El sábado, Carmina me llevó a la boutique de su tía.
El local olía a perfume y a tela nueva.
Había hileras de vestidos en todos los colores imaginables, algunos con brillo, otros con encaje o tul.
—Pruébate este —dijo Carmina, sacando uno color lavanda—. Tiene el corte perfecto para ti.
—No sé… —dudé—. Es demasiado bonito.
—Justamente por eso —respondió riendo—. Ya te toca verte bonita.
Me encerré en el probador con las manos temblando.
El vestido era sencillo, de tirantes delgados y falda fluida. Cuando lo subí por mi cuerpo y me vi en el espejo, no reconocí a la chica que me devolvía la mirada.
No era la Elisa del uniforme ancho y las mangas manchadas de marcador.
Era alguien más… alguien que podía ser vista.
Carmina golpeó la puerta.
—¿Puedo ver?
—No… todavía no —dije, mientras intentaba respirar.
Salí finalmente, y Carmina abrió los ojos como si hubiera visto un milagro.
—Wow. Jared se va a desmayar.
Me reí, nerviosa.
—No creo.
—Créeme, sí.
Esa tarde regresé a casa con el vestido doblado cuidadosamente en una bolsa, y una sensación extraña en el pecho.
Por primera vez en mucho tiempo, me sentí emocionada por el futuro.
Esa noche, Jared me llamó.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Nada. Pensaba leer un rato.
—¿Y si mejor hablamos? No puedo dormir.
—¿Por qué?
—Estaba pensando… en ti. —Su voz bajó un tono—. No sé qué haría si no te hubiera conocido, Elisa.
Me quedé en silencio, con el teléfono pegado a la mejilla.
—A veces creo que tú me estás enseñando cómo es realmente el amor —añadió.
—¿Y cómo es? —pregunté, casi susurrando.
—Suave. Pero también te da miedo —respondió después de una pausa—. Como tú.
No supe qué decir.
Solo escuché su respiración del otro lado de la línea, tranquila, constante.
Y comprendí que estaba perdida.
La semana antes del baile parecía tener una energía distinta.
Hasta los pasillos se sentían diferentes, como si todo el mundo caminara un poco más despacio, pendiente de quién iba con quién, de qué rumor corría, de quién sería nominado como rey o reina.
Yo nunca había estado tan consciente de mi propia presencia. Era como si por primera vez formara parte de algo que ocurría dentro y no solo alrededor de mí.
Carmina estaba más emocionada que nadie. Desde el lunes, hablaba del baile a cada rato, mostrando en su celular ideas de peinados, esmaltes, zapatos.
—Mira este recogido con trenza, Elisa—me dijo una mañana, mientras caminábamos hacia el aula—. Te quedaría precioso con tu vestido lavanda.
—No sé si pueda hacerme algo así —respondí, tratando de sonar práctica—. No tengo plancha, ni rizadora…
—¡Yo te arreglo! —exclamó, tomando mi brazo—. Ese día te vienes a mi casa y lo resolvemos.
Sonreí. Me hacía bien verla tan entusiasmada.
En el fondo, también sentía ilusión, aunque intentara disimularla.
Era la primera vez que alguien me había invitado a un baile. La primera vez que tendría un vestido bonito, zapatos nuevos y una cita. Y no con cualquiera. Con Jared.
Esa semana también anunciaron las nominaciones a rey y reina del baile.
El profesor de biología fue el encargado de leer los nombres en voz alta durante la asamblea.
Cuando dijo “Jared, Dalton, Ava y claro Charlotte Renner”, el auditorio estalló en aplausos.
Yo aplaudí también, aunque sentí un nudo extraño en el estómago.
Charlotte, con su cabello dorado perfectamente peinado y su sonrisa de revista, levantó la mano desde las primeras filas, agradeciendo con esa naturalidad suya que parecía heredada.
Jared solo sonrió y se encogió de hombros, como si no le diera importancia. Pero a la salida, todo el mundo hablaba de ellos como la pareja perfecta.
—No te preocupes, Elisa—me dijo Carmina al ver mi expresión—. Es una tradición. Siempre eligen a los más populares.
—Lo sé —respondí, fingiendo que no me afectaba.
Pero algo dentro de mí sí se encogió un poco.
El jueves, Hebert y yo nos quedamos después de clases para repasar matemáticas.
Desde que nos emparejaron en el proyecto anterior, habíamos seguido estudiando juntos. Era tranquilo, paciente y, a su modo, divertido.
Esa tarde, el aula estaba casi vacía, solo quedaban algunos grupos preparando trabajos. Afuera lloviznaba.
—Entonces —dijo Hebert, anotando una fórmula en mi cuaderno—, si despejas la X te queda…
—Tres punto cuatro —completé, orgullosa.
—Exacto. Ves que sí puedes —respondió, sonriendo.
Hubo un silencio breve, y luego lo escuché decir:
—Oye… ¿es cierto que vas a ir al baile con Jared?
Levanté la vista del cuaderno.
—Sí —respondí.
—¿Y estás segura?
—¿Por qué no habría de estarlo? —pregunté, algo a la defensiva.
Hebert se encogió de hombros.
—No lo sé, solo… —hizo una pausa, buscando las palabras—. Es que él es más del tipo de Charlotte, ¿no? Digo, incluso están nominados juntos. Sería lo lógico.
Sentí un calor súbito en la cara.
—¿Y qué significa eso?
—Nada malo —se apresuró a decir—. Solo que… ellos son de ese grupo. Los populares, los que salen en todas las fotos del anuario. Y tú y yo… somos distintos.
—¿Distintos cómo? —pregunté, ya molesta.
—Más normales, supongo. Con problemas reales. —Sonrió con tristeza—. Ellos viven en otro mundo, Liss. Son hermosos sin esfuerzo, tienen dinero, familias perfectas, y siempre consiguen lo que quieren. A veces parece que la vida está hecha para ellos.
No respondí.
Hebert bajó la mirada y siguió hablando:
—Mientras tanto, nosotros… —Señaló el montón de libros, las hojas arrugadas, y el ensayo que yo estaba corrigiendo para Jared—. Nosotros trabajamos el doble solo para mantenernos a flote.
—No conoces a Jared —le dije, cruzando los brazos.
—¿Y tú sí? —preguntó, mirándome por primera vez directamente.
—Sí. Lo conozco. Está pasando por un mal momento y no me parece justo juzgarlo solo por lo que parece.
—Tal vez —murmuró—. Pero espero que no te haga llorar.
Su voz sonó más triste que enojada.
—Hebert…
—Solo quiero que estés bien, Elisa. —Suspiró—. Y si ese tipo te abandona, yo te acompaño al baile con gusto. —Sonrió, aunque su mirada se quedó fija en el pupitre—. Al menos yo sí valoro quién eres.
No supe qué decir. Me quedé en silencio, con el corazón latiendo rápido, sin atreverme a mirarlo.
Cuando el timbre del final de jornada sonó, recogí mis cosas con las manos temblorosas.
—No debí decir eso —murmuró él—. Perdón.
—No pasa nada —mentí, sin levantar la vista. No podía quitarme sus palabras de la cabeza.
Decidí no contarle nada a Jared. Ni tampoco a Carmina.
No quería que se malinterpretara. Además, Carmina parecía cada día más ilusionada con Hebert.
Siempre hablaba de lo bien que la trataba, de lo inteligente que era, de cómo la ayudaba con los deberes.
—Creo que iremos juntos al baile —me había dicho una tarde, sonriendo—. No como pareja, solo como amigos. Pero al menos no iré sola.
Esa frase me vino a la mente mientras repasaba mis apuntes esa noche.
“No como pareja, solo como amigos.”
Tal vez Hebert había pensado lo mismo cuando me hizo esa… ¿declaración?
La idea me revolvía el estómago.
Intenté concentrarme en los ejercicios, pero la imagen de su mirada, entre triste y determinada, no se iba.
El viernes, durante el almuerzo, noté que Jared se mostraba más distraído de lo habitual.
—¿Todo bien? —le pregunté.
—Sí, solo cansado —respondió, apoyando la cabeza en la mano—. Mi abuela no ha mejorado mucho. Mamá dice que probablemente no recuerde quién soy.
Le tomé la mano sin pensar.
—Lo siento, Jared.
Él sonrió débilmente.
—No pasa nada. Me hace bien hablar contigo. —Apretó mi mano—. Gracias por estar.
Ese pequeño gesto, su tono sincero, bastó para borrar la incomodidad de los días anteriores.
Por momentos, todo lo malo desaparecía cuando él me hablaba así.
Más tarde, cuando el timbre del receso sonó, salí al pasillo para buscar a Carmina, pero terminé chocando con alguien.
El perfume dulce y caro me golpeó antes de verla.
Charlotte Renner.
—Oh, lo siento —dijo, aunque no sonó para nada arrepentida.
—Tranquila —respondí, intentando pasar de largo.
Pero me sujetó del brazo con una sonrisa fría.
—¿Vas a ir al baile con Jared? —preguntó, en voz baja.
—Sí —respondí, sin entender a dónde quería llegar.
—¿De verdad crees que es buena idea? —Su sonrisa se volvió más cortante—. No sé, Elisa, pero… ¿no crees que lo vas a avergonzar un poco?
La miré sin saber qué decir.
—¿Avergonzarlo?
—Vamos, sé razonable. —Hablaba despacio, casi amable—. Ya cumpliste el sueño de cualquier chica perdedora: salir con el chico más codiciado del instituto. Felicitaciones. Pero deberías saber cuándo parar.
Me mordí la lengua.
—No sé de qué hablas.
—Claro que sí —dijo, acercándose—. Ubícate. Los de tu tipo no duran mucho en este mundo. Disfruta tu momento antes de que termine. Y… —me escaneó con la mirada—. Si te atreves a aparecer en el baile con él, probablemente lo lamentes.
Sentí que algo dentro de mí se rompía.
Charlotte se alejó despacio, dejando un rastro de perfume y veneno.
Por unos segundos, me quedé quieta, con la garganta apretada y el corazón golpeando.
Luego respiré hondo y me obligué a seguir caminando.
Esa tarde no pude concentrarme en clase.
Miraba a Jared, que hablaba con sus compañeros, y todo se me mezclaba: las palabras de Hebert, la voz de Charlotte, el eco del auditorio aplaudiendo sus nombres juntos.
Me dolía pensar que tal vez todos veían algo que yo no.
Pero cuando Jared me sonreía, se me olvidaba todo.
Cuando sonó la campana, recogí mis cosas despacio.
Jared me alcanzó en la puerta.
—¿Te paso a dejar a tu casa?
—No hace falta, caminaré —respondí.
—Vamos, no quiero que te mojes si llueve.
Sonreí.
—Está bien.
Durante el camino, hablamos de cosas simples: el examen de química, la nueva película que queríamos ver, el perro del vecino que no dejaba dormir a nadie.
Por un momento, todo volvió a parecer normal.
Al llegar a mi casa, se detuvo frente a la puerta.
—Elisa —dijo, antes de que pudiera despedirme—. Quería decirte algo.
—¿Qué cosa?
—Estoy feliz de ir contigo al baile. De verdad. —Sus ojos tenían ese brillo cálido que siempre me desarmaba.
Me quedé en silencio, intentando no llorar.
—Gracias —susurré.
—No me des las gracias, espero que también estés feliz—dijo, sonriendo—. Solo prométeme que no te vas a preocupar por tonterías.
Asentí.
Él se inclinó y besó mi frente.
Y en ese instante, todas las dudas se disolvieron.
Aun así, me repetí que no importaba.
Que al menos por ahora, todo estaba bien.