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1509 Words
Sophie se despertó cuando su alarma empezó a sonar, sacándola de mala manera de sus sueños. No es que fueran agradables, pero prefería quedarse en la cama que salir a la calle. Pero no tenía elección. Apagó la alarma, que ya empezaba a molestar, y se levantó. Se quitó el pijama para ponerse unos tejanos azules y una camisa negra. Entró en el baño y se miró en el espejo. Su pelo, de un rojizo oscuro, estaba un poco revuelto. No le sorprendía. Debía haberse movido bastante mientras dormía debido a su sueño. Además, viendo cómo habían terminado las sábanas ya se lo podía imaginar. Se peinó y por suerte le quedó bien. Abrió el armario enfrente de ella, había maquillaje aunque no era eso lo que buscaba. Nunca se retocaba, quizás por la pereza o porque recordaba a su padre decirle que no lo necesitaba, que era perfecta tal y como era. Cogió el paquete de lentes de contacto que había. Las dejó en el mueble y sacó una. Se la acercó a su ojo de color café y se la puso y repitió la acción con el otro ojo. Al principio no le gustaba la sensación de tener algo dentro del ojo, pero debido a su trabajo sabía que eso era más práctico y seguro que no unas gafas, aunque claro, todas las veces que llegaba cansada y se dormía sin quitarselas le hacía replantearse si no preferiría seguir llevando gafas.  Salió del baño y bajó para desayunar. Preparó un par de tostadas con mermelada y una manzana, además de un vaso de café cargado bastante amargo. Se sentó en una de las sillas en la amplia cocina. Vivía en una casa ella sola, pero no la había comprado, sino que heredado. Su padre había fallecido años atrás y su madre había querido irse a las afueras de la ciudad. Decía que había demasiado ruido y que necesitaba paz, pero Sophie sabía que era porque en esa casa había muchos recuerdos que a ella aún le dolían. Su hermano cambiaba muchas veces de apartamento, si es que se podía decir así. Le echaban siempre por no pagar o por quejas, pero a pesar de que ella le había ofrecido vivir en su casa él la había rechazado, y sabía la razón de eso. No quería que su hermana viera cómo se drogaba, aunque igual simplemente la detestaba por haber sido la hija pródiga de la familia. Había estudiado derecho y se había hecho policía igual que su padre, y por si fuera poco, probablemente iba a ser ascendida a inspectora en el departamento de crímenes violentos. Terminó el desayuno, dejó el plato y la taza en el lavavajillas y se dirigió al salón. Cogió su chaqueta tejana, aunque no era demasiado gruesa, pero después de vivir tantos años en Dublín estaba acostumbrada al clima y no le parecía que en marzo hiciera frío a pesar de lo que decían los turistas que llenaban tantos meses las calles. Cogió las llaves del coche y de la casa, el móvil y su bolso, donde había su cartera, su arma y su placa. Sacó la última y se la colgó en el cinturón. Abrió la puerta y salió. El cielo estaba azul, algo extraño en la ciudad durante algunas épocas. Se metió en el coche sin mirar apenas la calle llena de casas y encendió el motor para dirigirse a la central de policía. Saludó a la recepcionista con una sonrisa y cogió el ascensor hasta la segunda planta. Ahí es donde se encontraba su despacho y también el de su jefe. Jack Murphy. Era casi veinte años mayor que ella, aunque no era extraño. Ella tenía solo treinta. El ascensor se detuvo y en abrirse las puertas ella salió. Pasó enfrente de un par despachos y en llegar al tercero con la placa de Murphy oyó voces casi gritando. Ni siquiera eran las nueve y ya había alguien discutiendo con Jack. Siguió caminando hasta su despacho. Abrió y dejó su bolsa al lado de su mesa. Su compañero aún no había llegado, aunque normalmente siempre llegaba puntual a las nueve. Y ese día no fue diferente. Justo cuando la aguja larga llegó al doce la puerta se abrió y un hombre poco mayor que ella entró. ─Buenos días─saludó Aidan.─No sé quién es, pero alguien está discutiendo con Murphy. ─¿Aún? Cuando he llegado ya estaban así. ─Quizás ha puesto a trabajar a alguien en algo que no quería. ─¿Cómo el qué? Cualquier cosa me parece más interesante que estar aquí sentada. ─Tú no puedes quejarte, que eres una de las que más trabaja. ─Lo sé. Pero tengo tiempo suficiente para aburrirme. Aidan se sentó en su silla, la cual se quejó cuando notó el peso de su cuerpo. Era muy alto, le debían faltar unos quince centímetros para llegar a los dos metros mientras que Sophie tenía una altura mediana, metro sesenta y poco. Aidan golpeó accidentalmente su mesa y la placa donde ponía “Aidan O'Reilly” se movió. ─¿Cómo se encuentra tu madre? Fuiste a visitarla este fin de semana, ¿verdad? ─Sí. Está bien, como siempre. Aunque pregunta más por mi hermano que por otra cosa, a pesar que sabe que yo no hablo demasiado con él. ─Debe ser difícil para ella… ─Ya. Como sea, ¿y tu mujer? ─Estresada con Callum. Los cinco resultan una edad complicada. ─Entonces que suerte que sea hijo único. Solo faltaría un hermano y tendríais un lío asegurado. ─Lo supongo… Sophie se rió. Encendió su ordenador para revisar rápidamente el correo. Nada importante. Información sobre algunos cursos y spam. No tenía trabajo alguno y eso le resultaba molesto a pesar que era algo bueno, pero le gustaba tener la mente entretenida. Investigar. Abrió el mismo archivo de siempre. El mismo caso de asesinato sin resolver. Kevin Doyle, disparos múltiples. Su padre, asesinado. Desconocía el número de veces que había revivido lo sucedido. Las horas que se había pasado investigando el caso aunque se suponía que estaba cerrado, o más bien abandonado. Murphy no se quejaba porque siguiera investigando, siempre y cuando no se olvidara de su trabajo. ─Doyle─interrumpió una voz en la puerta. Ella levantó la cabeza y vio a Jack Murphy. ─Jefe. ¿Necesita algo?─preguntó ella, mirando de reojo a su compañero. ─No es muy importante, pero ven conmigo. Sophie asintió. Apagó el ordenador y se levantó para seguirle. Cerró la puerta y empezó a andar detrás de su jefe, quien no dijo nada hasta llegar a su propio despacho. En el interior ya había alguien sentado en una de las sillas enfrente de la mesa de Murphy. ─Sophie, este es Brendan McCarthy. Es periodista y quiere hacer unas preguntas por el caso del mes pasado. ─¿El enfrentamiento de las dos familias que acabó con un par de resultados fatales?─dudó ella. ─Así es─contestó el periodista.─He oído que llevaste tú la investigación, así que quería entrevistarla. Estamos intentando escribir… ─Dudo que eso sea lo mejor. Si escribes algo mal, esas familias van a enfadarse, o bien con el cuerpo de policía o con su revista. Dudo que nadie más quiera víctimas. ─Pero los asesinos están en prisión. ─Sí, dos de ellos, nadie sabe cuántos más hay. Supongo que mi jefe le habrá dicho lo mismo que yo. ─Se supone que la policía debe facilitar información a periodistas… ─Si resulta vital sí, pero en este caso no me lo parece. ¿Cuánto de lo que yo pueda decir va a ser escrito correctamente en vez de interpretado “erróneamente” solo para crear una historia de acción que no tenga nada que ver con lo sucedido? ─¿Insinúas que escribimos historias falsas los reporteros? ─Algunos sí. No me gusta hablar con periodistas, así que no vas a sacarme nada. Si no me necesitan más, me iré. ─¡Espera! Si quieres podríamos hablar de dinero… ─No lo necesito ni lo quiero─cortó ella. Tenía poca paciencia, esa era una de sus malas cualidades y lo sabía, pero era algo heredado. Normalmente trataba de ser cordial con los periodistas, pero conociéndose a sí misma, era consciente que si seguía insistiendo terminaría hablándole indebidamente.─Señor, volveré a mi despacho, si me necesita… ─Claro. Puedes irte. ─¡Señor Murphy no puede permitirlo!─exclamó McCarthy, pero Sophie lo ignoró y salió del despacho. Volvió al suyo y en entrar vio que Aidan tenía un café. ─¿Qué necesitaba?─preguntó él, después de dar un sorbo. ─Había un periodista que le interesaba escribir una historia sobre el caso del enfrentamiento de familias. Lo típico… ─Lo has rechazado, ¿verdad?  ─Completamente. ¿Y ese café? ─He ido rápidamente a la sala de descanso y me he hecho uno. Me he dado cuenta que no me lo había tomado esta mañana. ─Ya veo...─murmuró ella. Oyó ruido en el pasillo y como seguía de pie al lado de la puerta se asomó para ver al periodista yéndose molesto. Sophie se rió y volvió a su mesa.
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