TRES

2364 Words
El calor aquí es insoportable y ya entiendo por qué mi ex prometida eligió este lugar para esconderse de mí, aunque… No se estaba escondiendo porque ni siquiera cambió su nombre. ¿A qué jugaba entonces? He pasado toda la noche con el aire acondicionado aunque no he podido pegar ojo pensando en que la vería a la mañana siguiente. ¿Mi compañía? Una botella de whiskey. Bostezo y me estiro en el sofá porque he pasado parte de la noche ahí frente a la pantalla del ordenador trabajando y lo cierro dispuesto a darme una ducha. No sé a qué hora empezarán a limpiar las habitaciones, pero no quiero me coja en la ducha o desayunando, por lo que decido meterme en el baño ya y pedir algo para desayunar en la habitación. Silbo una melodía mientras me ducho, después, me lavo los dientes y me miro al espejo. He dejado la ropa afuera, por lo que envuelvo una toalla alrededor de mi cintura y salgo de la habitación. Seco mi pelo con una toalla pequeña mientras algunas gotas aún caen por mi pecho. Escucho un ruido y frunzo el ceño. Salgo de la habitación hasta el salón de la suite y el corazón me da un vuelco cuando veo a una pequeña chica con el pelo rojo recogido en una coleta recoger mi vaso y botella de whiskey. — No creo haber terminado con la botella —le digo. Ella da un pequeño grito, asustada y se gira con rapidez. Lleva un uniforme azul y blanco horrible que oculta su figura —si es que aún la tiene—, no lleva maquillaje y luce un poco descompuesta. — Lo siento, pensé que no había nadie, me ha asustado —dice con la mano puesta en su pecho—. Le guardaré la botella en… —Ahora sí que se pone pálida— Mark… —mi nombre sale en un susurro de entre sus labios. — Chiara. Está más blanca que el horrible uniforme que lleva. Ella retrocede y se choca con una pequeña mesita haciendo que el jarrón con flores se tambalee. Se gira deprisa y lo aguanta para que no caiga. — Sabías que estaba aquí —dice—, por eso me han cambiado las habitaciones. — ¿Pensabas que no iba a encontrarte? — Tenía esa esperanza —mira hacia la puerta abierta y luego vuelve a mirarme a mí. No va a salir y, a paso lento pero seguro, meto el carrito dentro de la habitación y cierro la puerta con seguro. Suspiro pesadamente porque ahora que la tengo aquí lo único que quiero es chillarle, pero no lo hago. Me giro, con calma y la observo de nuevo. Siempre la ha puesto nerviosa que me quede mirándola, que la analice e intente ver a través de ella. No vi venir que fuera a dejarme, la verdad. — Si no me dejas salir, gritaré —amenaza. — Para no querer que te encuentre no has sido muy inteligente. — A lo mejor pensé que serías una persona madura y aceptarías mi decisión de irme. — Exacto, te fuiste y me robaste. — Lo sé —carraspea—, no fue muy cortés por mi parte. — ¿Que no fue muy cortes por tu parte? Me dejaste plantado en el jodido altar y te llevaste ocho millones de rublos. — Técnicamente no te dejé plantado —Avanzo hasta ella y retrocede de nuevo, poniendo el sofá entre medio de los dos—. Solo te dije que "no". Puede que me fuera después, sí, pero no te dejé plantado. La rabia me come por dentro y cierro mis puños. — Delante de mí familia amigos y accionistas. ¿Te parece poco? — Siempre podría haber sido peor. Le doy un puñetazo a la mesa y ella corre hacia la puerta. Mi mano se pone alrededor de su muñeca y tiro de ella, que forcejea conmigo. — ¡Mark! La empujo contra la pared y sujeto sus muñecas por encima de su cabeza. — ¿Dónde está mi dinero? — ¿Qué dinero? — No te hagas la tonta, Chiara. ¿Y mi dinero? — Me lo he gastado. — ¿En qué? — Me estás haciendo daño —intenta zafarse de mi agarre y presiono mi cuerpo contra el suyo. — ¿Qué has hecho con mi dinero? — Prostitutos. — No me jodas. Ella se retuerce y mi toalla cae. Mira hacia abajo y después mira mis ojos. Puedo recordar perfectamente la primera vez que nos vimos completamente desnudos. Chiara me volvía loco. Siempre había tensión entre los dos aunque ambos intentábamos fingir que no. Por primera vez en mucho tiempo, quería conocer a esa chica y no acostarme con ella para después no volver a saber nada. Quizás era por su sonrisa, que me enamoró o por la forma de ver que la vida, tan distinta a la mía, pero una noche la pasión se desató entre los dos y la llevé a mí hotel porque notaba que ambos íbamos a explotar. Ella me miró con la misma cara que me está mirando ahora y cuando lame sus labios sé que tengo que apartarme de ella y recoger la toalla del suelo para volver a ponérmela. — Solo quiero hablar, ¿vale? — No hay nada de qué hablar. He hecho mi vida, haz tú la tuya y olvídame. — Devuélveme el dinero y te olvidaré —me pongo bien la toalla. — Eres millonario. ¿Qué más da ocho millones más o menos en tu cuenta? — No nos hicimos millonarios regalando dinero, Chiara. Unos golpes en la puerta nos hacen mirar a ella y la voz de una mujer llamándola hace que mi ex prometida abra la puerta. Una señora de unos cuarenta años y morena se encuentra tras la puerta. — ¿Qué estabas haciendo? —Le pregunta. — El señor no está preparado para que su habitación se haga. — Esto no es un prostíbulo —dice, aunque eso va más dirigido a mí que a ella. — El carrito —murmura mi ex prometida entrando de nuevo a la habitación y sacando el carro. La mujer mantiene su vista pegada a mí y alzo una de mis cejas. — Hablaré con el director si intenta de nuevo algo con alguna de mis empleadas y lo echarán. — Suerte con eso. Ella cierra mi puerta de un portazo y suelto un gran suspiro. Muevo mi cuello de un lado a otro y me quito la toalla, dejándola en el suelo. No tardo en vestirme porque voy a esperarla. Voy a esperar a que ella termine de trabajar y voy a volver a hablar con ella, o al menos a intentarlo. ¿Cómo de tonta puedes ser para robar ocho millones de rublos y no invertirlos? Sinceramente, la creía más inteligente. Podría haberse comprado una casa, un coche y vivir medianamente bien, pero la idiota vive incluso en el trabajo. Me tomo un café en el restaurante del hotel mientras mi vista pasea por todos lados esperando verla, pero probablemente ella no caminará por donde están los clientes. Me levanto de la mesa y me dirijo hacia el hall para después salir del hotel. Él sol da con fuerza, hace demasiado calor y me sobra toda la ropa. Salga de la puerta de atrás o cualquier otra, tiene que pasar por aquí para salir del hotel. Sinceramente, soy más de clima frío, pero aprendí a amar el calor cuando estuve con ella. — ¿Quiere que llame a su chófer? —Me pregunta el aparcacoches. — Sí. Él asiente y no tarda en llamar por teléfono. Se supone que siempre tiene que estar cerca para alguna emergencia, como por ejemplo que mi hermano y mi amigo estén al borde de arruinar la empresa y tenga que volar para allá antes de lo previsto. Saco mi teléfono del bolsillo de mis pantalones color caqui y marco el número de mi hermano. — ¿La has visto ya? —Pregunta mi hermano al aceptar la llamada. — Sí, ¿va todo bien? — Sí, papá sigue echando humo está planteando matarte. — ¿Y con la sede en India? — Las negociaciones siguen —suspira—, pero creo que sí sería mejor si te presentas por allí después de la locura que estás haciendo. Hay muchas chicas en el mundo, hermano, no entiendo qué tiene ella. — No podías apartar tu mirada de ella desde que la conociste, no me jodas, Viktor. Mi hermano pequeño se ríe porque llevo razón. Había visto como él la miraba o se comportaba con ella, tan gentil y cálido. — Tengo una reunión, suerte —cuelga el teléfono y chasqueo la lengua porque no soy una persona paciente. El coche n***o aparece frente a mí y el hombre que hará de mi chófer se baja del coche para abrirme la puerta del copiloto. No tengo intención de entrar, pero cuando veo coche pequeño, blanco y un poco sucio, me fijo en quién conduce y veo que es ella y, al parecer, tiene prisa. — Siga a ese coche —le ordeno—, dese prisa. Mi corazón bombea nervioso porque quiero ser yo el que esté conduciendo ahora mientras la sigo. El chofer canoso no dice nada y yo no dejo de mirar a la carretera para no perderla de vista. Paso las manos por mi rostro porque realmente no sé qué estoy haciendo. El chófer para varios metros alejado de ella y la veo salir de su coche y entrar a una casa. Quiero bajar y abordarla ahí, pero ni siquiera me da tiempo a pensar nada cuando ya está saliendo con varias maletas, como si lo tuviera todo planeado para salir huyendo. No hay nada en los informes de que ella tuviera una casa. ¿Qué miera de investigador contraté? Se supone que era el mejor y hay muchas lagunas. ¿Y si ella sabía que la estaban siguiendo? Chiara no es tonta, por eso me extraña que se haya gastado todo el dinero. — ¿Vuelvo a seguirla, señor? — Sí. Él vuelve a mantener prudencia. No sé qué cosas habrán tenido que pedirle o él que aguantar, pero imagino que esto no es lo más loco que ha hecho porque sabe como hacerlo y mantiene la calma en todo momento, ni siquiera pierde el coche cuando vamos por la autopista. Recibo otra llamada de mi padre pero no se lo cojo, ahora mismo solo puedo estar pendiente al coche blanco que parece que va a desmontarse en cualquier momento. “Muerdo mi labio inferior cuando le envío un mensaje para que salga de casa. Un LADA 4x4 se encuentra frente a la puerta con un lazo puesto en el techo. A ella le gustan los 4x4 y quiere su independencia para conducir por aquí y no depender de nadie. Es invierno y todo está lleno de nieve. Hace un frío que pela y espero con mi nariz roja y casi congelada a que ella salga. Su figura aparece envuelta en mi bata azul y sonrío de lado. — ¡Sorpresa! —Señalo el coche y ella abre su boca. — ¿Has comprado eso para mí? — Claro que sí, venga, ven a verlo —la animo. — ¿Me has comprado un coche? —Sale de casa y veo que va en zapatillas. — Sí, te he comprado un coche —subo las escaleras del porche y la cojo en peso. Ella se ríe. — No es necesario. — ¿Qué te haya comprado un coche o que te coja en peso para acercarte a él? — Ambas —besa mi mejilla—. Sabes que no me gusta que… — Shhh —la dejo en el suelo y ella pasa su mano por el coche. — ¡Es increíble! —Empieza a saltar de la moción alrededor del coche hasta que la veo resbalar con la calzada. — Chiara —rodeo el coche para acercarme a ella y la ayudo a levantarse— ¿Estás bien? Ella en vez de quejarse de dolor, suelta una carcajada y me permito sonreír un poco. — ¡Vamos, ríete! Ha sido gracioso, deja de ser tan estirado. ¿Podemos entrar? Le doy las llaves del coche y ella entra. Me monto en el asiento del copiloto y ella admira el coche por dentro. — Es una pasada, Mark —pasa sus manos por el volante—, es precioso. Pero me hubiera conformado con… — Con nada, Chiara, te mereces esto y más, deja que te regale cosas, por favor. Ella acepta mi regalo y, emocionada, me dice de dar una vuelta, aunque no estoy muy seguro de que conducir con zapatillas de estar por casa sea una buena idea. No ha conducido desde que se vino de Italia porque no ha querido chocar mi coche y temo que tengamos un accidente ahora. Por suerte, vivimos a las afueras de San Petersburgo y la pequeña mansión que he podido comprar tiene un gran camino hasta encontrarnos con civilización. Le explico donde está cada botón y para que sirve porque me he leído antes el manual de instrucciones y exigí que alguien me explicara absolutamente todo el coche para poder explicárselo a ella. — No corras —le digo agarrándome a la manilla de la puerta. — ¿Por qué te agarras? ¿No confías en mí? — Confío en ti, no confío en la calzada resbaladiza. — Tienes razón. Miro su atuendo de nuevo y veo que la bata se abre a la altura de sus piernas. — ¿Llevas algo puesto debajo? —Le pregunto poniendo mi mano encima de su pierna. — No, te estaba esperando. — Chiara… —Subo mi mano y ella me da un manotazo. — Estoy conduciendo, compórtate. — Creo que es hora de que des la vuelta y vayamos a casa. No nos dio tiempo a llegar a casa y estrenamos el coche unos segundos después en medio del camino, rodeado de árboles y nieve”.
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