CUATRO

2084 Words
El aeropuerto de Málaga es su destino y estoy escondido en una de las columnas esperando que baje lo que tenga que bajar del coche. ¿Dónde pensaría ir? Me asomo por la columna y veo que quizás es mejor ir y ayudarla porque no da pie con bola. Escucho como cierra el maletero del coche y meto las manos en los bolsillos de mi pantalón esperando que se choque conmigo porque sí o sí, tiene que pasar por donde estoy. — ¡j***r! —Grita cuando su cuerpo, cargado con maletas, choca contra el mío. — ¿Pensabas que te iba a dejar de seguir tan fácilmente? — Voy a llamar a la policía —intenta esquivarme pero vuelvo a ponerme en su camino. — ¿Quieres que llame yo a la policía y le diga que me has robado ocho millones de rublos? Se queda callada porque sabe que tiene las de perder. Tira todas sus maletas al suelo y me mira, derrotada. — Te los devolveré. — ¿En serio? ¿Cómo? —Me cruzo de brazos. — No lo sé, pero lo haré. — Para que nos entendamos, son cien mil euros. Dudo mucho que trabajando de limpiadora en hoteles consigas si quiera devolverme la mitad. Ella aprieta sus puños y deja de mirarme. Me roba y encima se enfada, esto tiene que ser una broma. Me enamoré de ella porque fue la primera chica que no quería mi dinero. Que no dejaba que me comprara cosas y que me enseñó que comerse una hamburguesa y beberse una cerveza sentado en el borde de la acera también puede ser divertido. — ¿Y qué quieres que haga? —Se cruza también de brazos. No sé qué siento por la chica que tengo en frente a hora mismo. Creo que todo el amor se ha evaporizado y ahora… Solo me cae mal. Me cae mal porque me dejó en el altar y me robó, porque realmente no estaba enamorada de mí como yo pensaba y lo que quería era dinero, aunque aún no sé para qué. — Trabaja para mí hasta que saldes tu deuda. Sé que el mundo se le está cayendo a los pies porque sus brazos caen a ambos lados de su cuerpo y su rostro se descompone aún más. — No voy a hacer eso. — ¿Para qué querías el dinero? — Llama a la policía —me anima. — ¿No me lo vas a decir? Sus ojos marrones están entrecerrados y su cabeza tiene inclinarse un poco para mirarme porque soy más alta que ella. Mira a ambos lados buscando una escapatoria pero sabe que no tiene ninguna. Ha tenido mucha suerte de que no avisase a la policía cuando me di cuenta que me había robado. Exacto, robado, porque aunque mi padre y los abogados me dijeran que hiciera separación de bienes, yo no iba a hacerla. Todo lo mío también sería suyo, pero no se casó conmigo, así que, cogió mi dinero. Me llevé noches en vela pensando y bebiendo qué había podido salir mal para que ella saliera huyendo, para que me hubiese robado tanto dinero para huir. Sí, a veces trabajaba demasiado, pero Chiara sabía que es lo que había cuando cogiera las riendas de la empresa. Podría comprarle un puto LADA y pagarle las vacaciones en el lugar del mundo que ella escogiera, pero imagino que eso no es suficiente, no con ella. ¿Qué quería la chica que tenía el pelo rojo ahora? — ¿Por qué no nos tomamos un café? —Le pregunto— Hablemos las posibilidades que tienes de devolverme el dinero antes de que avise a la policía y tengas una mancha en tu expediente. — Está bien —acepta. La ayudo a coger las maletas y las llevo a su coche de nuevo, cargando con la mayoría. Ella abre el maletero y meto las maletas, aunque hay que jugar un poco porque su maletero es bastante pequeño. — ¿Vamos a tomar un café en el aeropuerto? —Pregunta señalando el gran edificio fuera del parking. — Sí, ¿hay algún problema? — No, claro que no. Le indico con mi mano que empiece a caminar y lo hace. La sigo por el parking y ambos cruzamos hasta llegar al aeropuerto. La fallada marrón nos recibe, al igual que sus grandes letras metálicas donde pone “AEROPUERTO DE MÁLAGA”. La bandera del país ondea en un mástil y nos metemos entre los pasajeros que van a viajar. Ella se dirige a una cafetería y se sienta en una de las mesas. — Un café con leche —dice. Paso la lengua por uno de mis colmillos y sonrío. — Un café con leche será. Me dirijo al mostrador y espero la cola mirando los diferentes pasteles que allí se encuentran. En otra ocasión, hubiera comprado una palmera de chocolate porque le encantan, pero no ahora. Aún no tengo claro si pedirle que trabaje para mí es una buena idea porque mi familia pondrá el grito en el cielo, ya que pensaban que se habían desecho de Chiara cuando ella se fue, pero yo no he podido olvidarla, aunque supongo que no he podido olvidarla por lo que me hizo, porque me dolió. Compro los dos cafés y no tardo en llevarlos a la mesa, donde ella está mensajeándose con alguien. Bloquea el teléfono cuando llego y me siento en la silla de en frente. Le echo azúcar a mi café y no tardo en removerlo. Ella juega con sus dedos, nerviosa. — No creo que trabajar para ti sea una buena idea —me dice—. Es más, no sé como tu familia no ha enviado a alguien para matarme. — ¿Te crees que somos parte de un clan mafioso, Chiara? — Tu familia me odia. — Sí, pero les hiciste un favor, aunque no fue la mejor manera de hacerlo. — Y le robé dinero a su hijo. — No lo saben. — ¿Por qué? — Hubieran llamado a la policía y estarías en la cárcel ahora mismo. Quizás durante unos diez o doce años. Mira hacia su café y me doy cuenta de que está mucho más delgada. ¿Dónde están las curvas que tanto me gustaban? — ¿Estás enferma? — No, no estoy enferma. ¿En qué puesto quieres ponerme, Mark? ¿En qué puesto? No tengo ni idea, pero me inventaré alguno para tenerla siempre vigilada. ¿Mi secretaria? Tengo una maravillosa secretaria, no tengo por qué cambiarla, pero ella… Tiene que estar siempre conmigo. Quizás a Inna le vengan bien unas vacaciones. — Serás mi secretaria. — No entiendo ruso, Mark. — Aprenderás, pero si tienes alguna idea mejor para devolverme el dinero, soy todo oídos —me apoyo en el respaldar de la silla y la miro. Sé que su mente está trabajando a cien por hora para encontrar una solución, pero no la hay. Podría perdonarla, podría dejar todo esto pasar, pero eso significa que ella ganaría y Mark Ivanov nunca pierde. — Incluso siendo tu… Secretaria —aprieta los dientes. Estoy seguro de que iba una palabrota antes de secretaria—. No conseguiría el dinero en mucho tiempo. — Tengo todo el tiempo del mundo, Chiara —sonrío—, de todos modos mi secretaria cobra más que tú haciendo cualquier otro trabajo. Ella pone una mano en su boca y me doy cuenta que ninguno de los dos ha tocado el café. Lo que necesito es una botella de vodka, whiskey o cualquier otra cosa menos café. Y ella… Ella tiene ganas de cavar un agujero en la tierra y meterse dentro. — ¿Cuánto tiempo? No conseguiré ese dinero trabajando como tu secretaria. Ni en… Cuarenta años. Me jubilaré y seguiré debiéndote dinero. Tiene razón, para qué decir que no. Pero quizás podría ponerle un límite, quizás… — Veinte años. — ¿Qué? — Sé mi secretaria durante veinte años y la deuda quedará saldada. — ¡¿Veinte años?! —Se le está yendo la sangre del rostro y… — Creo que me estoy mareando —susurra. Aparto la taza de café que tiene en frente y ella se deja caer sobre la mesa. Chiara solía desmayarse sin motivo alguno y por muchas pruebas que le hicieron, no salió nada. “Su cuerpo se queda flácido entre mis brazos y tengo que cogerla en peso para volver al hospital. Acabamos de salir de la consulta del oftalmólogo porque mi chica no ve tres en un burro y se me ha desmayado camino al coche. Sus ojos están cerrados y su rostro pálido. — Se ha desmayado —le digo a una enfermera cuando entro. — Ponla aquí. La sigo hasta una habitación y la coloco en una silla. Chiara abre sus ojos un poco y me aparto porque están remangando las mangas para hacerle un electro. El cambio de Italia a Rusia no le está sentando nada bien. La comida y el clima son diferentes. Apenas come y se muere de frío todo el tiempo. Las noches son muy largas y los días muy cortos, por lo que creo que también tiene falta de vitamina D. Lo peor es que en verano las noches son de cuatro horas y sé que lo pasará peor no poder dormir porque adora la oscuridad para dormir. Me sacan de la habitación y espero a que terminen con ella porque ha vuelto a desmayarse y las enfermeras están poniéndola en una camilla. Le escribo un mensaje de texto a mamá para decirle que no llegaré a la cena porque Chiara no se encuentra bien y ella se queja, como siempre. Una vez que Chiara está estable y con una vía puesta en su brazo, me dejan entrar y me siento en la silla que está a su lado. Estamos en urgencias y una cortina nos separa de la otra parte de la habitación. — Me has asustado —rozo los dedos de su mano—. El médico me ha dicho que estaremos aquí dos horas hasta que se te suba la tensión. — ¿Y podremos irnos a casa? — Sí, nos iremos a casa. — ¿Qué hora es? Tengo que ver la entrevista que le hacen a DiCaprio. Frunzo mi ceño y me río. — ¿Por eso quieres volver pronto a casa? —Asiente y agarro su mano— Podríamos irnos de vacaciones, a un lugar con sol. — Eso sería genial —murmura con los ojos cerrados, su rostro sigue estando pálido. — Podríamos pasarnos antes por Italia para ver a tu familia. Hace cinco meses que no los ves. Sé que no le ata nada a Italia, que adora a su familia pero que sabe que tiene que hacer su vida aunque sea lejos de ellos, pero le vendrá bien volver a casa unos días. — Sabes que puedes coger un maldito avión cada vez que quieras, Chiara. — No tengo tanto dinero, Mark. — A la mierda el dinero, todo lo mío es tuyo”. Todo lo mío era de ella siempre y cuando siguiera conmigo, claro. Tuvieron que ingresarla esa noche y vimos la entrevista en el televisor de la habitación. Le hicieron varias pruebas y lo único que sacaron era anemia. Al mes siguiente fuimos a Italia a visitar a sus padres y después a México. — ¿Estás bien? —Le pregunto. — Estoy bien —dice aún sin levantar la cabeza. — ¿Vas a desmayarte en pleno aeropuerto? —Levanta la cabeza y aún luce un poco pálida— Bébete el café, te sentará bien. ¿Quieres una Coca-Cola mejor? — Sí, creo que sí. Me levanto, mirándola con desconfianza porque no me fío de que se quede ahí sentadita. Puede salir corriendo en cualquier momento, coger un taxi y volver a desaparecer. Compro la Coca-Cola mientras miro a su mesa y la veo aún sentada, cuando llego. Ella le da un sorbo al refresco y mueve sus hombros de delante hacia atrás. — ¿Veinte años? —Me pregunta. — Veinte años. — Eso es mucho tiempo. — Más es el dinero que te llevaste. — Tendría… Casi cincuenta años —susurra. — Siempre puedes hacer tu vida en Rusia. No le convence la idea, por supuesto. Rusia no es su país favorito, pero no tiene muchas opciones. — Acepto, pero quiero todo por escrito.
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