Capítulo 3: Mujeres como ella

1664 Words
Ethan –Es una sorpresa verte aquí. Me dijo Antonio, un viejo amigo de la escuela. –Por lo general siempre estás ocupado o atendiendo pacientes.  –Este es un paso muy importante para tu carrera. No todos los días una persona se convierte en director de una galería tan importante. –Le respondí– Él solo asintió orgulloso, acunando aquellas palabras en su pecho lleno de orgullo. Lo había conocido al cursar la universidad y desde aquel entonces nos habíamos convertido en buenos amigos, él era el único contacto de aquella etapa de mi vida que mantenía cerca.  –Debo admitir que estoy un poco nervioso, muchas personas importantes asistirán hoy. ¡Es de locos! Leí que en la lista de invitados se encontraban los Messina, Amato y dos miembros de la familia Praga.  Dos miembros de la familia Praga Resonó en mi mente como si tuviera vida propia y me llevó unos pocos días atrás, cuando tuve la oportunidad de estar en casa de una de ellos.  –No sabía que vinieran ese tipo de familias. –Yo tampoco, –respondió mi amigo sin poder contener la emoción– al parecer me presentarán con ellos, ya sabes, después de todo hacen donaciones muy generosas a este lugar.   –Solo por curiosidad ¿Quiénes son los dos miembros de la familia Praga que vendrán hoy? –Marcela Praga… –susurró soltando un suspiro que parecía ser más una exhalación de anhelo que una respuesta– "Marcela Praga" Resonó en mi interior, recordando aquel bonito rostro siempre a la defensiva. –Es preciosa… Volvió a mencionar embobado. Supe a qué se refería cuando giré y desde el palco en el que nos encontrábamos observé la elegante y perfecta figura de la mencionada, caminando entre las colecciones de pintura con una copa medio vacía en las manos.  El vestido verde oscuro de satén que traía puesto parecía hecho a su medida. Solo cubría uno de sus hombros mientras dejaba el otro al descubierto, un excelente adorno para dar a notar su blanca y tersa piel.  –¿Se le puede poner otro nombre a la belleza? –cuestionó mi acompañante, recordándome su presencia– "Sí, Marcela Praga" Respondí en mi interior y para mi propia sorpresa. –¿Crees que esté saliendo con alguien? Si fuese un poco más valiente me acercaría a ella y la invitaría a salir.  –confesó– –No creo que te resulte tan fácil. Es una mujer que, según sé, tiene un carácter difícil.  –¿Y cómo lo sabes? –Es tía de mi paciente.  La expresión de Antonio pareció elevarse al máximo de sorpresa. Me miró sin disimular siquiera un poco. –¿Tú ya la conoces? ¿Trataste con ella? ¡Santo Dios! ¿Por qué no me contaste nada? –Porque es una de las personas para las que trabajo, por mucho que quisiera acercarme a ella tampoco podría. Tengo que mantener mi profesionalismo. –¡Estás loco hermano! A una mujer como esa yo ya me le hubiera acercado y hasta arriesgado a pedirle una cita. Es ese tipo de chicas las que aseguran una belleza sin igual en toda tu descendencia.  Negué con cierta gracia. Me acerqué al filo del balcón tan solo para admirar su bonita figura, de pronto, su quietud y admiración por una pintura que captó su atención pareció desvanecerse. Se tambaleó suavemente y llevó la copa a la boca para tomarse todo el contenido de un solo sorbo.  –Rayos, esa chica sí que es sensual. Me dijo Antonio, ignorando lo que para mí era evidente.  Quiso trastabillar pero regresó a su posición inicial en breve. Uno de los meseros con más bebidas pasó por algún punto cerca y ella se esforzó en seguirlo, en busca de más licor.  –Ahí viene el señor Messina. Dame un momento amigo, lo saludaré y regresaré aquí. No tuve tiempo de asentir y tampoco me importó, para cuando mi amigo se retiró, aproveché para ir tras la castaña. –¡Necesito otra copa!  La escuché pedirle al mesero para luego desaparecer en una de las pérgolas del jardín. Continué tras ella en silencio, se sentó en la banca de mármol y elevó el líquido al cielo. –¡Esta va por ti Jennifer! Debes estar muy feliz allá arriba ¿Verdad? ¡No me quedé con el hombre! ¡Me quitaron a tu chico! ¡Debes estar riéndote de mí en donde estés!  Me aproximé hasta quedar a una distancia lo suficientemente cerca para oír sus delirios sin ser visto. –¡Ya me lo quitaron! ¿Por qué sigues atormentándome? ¡Se supone que ya estoy pagando el precio! ¡Ya estoy pagando todo Jennifer! ¡Déjame en paz! ¡Déjame!  Lanzó la copa lejos, haciéndola trizas contra el suelo.  –Señorita Praga, cálmese….  Aparecí de inmediato y sin importar nada más. Lágrimas habían aparecido en sus ojos ya que al parecer estaba pasando por un ataque de pánico o algo parecido. Se mantenía gritando el nombre de otra chica una y otra vez. –Señorita Marcela, por favor, tiene que calmarse. –Tuve que tomarla del rostro para obligarla a mirarme– Tranquila, todo estará bien… –¿Bien? –preguntó como si aquello fuera más importante que mi repentina manifestación– ¡Nada está bien! ¡Todavía soy el hazme reír de toda la ciudad! ¡Mi madre no se me acerca! ¡Mi hermana Jordan no me trata mal pero se que en el fondo me odia! ¡Todos deben odiarme!  –Calma, respira…  Y afortunadamente obedeció, pese a su evidente estado etílico.  –No eres el hazme reír de nadie, te aseguro que eres la mujer más guapa que hay en esta fiesta y más de un hombre debe estar pensando lo mismo.  –Eso no me importa. ¡Todo esto es el maldito Karma! ¡Maldito Karma! ¡Las estoy pagando todas! –¿Karma? ¿Crees en eso? –cuestioné incrédulo– –¡Claro que sí! No puedes joderlo todo y esperar a que nada pase. –¿Y tú tanto la has jodido? Su mirada obtuvo un lamento evidente, sus sollozos empeoraron. Pensé seriamente en llevarla a casa. –He sido la peor hermana de este planeta, no solo con Jennifer, también con Jordan. Alexander nunca va a perdonarme y está en todo su derecho, mi familia no quiere acercarse a mi. Una de mis hermanitas está muerta y nunca alcancé a decirle que lo siento mucho. Se supone que yo debía protegerlas por ser la mayor y soy quien más las lastimó… –Marcela, Marcela, tienes que calmarte. –acaricié su rostro y la tuteé, olvidándome de las formalidades– Estoy seguro que tu hermana lo sabe y te oye en donde sea que se encuentre. Creo que a ella le gustaría que te repongas y que no te tortures de esta forma… –¡Mentira! Jennifer quería verme arder en el infierno.  No comprendí nada, primero se refería a su difunta hermana como alguien a quien añoraba, luego la trataba como su enemiga.  –Creo que has bebido bastante. Te llevaré dentro, viniste con alguien más de tu familia ¿Verdad? ¿Con quién? –¿Cómo le puedo decir a un muerto que estoy arrepentida? Sus palabras me tomaron por sorpresa. –Primero, aprendiendo de tus errores con todas las personas que aún están vivas. –aconsejé, ayudándole a ponerse de pie y caminar al interior– Luego, puedes ser sincera contigo misma.  –Necesito agua…  Me dijo y supe que tenía que actuar rápido, la llevé hasta el baño más cercano. Hallé uno que parecía para discapacitados y dada la urgencia no dude en meterla, llegamos a tiempo al retrete, en donde se arrodilló y empezó a expulsar todo lo que tenía en  estómago. Tomé su cabello para evitar que participara de la escena. Al cabo de quince minutos, la ayudé a ponerse de pie nuevamente y la llevé al interior. –Has sido un buen amigo esta noche –me dijo, olvidando lo anterior– Te invitaré a cenar, lo prometo. Sus delirios acabaron cuando un hombre alto, de ojos azules apareció. La observó pálida y no dudo en acercarse a tomarla, supe de inmediato que era el acompañante de su familia.  –¿Marcela? ¿Qué pasó? ¡Dios mío! ¿Cuánto bebiste? Puedo oler el alcohol hasta aquí. –notó mi presencia de repente– Lo  lamento, buenas noches. Usted es… Extendí la mano para estrechar la suya. –Mucho gusto, soy Ethan Maroni. Estaba por aquí y vi a la señorita Marcela necesitar ayuda, vomitó un poco en el baño, pero no hay nada de qué preocuparse, solo es por el estado de ebriedad.  –¿Eres su amigo? Me sorprendería mucho, Marcela no tiene amigos por aquí. –No, soy el pediatra de Luciana Bellini. Conocí a la señorita Marcela hace unos días en la primera cita en casa de los Bellini, por eso la reconocí. Sus gestos parecieron ablandarse. –Entiendo, muchas gracias señor Maroni, creo que es hora de que me lleve a mi sobrina a casa. –asentí, dejando que se haga cargo– Por cierto, soy Gabriel Praga. Ha sido un placer… Asentí y lo vi marcharse con ella hasta desaparecer entre la gente. El bonito cabello castaño de Marcela se desvaneció entre la salida y la cantidad de invitados presentes.  Me di la media vuelta dispuesto a irme hasta que percibí un objeto entre mis dedos. Abrí la mano y en la palma apareció un anillo, al parecer bastante costoso, con el apellido Praga, tallado en el interior. Solo la persona que se había alejado de mi momento antes podía ser la dueña de aquel ostentoso accesorio, se había deslizado de su dedo cuando la ayudaba a volver con su tío.  Sonreí antes de guardarlo en el bolsillo, ahora tendría una excusa válida para volver a verla y acercarse. 
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