" Un Jefe Frustrante "

1173 Words
El interior del vehículo estaba impregnado por su perfume: una fragancia embriagadora y elegante que parecía diseñada para desarmar voluntades. —No era necesario que te pusieras el calcetín —comentó Edrik de repente, con un tono seco mientras la miraba de cerca—. Empiezo a pensar que le gusta el dolor, señorita. Aisha apenas tuvo tiempo de procesar el comentario. Antes de poder replicar, él respondió una llamada y se sumergió en una conversación de negocios. Ella lo observó de reojo. Su rostro serio se transformaba con cada cifra pronunciada; su sonrisa aparecía apenas cerraba un trato, y sus dientes blancos relucían como armas de seducción involuntaria. Aisha se reprendió mentalmente por los pensamientos que se agolpaban en su mente, pero era inútil. Algo en Edrik Carlson era magnético, aunque estuviera envuelto en arrogancia. De pronto, él golpeó con el dedo el cristal que los separaba del conductor. —Que esperen con una silla. —Enseguida, señor —respondió el conductor, con precisión casi militar. Cuando el cristal volvió a subir, Edrik se inclinó hacia Aisha. Tomó con cuidado su pie, intentando retirar el calcetín, pero el dolor hizo que ella retrocediera de inmediato. —No se preocupe, de verdad no es necesario... más le aseguro que duele demasiado —dijo ella con esfuerzo. Él no insistió. Asintió en silencio y soltó su pie con delicadeza. Minutos después, el auto se detuvo frente a un spa de lujo que parecía sacado de una portada de revista. Al abrir la puerta, Aisha notó que una silla de ruedas ya la esperaba. Uno de los hombres que la habían escoltado en la oficina la ayudó a sentarse con cuidado. —Gracias —murmuró, aún confundida. Su mirada, sin embargo, volvió a fijarse en Edrik, que caminaba delante de todos con una elegancia autoritaria. Las recepcionistas lo saludaron con un respeto que rayaba en la veneración, y él apenas asintió, sin detenerse. Un ascensor de puertas abiertas aguardaba al final del salón. Dentro, un joven de piel morena, vestido informalmente, los saludó con entusiasmo. —Buenos días, jefe Edrik. No es una hermosa mañana. Qué lindo es vivir con plenitud, patrón. Aisha pensó que Edrik lo ignoraría, pero al llegar al piso deseado, se giró hacia él con el ceño fruncido. —Tú y yo hablaremos luego, Wein. Estoy cansado de limpiar tus desastres. Hoy aprenderás lo que significa la responsabilidad. —Hermano, solo fue un accidente. Además, no creí que fracturaría sus dedos. Él se lo buscó. Ya sabes cómo es el idiota de Luis —replicó el joven, cruzándose de brazos como si eso pudiera protegerlo. Edrik lo fulminó con la mirada. —Un accidente… Solo un idiota se creería eso. Estoy cansado de tu inmadurez. ¿Qué haces aquí? ¿Mamá ya sabe lo idiota que eres y la cantidad que me tocó pagar por tu "accidente"? —No, claro que no. ¿Cómo crees? —respondió Wein, con una sonrisa sarcástica—. Vine porque pensé que vendrías a delatarme. Ya sabes, tú, el recto de la familia, el intachable. —Cierra la boca antes de que te la cierre yo. Ve con Santiago. Tiene trabajo para ti —ordenó Edrik, retomando el paso. —Ese es mi hermano mayor... Puedes darme algo de dinero. Mamá congeló mis cuentas otra vez. ¿Puedes creerlo? Algunos de los guardaespaldas sonrieron con disimulo. Edrik soltó un bufido de sarcasmo y sacó una tarjeta dorada de su billetera. —Qué mierda tan increíble —espetó, entregándosela—. Si no vas con Santiago ahora mismo, te juro que te arrepentirás. Wein tomó la tarjeta como si acabara de ganar una batalla. —No te defraudaré. Somos hermanos, relájate. Se marchó por el pasillo, dejándolos a solas. Finalmente llegaron a una sala. Una mujer tras un escritorio les bloqueó el paso con una advertencia: —Señor, la doctora está ocupada. Fue ignorada por completo. Uno de los hombres de traje abrió la puerta sin tocar. Dentro, una mujer de cabello corto y porte distinguido revisaba un expediente. Al levantar la vista, les dirigió una mirada severa. —Buenos días, madre —saludó Edrik, inclinándose para besarle la frente. —Estoy ocupada con un paciente. Espera tu turno. Ve a reprender a tu hermano. Estoy harta de tanta inmadurez. —No exageres, madre. Solo fue una pequeña pelea. Y no estás realizando una operación a corazón abierto. Aunque, si así fuera, me encantaría ver a Luis con el pecho abierto. Tal vez, de la emoción, hasta estrujaría su corazón —dijo Edrik con una sonrisa ladina, mirando al hombre rubio sentado frente a su madre. —Ten un poco de respeto. Tu hermano le fracturó tres dedos. Actúan como animales —lo reprendió la mujer, sin perder la compostura. —Tampoco es que Luis sea tan diferente a nosotros, madre —replicó Edrik con desprecio. —Tía, ya no te aflijas. Todo quedará entre familia, no te preocupes. Yo olvidaré lo sucedido —intervino Luis, levantándose con un gesto teatral. Edrik no se contuvo. —Con la cantidad de dinero que pediste para no presentar cargos, hasta yo perdería la memoria. Alimaña. Engañas a la hermana de tu madre, pero a mí no. Luis no respondió. Tomó su saco y salió del consultorio sin siquiera despedirse. —Tan humilde y bueno, tu sobrino favorito. Pamplinas —murmuró Edrik con sarcasmo apenas se cerró la puerta. La discusión continuó unos minutos más. Aisha, sintiéndose fuera de lugar, intentó incorporarse, pero una mano firme la detuvo suavemente por la chaqueta, impidiéndole moverse. Bajó la mirada. Quería desaparecer. —¿Quién es la señorita? —preguntó por fin la doctora, centrando la atención en Aisha. El nerviosismo despertó en su interior. —Es Aisha, de los Sorny. Tiene una infección en el pie. Si no la tratas pronto, temo que perderá el dedo —respondió Edrik con tono burlón. —¿Perderé el dedo? —preguntó ella, horrorizada. La doctora negó con calma. —No es tan grave. Solo una mala pedicura. Haré una pequeña intervención para retirar lo que causa la infección, y todo estará bien. La doctora se puso los guantes con movimientos precisos. Cada gesto suyo transmitía experiencia y seguridad, pero Aisha no podía evitar sentirse tensa. Sentía el sudor frío recorrer su espalda, no por el procedimiento en sí, sino por la constante conciencia de que Edrik estaba allí, observándola. —No te preocupes —dijo la doctora con voz neutra—. Solo te adormeceré el área. No sentirás más que una leve presión. Aisha asintió sin abrir los ojos. El silencio en la sala era espeso, apenas interrumpido por el sonido de los instrumentos estériles que la doctora colocaba sobre la bandeja. De vez en cuando, el zumbido suave del aire acondicionado se mezclaba con el latido acelerado de su propio corazón. Edrik no dijo nada. Permanecía de pie, con los brazos cruzados y una ceja apenas arqueada, como si todo aquello fuera una puesta en escena creada solo para su entretenimiento.
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