El sol me despertó antes de las ocho, filtrándose por las cortinas del ventanal. Por un segundo no supe dónde estaba. La camisa de Jared todavía olía a él, y la manta ligera que nos cubría se había enredado entre mis piernas. Él dormía boca arriba, tranquilo, como si nada hubiera pasado. Me quedé mirándolo. Tenía el cabello revuelto y una expresión tan serena que me resultó casi ajena. Quise sentir lo mismo, esa calma que parecía habitarle el cuerpo. Pero lo único que sentí fue una especie de vacío, un silencio incómodo dentro de mí. Me incorporé despacio. Busqué mi vestido sobre una silla, todavía húmedo. Me lo puse igual, con la tela fría pegada a la piel. Jared se movió apenas, murmuró algo dormido. Por un momento temí que despertara, que me pidiera quedarme otra vez, y no sabría qué

