Capítulo IV

1114 Words
Esa mañana César no fue a la oficina de una vez, pasó por la Universidad, trataría de hablar con la rectora. Llegó al campus a las 8:30 am.  Se acercó a la recepción de la Universidad y se anunció. La chica que lo recibió, no dejaba de pestañear y sonreír. César se mantuvo circunspecto, ese sería el último lugar donde se mostraría coqueto con las mujeres.  —¿Me dijo que usted era? —preguntó la chica con voz susurrante. —César Puig, Director ejecutivo de Corporación Z. Quiero ver a la rectora. ¿El nombre de ella es? Disculpe. —Arantza Aristimuño.  —Arantza —repitió César con el tono típico de quien descubre algo — ¿Puede pedirle que me reciba? —preguntó César. Ella asintió con la cabeza y sonrió levemente. Se puso al teléfono. —Aquí está César Puig. Quiere ver a la doctora Arantza. Él es el CEO de Corporación Z —completó la morena al teléfono con tono de complicidad. La chica se rió y trató de disimular. Bajó la mirada. Colgó el teléfono y puso su atención en él de nuevo con un gesto coqueto. —Lo siento. Ella no puede recibirlo —le anunció. César la miró con impaciencia. No se iría de allí sin hablar con ella. —¿Sabe a qué hora sale a almorzar? —preguntó. La chica pareció extrañada y pestañeo más rápido pero por asombro más que por coqueteo. —No, no la verdad, no, creo que come en su escritorio —titubeó ella. ¡Que patético! pensó César. Pensó que tendría que usar sus dotes de seductor entonces. —Mi amor, te explico, para mi es muy importante darle una información a ella. Solo debo notificarle de algo y me voy. ¿Me podrías ayudar? —le preguntó César dedicando media sonrisa mientras la miraba de arriba abajo deteniéndose en sus pechos. La chica sonrió y asintió rápidamente con la cabeza. —Puedo dejarlo entrar.   —¿No te meterás en problemas? No quiero que te metas en problemas por mí —le dijo César.  —Diré que creí que usted ya se había ido y que yo me levanté al baño —sonrió. —¡Perfecto! Hagamos eso.  La chica le indicó el camino a la oficina de ella. Lo previno de evitar a los vigilantes porque él no llevaba tarjeta de visitante. César camino de prisa y pronto estuvo frente a la oficina de la mujer. En la puerta decía:  DOCTORA ARANTZA ARISTIMUÑO RECTORA César no tocó la puerta, la abrió con cuidado y vio a una mujer en cuatro patas inclinada hacia adelante recogiendo algo del piso al fondo de la oficina, que era grande. Su trasero se veía redondo y muy seductor con la forma de su pequeña cintura, llevaba una falda gris de lino y una camisa de algodón blanca de mangas largas. El cabello oscuro recogido en un moño tipo bun sin gracia. A César le inquietó la imagen de la mujer en cuatro patas con esa ropa tan ajustada que dejaba ver sus delicadas formas femeninas, y sus piernas tan uniformes y estilizadas. Sintió una punzada en su entrepierna y pensó: ¡Qué cliché! La secretaria arrodillada o a cuatro patas en el suelo, a puesto a que lleva gafas. Esta debe ser la secretaria de la rectora y me pondré duro si la sigo mirando. Se aclaró la garganta y trató de disipar la turbación que causó la mujer en el suelo. —Buenos días. Siento interrumpir —dijo con firmeza. La mujer se giró pero no alcanzó a ver. Se levantó y volteó hacia la puerta donde estaba parado aún César. Era la rectora Arantza.  Al verlo, su rostro se encendió y pareció de color ladrillo, sus fosas nasales resoplaban y su pecho se agitó. Sin hablar se acercó con pasos firmes y rápidos. César no podía creer que la mujer por la que casi tuvo una erección fuera la odiosa mujer mal vestida de la rectora. No llevaba nada de maquillaje y al estar de pie, él pudo observar que la ropa le ajustaba normalmente, de hecho parecía ropa de una talla mayor a la que debería usar. No era una mujer fea, concluyó César, era simple en comparación a las amazonas a las que él estaba acostumbrado. Se alegró de no tener que cruzar palabras con una mujer que lo atrajera físicamente porque estaba ahí para demostrar su lado más serio y responsable.   —¿Cómo entro? No se supone que lo recibiera, fui clara. —Aproveché un descuido de la recepcionista. Quiero hablar con usted, lo necesito, es importante —se justificó César. —No me interesa nada lo que tenga que decir. Me alegra que tuviera la decencia de no llamar a mi hermana. Por favor váyase —dijo ella visiblemente molesta pero manteniendo un tono cortés. —Lo siento, quería disculparme, estaba ebrio. No debió pasar nada de aquello y no debí decir nada de lo que dije. Lo siento mucho —escupió César. —Claro, lo siente porque soy la rectora de la universidad, si fuera cualquier otra, incluso contaba la anécdota para burlarse de mí —dijo con amargura. —No tengo 16 años, no soy un chico, lo siento, solo no fue mi día. Sé que no me conoce pero dejemos lo personal aparte de este asunto. —Lo siento señor Puig. No es mi intención hacerlo pasar vergüenza, ni reclamarle nada, pero no espere que crea que la compañía que usted dirige es seria si el director ejecutivo se emborracha, se besa y manosea con extrañas en una discoteca.  —Tengo una vida privada. No soy el CEO las 24 horas del día. Era mi cumpleaños. Usted estaba allí también.  —Porque era mi cumpleaños también y la tonta de mi hermana insistió. Ella quería salir para disfrutar, no para celebrarme a mí, a mi esas cosas no me gustan. Lo siento señor Puig, por favor váyase y dejemos esto así. Lo disculpo si eso lo hace sentir mejor. —Pues felicidades por su cumpleaños. Ya tenemos algo en común. Para mi gerente de selección de personal es muy importante concretar las alianzas con su casa de estudio, déjeme demostrarle que somos una organización seria. No castigue a todos —suplicó César. Arantza suspiró hondo y miró en otra dirección como evaluando las palabras de César. —No veo cómo pueda mejorar su imagen. Lo siento, no insista. Por favor, váyase —contestó ella con expresión compasiva. —Lo intenté al menos. Gracias por no echarme, lo siento y felicidades —dijo César con actitud de derrotado. Salió del campus cabizbajo. La mujer es imposible. Está llena de prejuicios y tiene un pensamiento arcaico, pensaba César mientras se subía a su auto.   —Debí decirle eso. Que éramos nosotros los que no estábamos interesados en trabajar con ellos por arcaicos, prejuiciosos y cuadrados de mente —dijo César en el auto para sí. Pero una cosa se quedó en la mente de César y decidió que trabajaría en ello de inmediato. Su imagen de don juan, mujeriego y parrandero debía acabarse.  En el camino llamó a Georgina y aceptó las entrevistas de la Revista Fortuna y del diario que quería hacer su perfil para la prensa.        
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