“Había una vez…”
Así comenzaban todos sus cuentos, y éste no sería la excepción. Era como su huella personal al momento de escribir. Aranza se acomodó en su asiento de primera clase, quería aprovechar el vuelo de 8 horas hacia Ciudad Lambda en el País D, una de las ciudades más grandes en popularidad y población del mundo, haría una serie de presentaciones del último libro que había publicado. Los eventos de su última semana, la habían inspirado, al grado de que en su mente se desarrollaban las palabras y los eventos que darían lugar a su nueva historia romántica. Abrió su laptop, se puso sus audífonos, eligió su música para escribir, y las teclas comenzaron a sonar, una tras otra, insistentes.
-Señorita, disculpe, pero ya vamos a despegar – La azafata se había acercado tocándole el hombro.
Aranza se quitó uno de sus audífonos –No quiero ser grosera, pero me gustaría que no me interrumpiera por el resto del vuelo. Ya tengo mi cinturón abrochado, no es mi primer vuelo, así que ya conozco las medidas y protocolos en caso de emergencia; la computadora no tiene acceso a internet, pero de todos modos está en modo avión, ¿hay algo más que deba de cumplir? –Sonaba un poco frustrada. En su mente la escena era perfecta, sentía cómo sus manos no respondían a la velocidad deseada, y para colmo era interrumpida.
-Si existe algún otro detalle se lo haré saber –Respondió la azafata cortésmente, aún cuando le hubiera parecido una arrogante; casi como todas las personas que estaban en aquella sección del avión.
Pasaron las ocho horas del vuelo, demasiado rápido para Aranza, solo se había levantado para ir al baño, tomar agua y una comida de las que se ofrecían; pero no llevaba ni la mitad de lo que en su mente seguía desarrollándose. Cuando salió con su maleta por las puertas que le daban la bienvenida al país, Fátima, su editora, la esperaba con una sonrisa.
-¿Cómo estuvo tú vuelo? –Fátima ya la conocía, habían estado trabajando juntas desde hace varios años, y sabía a la perfección que le pediría ir al hotel de inmediato. Tomó la maleta y la iba guiando hacia el vehículo que las transportaría.
-Bien, me llevarás directo al hotel, ¿cierto? –Aranza ansiaba sentarse a continuar escribiendo.
-Sí, ya está todo listo. Tienes el itinerario contigo, ¿verdad? –Sólo estarían en esa ciudad por 5 días.
-Sí. Me alegra que siempre llegues antes que yo y te vayas después de las presentaciones, para mí es tan caótico –Aranza lo dijo honestamente, nunca perdía oportunidad para agradecerle su ayuda. Porque era consiente que desde que comenzaron a trabajar juntas, Fátima fue quién logró que la reconocieran a nivel mundial como escritora de novelas románticas.
-Debo admitir que a pesar de que es mi trabajo, lo disfruto; además, eres de las escritoras más activas que tengo, realmente no sé de dónde sacas tantas historias –En los años que tenían juntas, Aranza había logrado escribir alrededor de 20 novelas diferentes; pero por recomendación de Fátima publicaban solo una cada cuatro meses. Así que tenían un año siempre muy ajetreado.
-En éste momento acabo de comenzar una nueva novela, quiero avanzar lo más que pueda en éste viaje –Su conversación terminó ahí, porque una vez que subieron al auto, Aranza iba vislumbrando la ciudad por la ventana.
Aranza llegó al hotel a las 4 de la tarde, tomó un baño caliente, eligió un vestido ligero de botones en color gris que se le ceñía al cuerpo, y siguió escribiendo.
Pasó toda la tarde y parte de la noche frente a la computadora, tecleando de manera constante; que para las 10 de la noche sintió hambre y decidió bajar al restaurante del hotel. Sí, tenía que satisfacer a su cuerpo de las únicas dos maneras que conocía, comida y sexo, para ella eran los mejores placeres de la vida.