Capítulo 14

1579 Words
El viernes amaneció gris, con ese tipo de cielo que parece que no va a decidir si va a llover o no. Me levanté con la cabeza llena de pensamientos que no terminaban de ordenarse. Jared me había enviado un mensaje a las siete de la mañana. »JARED: No voy a poder verte hoy. Mis padres tienen algo importante y tengo que acompañarlos. Tengo permiso para faltar al colegio. Lo leí varias veces. Ni un “buenos días”, ni un “nos vemos luego”. Solo eso. Aunque al menos me decía algo, era un avance si podía considerarse así. Cerré el chat y guardé el teléfono en el bolsillo del uniforme. No tenía ganas de responderle. En el camino a la escuela, el aire se sentía pesado. Tal vez era el clima, o tal vez era yo. Desde el asiento del autobús, veía los árboles moverse y me preguntaba si realmente algo de lo que hacía importaba. Cuando llegué, Carmina me estaba esperando cerca de la entrada. Sonriente, con ese entusiasmo que siempre parecía venirle natural. —¡Hey, Elisa! —me saludó agitando la mano—. Justo te estaba buscando. —¿A mí? —Sí. Te iba a decir que mi primo dijo que podía llevarte este fin de semana a los bolos para ver lo del trabajo. Dijo que si te gusta, te puede dejar fija los fines de semana. —Ah… —dudé un poco—. No sé si pueda. —Anda, no seas así. —Carmina me tomó del brazo—. No tienes que atender clientes si no quieres. Puedes ayudarme en la parte de atrás, o con la limpieza, o con las fichas de los juegos. Es fácil, y la paga está bien. —¿Pagan bien? —pregunté, y sonó más interesada de lo que quería admitir. —Sí. Y además —añadió bajando la voz—, podrías ahorrar para hacerte esos cambios que te dije. Sonreí apenas. Era absurdo pensar en eso ahora. Pero una parte de mí lo imaginó: mi cabello distinto, un corte nuevo, ropa que no me hiciera sentir así, tan invisible. Carmina me extendió su teléfono. —Toma, dame tu número. Te mando la dirección y la hora, ¿vale? Intercambiamos contactos y ella me abrazó brevemente antes de entrar al aula. Una parte de mi pensaba que era extraño, ella nunca había sido amistosa antes. Pero ni iba yo a sospechar de cualquier gesto amable. Durante las clases, apenas pude concentrarme. Pensaba en el trabajo, en si mi madre me dejaría, en Jared. El receso fue igual de gris. Nadie mencionó el proyecto. Herbert estaba extraño. Él era muy amable, y desde el proyecto apenas me miraba. Cuando la jornada terminó, caminé hasta mi casa sintiendo ese cansancio que no viene del cuerpo, sino del alma. Mi madre estaba en la sala, con el teléfono en la mano y el rostro tenso. La televisión estaba encendida, pero el volumen bajísimo. —Llegas tarde otra vez —dijo sin saludarme. —Salí a la hora de siempre. —No mientas, Elisa. Ayer llegaste de noche. Escuché un auto, casi podría jurar que estás de fácil con alguien. Me quedé helada. —Solo me dieron un aventón, mamá. —¿Quién? No seas ilusa Elisa, mírate bien en un espejo. A quien vas a importarle, no eres ni bonita ni brillante. —Mamá, no es lo que piensas. Ella se levantó de golpe. —¿Y qué se supone que pienso? Solo te diré una cosa, si te embarazas te largas. Intenté hablar, pero el tono de su voz me cerró la garganta. —¿Y tu padre? —continuó ella, alzando la voz—. Ni siquiera va a venir este fin de semana, ¿lo sabías? Porque yo me enteré por las redes, Elisa. ¡Por las redes! Está de vacaciones con su otra familia. Con su esposa, sus hijos, sus sonrisas perfectas. La mirada de mi madre se llenó de lágrimas, pero también de algo más oscuro. Dolor, rabia, impotencia. Todo mezclado. —Y tú… —dijo bajito, acercándose—. Tú eres una zorra fea y barata, que ni siquiera le importa a su propio padre. Intenté retroceder, pero fue rápido. El golpe me llegó antes de entenderlo. Un sonido seco, una línea ardiente cruzando mi mejilla. El mundo se quedó quieto por un segundo. —Mamá… —susurré. —No me hables —dijo ella, apartando la vista—. No quiero verte ahora, me jodiste la vida Elisa. Me encerré en mi habitación sin decir nada más. Me temblaban las manos. Me miré al espejo: la marca roja apenas visible, pero el temblor en mi interior era peor. Siempre había sido así, al menos desde que podía recordar. Mi padre lo arruinaba y yo pagaba por eso. Pero eso de golpearme, era nuevo...y era la segunda vez en apenas unas semanas. Me senté en la cama, abracé las rodillas y respiré despacio. El teléfono vibró. Era Jared. » JARED: ¿Qué haces? ¿Por qué no me contestas? Miré la pantalla, pero no respondí. No podía. Abrí otro chat. El de Carmina. »ELISA: Sí. Acepto. Llámame para ir mañana al trabajo. Envié el mensaje y me dormi. No lo pensé mucho. Solo supe que no podía seguir allí, encerrada en esa casa donde todo dolía. Quería tener un plan. Un escape. Esa noche casi no dormí. El sábado por la mañana, Carmina pasó por mí en un auto pequeño lleno de papeles y botellas vacías. Llevaba el cabello recogido y gafas de sol. —¿Lista para tu primer día de esclava en los bolos? —bromeó. —Más o menos —respondí, pero sonreí. El lugar quedaba al otro lado de la ciudad, un local grande con luces de neón y olor a fritura. Adentro, la música sonaba alto y había niños corriendo por todas partes. —Mi primo te va a adorar —dijo Carmina—. Es un desastre con el orden. Solo intenta no discutir con él. El primo resultó ser un hombre joven con barba rala y voz ronca, llamado Rubén. Me explicó rápidamente qué hacer: limpiar las mesas, recoger vasos, llevar las fichas a la caja, lavar algunos utensilios en la pequeña cocina. Nada del otro mundo, pero era agotador. A mediodía, mis brazos dolían. A la hora del cierre, estaba cubierta de harina y sudor, pero algo dentro de mí se sentía… tranquilo. Como si ese cansancio físico ayudara a callar todo lo demás. No pensé en Jared. No pensé en mi madre. Solo me concentré en no dejar caer los vasos, en limpiar bien, en hacer algo útil. Carmina y yo comimos unas papas fritas al final del turno. —¿Y qué te parece? —preguntó. —Difícil, pero… me gusta. —Perfecto. Entonces te espero mañana. Esa noche dormí como no lo hacía en semanas. El domingo fue parecido. El mismo ruido, el mismo cansancio, pero algo cambió: empecé a sentirme parte de algo. Rubén me saludó con un “buenos días” sincero. Carmina me pidió ayuda con unas bandejas y reímos cuando casi se le caen. Por un momento, la vida parecía normal. Hasta que encendí el teléfono al final del día. Cinco mensajes de Jared. »JARED: ¿Qué haces? ¿Por qué no me contestas? ¿Estás enojada otra vez? No entiendo qué te pasa. Contéstame, por favor. Los leí uno a uno, sintiendo cómo la paz del día se evaporaba. No respondí enseguida. Caminé hacia la parada del bus, me senté, esperé. Solo cuando el cielo empezó a oscurecer, abrí el chat y escribí: > ELISA: Estuve trabajando. Todo el día. La respuesta llegó casi al instante. > JARED: ¿Trabajando? ¿En qué? > ELISA: Nada importante. Solo ayudando a una amiga. Pasaron unos segundos. > JARED: Podrías haberme avisado. Me preocupé. > ELISA: No era necesario. Luego, silencio. Cuando llegué a casa, mi madre ya dormía. La televisión encendida, el vaso de vino vacío en la mesa. Subí sin hacer ruido, me lavé las manos, y me senté frente al cuaderno del proyecto. Tenía que terminar mi parte y revisar la de Jared. Minutos después, el teléfono volvió a vibrar. > JARED: No alcancé a hacer mi parte del trabajo. Lo siento. Tuve que acompañar a mis padres todo el fin de semana. ¿Crees que podrías ayudarme? Solo esta vez. Te lo juro. Me quedé mirando la pantalla, sin saber si reír o llorar. Después de todo. Después del silencio, la distancia, los reclamos, ahora me pedía ayuda. Y lo hacía con ese tono amable, culpable, imposible de rechazar. Suspiré. > ELISA: Está bien. Pásame lo que tengas y veo qué puedo hacer. > JARED: Eres la mejor. Te debo una, pequeña. Pequeña. Otra vez. Esa palabra que sonaba dulce y posesiva al mismo tiempo. Cerré el chat y abrí la computadora. Nunca envio nada así que tuve que trabajar hasta altas horas en terminar su parte. Mientras trabajaba pensé en todo lo que había pasado en tres días: la bofetada, el trabajo, los mensajes. Y entendí que estaba en un punto sin retorno. No sabía aún cómo, ni cuándo, pero tenía claro que no podía seguir viviendo esperando que los demás —mi madre, mi padre, Jared— decidieran por mí. Tal vez no podía escapar todavía, pero al menos, por primera vez, tenía un plan.
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