrí hasta mi cuarto y no creía todo lo que había hecho en una misma noche. Sin duda, descubría poco a poco mi potencial. Encendí otro cigarro en mi ventana y lo consumi por completo. Me fui a dormir, y temprano en la mañana, escuché patrullas de policía que pasaban por mi casa y al parecer se dirigían al vecindario en el que estuve la noche anterior. Me planté a ver que ocurría y 15 minutos después observé un auto forense acercándose al sitio. Sin  duda, mi plan había salido a la perfección. Preparé desayuno para mí y mi madre y le pregunté cómo se encontraba mi padre y me respondió que estaba bien, sólo dormía y tenía un poco de dolor. Y fuí clara en advertirle  a mi madre que lo volvería a hacer de ser necesario, así que más valdría que le advirtiera lo mismo a mi padre, sino el llevaría las consecuencias. Me preparé supuestamente para ir a la escuela, pero en realidad quería acercarme a confirmar que efectivamente había matado al hombre. Llegué al barrio y me escondí entre unos arbustos, y efectivamente los policías y los investigadores se encontraban acordonando el sitio.  Como si no lo supiera, decidí acercarme a una mujer que curioseaba en el lugar, y le pregunté qué había ocurrido. Me comentó que el hombre que vivía allí había amanecido muerto al parecer por una fuga de gas, y que además, suponían que el hombre había llegado borracho a su casa y en un descuido habría dejado la llave del gas abierta, pues había botellas de licor y bolsas de droga regadas alrededor. Al tener clara la respuesta, seguí mi camino y pasé horas en un parque disfrutando de mi victoria.
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