Esa noche el aire olía a jazmín y a algo que no supe nombrar, una mezcla entre promesa y peligro. Jared había insistido en que tenía lista una cena “especial”, y aunque yo protesté un poco, al final terminé aceptando. Me dijo que no hiciera preguntas, que solo confiara en él, y esa palabra —confianza— me dolía y me atraía al mismo tiempo. Cuando llegamos a su casa, estaba oscuro y las luces alrededor de la piscina titilaban como luciérnagas. Sobre la mesa había un mantel blanco, copas con jugo de granada y un par de velas encendidas que reflejaban destellos dorados sobre el agua. Todo parecía sacado de una película. —¿Y esto? —pregunté con una sonrisa temblorosa. —Una cena para la chica más bonita que conozco —dijo, y lo dijo tan convencido que sentí el pecho llenarse de calor. —¿Tus p

