Los días pasaron sin darme cuenta. No sé en qué momento empezó a sentirse todo tan… fácil.
Las semanas pasaron y, de pronto, Jared y yo ya éramos “esa pareja rara que trabaja bien en equipo”, incluso algo más. Algo que la gente veía y comentaba bajito cuando pasábamos por los pasillos. Al principio me incomodaba. Después, no tanto.
Jared simplemente ya no se escondía, ni pregunto si lo hacíamos publico. A veces, en medio de clase, se inclinaba hacia mí solo para decir algo como “me gusta cómo te concentras”, o me lanzaba papelitos con dibujos de gatos torpes o frases tontas que me hacían sonreír. Otras veces, cuando le pasaba un apunte, su mano rozaba la mía, y todo lo demás —profesora, compañeros, murmullo — desaparecía.
En los recesos, empezó a sentarse conmigo. No siempre, pero sí lo suficiente para que todos lo notaran.
Yo no estaba en su circulo pero él si estaba en el mío. Porque si, ahora tenía lo que nunca, amigos. Carmina solía estar mucho tiempo conmigo, comiendo papas y contando cosas sin parar. Me hacía reír, y aunque Jared no siempre entendía su humor, la miraba con cierta paciencia.Se había convertido en algo así como una amiga. Hebert también estaba conmigo mucho tiempo, gracias a él mis notas iban a la alza. Carmina hacia referencia cada tanto a qué yo le gustaba a Hebert, aunque yo sabía que él solo era gentil, y Carmina, pues estaba enamoradisima de Hebert aunque fingía que no era así
Sonreí, aunque por dentro me sorprendía la facilidad con la que ahora todo fluía. Nunca pensé que alguien como Jared pudiera encajar en mi vida, y mucho menos que yo empezara a sentir que la mía tenía espacio para más personas.
Estaba además el trabajo, era agotador pero me hacía feliz.Era un cansancio diferente. No era fácil, pero me daba una sensación de control. No dependía de nadie. Y cada domingo, cuando llegaba a casa con el uniforme manchado de grasa y los pies adoloridos, me sentía menos pequeña.
Jared no sabía exactamente qué hacía, solo que “tenía un trabajo de fin de semana”. No lo había ocultado, simplemente no había entrado en detalles. Y él tampoco preguntó demasiado.
Hasta que todo cambió.
Jared parecía más alegre de lo normal. Estaba emocionado por una salida con su grupo de chicos populares. Dalton, Charlotte, Ava y los demás del equipo.
—Deberías venir —me dijo el viernes al llevarme a casa, con esa sonrisa que usaba cuando quería convencerme de algo—. No es como las fiestas de siempre, va a ser tranquilo.
—No puedo —respondí, tratando de sonar casual—. Trabajo el fin de semana.
—¿Otra vez?
Asentí.
—Sí. Es que… necesito el dinero. —
Además me sentía fuera de lugar con sus amistades. Dalton siempre era no solo distante, sino era la verdad era incluso grosero.
Él frunció el ceño un segundo, pero luego me besó la mejilla.
—Bueno, luego te cuento cómo estuvo.
No pensé más en eso.
El sábado amanecí temprano, con la rutina de siempre: uniforme, coleta alta, un desayuno rápido y el bus hasta los bolos. El aire olía a fritura y café barato. Carmina ya estaba ahí, hablando con su primo mientras yo limpiaba las mesas y acomodaba los zapatos de las pistas.
—¿Y el novio famoso? —me preguntó ella, levantando una ceja.
—¿Jared? —intenté disimular la sonrisa—. Bien, supongo. Vine a trabajar, no de paseo.
—Se supone, dice —rió—. Oye, te voy a decir algo: ese chico tiene cara de querer cuidarte, pero no de entenderte. Así que no te enamores tan rápido.
—Ya es tarde para eso —pensé, pero no lo dije.
Pasaron las horas, el ruido de las bolas golpeando los pinos llenaba el ambiente. La tarde avanzaba sin sorpresas, hasta que escuché unas risas conocidas.
Me giré. Ahí estaban.
Mi corazón se detuvo un segundo.
Los vi entrar con sus chaquetas de equipo, riendo, como si la vida fuera una película donde nada malo podía pasar. Charlotte llevaba un vestido corto y un batido en la mano. Jared caminaba detrás de ellos, hablando con Dalton. No me habían visto.
Mi primer instinto fue esconderme. Pero ya era tarde.
—¿Elisa? —la voz de Jared me atravesó.
Se había detenido a unos metros, con los ojos abiertos de sorpresa.
Dalton miró en la misma dirección y soltó una carcajada seca.
—No puede ser. ¿Trabajas aquí?
Tragué saliva.
—Sí… —murmuré—. Solo los fines de semana.
Charlotte ladeó la cabeza, con esa sonrisa que parecía un veneno dulce.
—Qué tierno —dijo—. La chica aplicada también limpia mesas.
Ava soltó una risa ahogada. Dalton aplaudió suavemente.
—Vaya, Jared, no sabíamos que te gustaban las… chicas de servicio.
El aire se volvió denso. Sentí que todo el ruido del boliche se desvanecía. Mi cara ardía, mis manos temblaban.
—Déjalo, Dalton —dijo Jared con voz firme.
—¿Qué? ¿Solo estaba bromeando? —respondió él.
—No tiene gracia —replicó Jared, mirándolo fijamente—. Hay gente que trabaja para ganarse la vida. Es más de lo que algunos de nosotros hacemos.
Por un momento, nadie habló. Charlotte chasqueó la lengua.
—Oh, vamos. No te pongas tan heroico. Solo era una broma.
—Una broma es reírse contigo, no de alguien más —dijo Jared.
Yo quería desaparecer. El corazón me latía tan fuerte que apenas podía respirar.
Dalton se encogió de hombros y tomó una bola para lanzarla.
—Como quieras, príncipe azul.
Los chicos siguieron jugando un rato más. Yo recogía los alrededores de cuando en cuando, hasta que sucedió
Mientras caminaba hacia la pista, Charlotte pasó cerca de mí. Pude sentir su perfume antes de verla inclinar el vaso y derramar el batido sobre mis zapatos.
El líquido espeso y frío se escurrió entre mis dedos.
—Ups —dijo con una sonrisa perfecta—. Qué torpe soy.
La vergüenza me paralizó. No sabía si llorar o correr. Pero antes de que pudiera reaccionar, Jared se interpuso.
—¿Qué te pasa, Charlotte? —dijo, elevando la voz—. No voy a permitir eso.
Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y molestia.
—¿Defiendes a una mesera?
—Defiendo a mi novia, y merece más que esto—respondió él.
Y en ese instante, sin pensarlo, se giró hacia mí, limpió con un pañuelo el borde del batido en mis zapatos, y me miró con una ternura que me rompió por dentro.
—¿Tienes cómo cambiarte? —preguntó—. O dame tu número y te traigo unos tenis, ¿sí?
Asentí, sin voz.
Él sonrió y, delante de todos, me besó en la frente.
Fue un gesto simple, pero sentí que el mundo se detenía.
Los murmullos alrededor se hicieron más bajos, casi un zumbido lejano. No importaba Charlotte, ni Dalton, ni las miradas. Solo él, arrodillado frente a mí, con esa mezcla de dulzura y rabia en los ojos, como si estuviera dispuesto a enfrentar al mundo entero.
—Vamos a hablar luego, ¿sí? —susurró.
Yo apenas pude asentir.
Cuando se fue con el grupo, que lo seguía en silencio, me quedé apoyada contra la barra, temblando. Carmina apareció a mi lado, con la ceja levantada.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —preguntó.
—No lo sé —susurré—. Creo que… me defendió.
—Ya lo vi —dijo ella, mirando hacia la salida—. Pero prepárate, porque esa Charlotte no parece de las que se rinden fácil.
No le respondí. Estaba demasiado aturdida.
Esa noche, mientras fregaba el suelo por última vez, las palabras de Jared se repetían en mi cabeza: “Defiendo a mi novia.”
Nadie había dicho algo así por mí. Nunca.
El domingo, apenas me desperté, vi su mensaje:
> “Lo siento bebé por ayer. No debí dejar que eso pasara.Y no me importa dónde trabajes. Solo me importa estar contigo.”
Lo leí una y otra vez, hasta que el texto se volvió borroso.
Mi madre gritaba desde la cocina, pero no la escuchaba. Solo pensaba en él, en cómo me había mirado, en la manera en que su voz había sonado tan segura, tan distinta de todos los demás.
Pasé el resto del día flotando, como si caminara entre nubes.
Carmina me mandó un audio largo, entre regaños y risas.
> “Te lo dije, niña, ese chico está loco por ti. Pero cuídate, ¿ok? Los que parecen príncipes a veces esconden más de lo que muestran.”
No respondí. No porque no la creyera, sino porque no quería pensar en eso.
Solo quería quedarme en esa sensación de que alguien, por fin, me había elegido.