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El diario de Pamela (Mis secretos más oscuros)

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¿Te atreverías a revelar tus más oscuros deseos?

Pamela oculta su verdadera personalidad bajo ropas grandes y enormes gafas, incapaz de revelar a su esposo sus verdaderos deseos, busca la manera de satisfacerlos bajo las sombras de la noche, su deseo más grande tiene nombre y apellido.

Emilio es un italiano apasionado, no tiene idea de que ha tenido frente a él a la mujer que se ha convertido en su más grande obsesión.

John piensa que tiene a la esposa ideal, modosa, recatada, una mujer que jamás pregunta ni reclama nada, eso hasta que un diario le revela sus verdaderos deseos.

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Doble personalidad
Una hermosa mujer se movía sensualmente al centro de la pista de un club nocturno, ella en realidad está disfrutando de las miradas lascivas de aquellos morbosos hombres, un llamativo antifaz ocultaba la mitad de su hermoso rostro, en el cual se dibuja una bella sonrisa que deja entre ver sus perfectos dientes. Sus movimientos casi hipnóticos embelesaban a los clientes de aquel lugar, poco a poco empezó a descubrir su voluptuoso cuerpo hasta quedar en diminutas prendas de encaje, ese era el momento más esperado por aquellos frenéticos hombres. Nadie podía tocarla, había guardias de seguridad al costado del escenario, los hombres tiraban billetes a sus pies al no poder acercarse. Poco después la chica se encontraba en su camerino, Pamela disfrutaba realmente su trabajo, tenía que regresar rápido a su casa, esa noche llegaba su esposo, él era piloto de un avión privado, por lo que se ausentaba todo el tiempo. —Amiga, debes darte prisa, tienes que regresar a Nueva Orleans para recibir a tu marido si es que no quieres que se entere. —Una hermosa chica morena entró en el camerino para advertirle. —Ya voy amiga. Las chicas salieron por la parte de atrás del club para subir a la camioneta de la chica morena, Pamela dejaba su auto cerca del puente, debía apresurarse a llegar a su hermosa casa en el barrio francés. Poco después de que abordara su auto, su teléfono empezó a sonar con insistencia, sabía a qué se debía aquella llamada aun antes de contestar. —Aló. —Pam, preciosa, no podré llegar hoy, pero el día de mañana estaré por fin en casa, llegaré al medio día, es sábado, pasaré por ti a la oficina así que no lleves tu auto. —Está bien. Dijo antes de colgar, John consideraba que la chica era la mujer ideal, era recatada, y sobre todo jamás preguntaba nada, así le hubiera dicho que iba a Timbuktú ella no hubiera indagado nada, siempre se limitaba solo a aceptar. Así que con toda la tranquilidad del mundo podría disfrutar a la hermosa rubia que lo esperaba recostada sobre la cama, al otro día llegaría con unas rosas para Pam y asunto solucionado. Pamela se dirigió a su casa, estaba acostumbrada a las largas ausencias de su esposo, a sus infidelidades también, tres años de casados y su matrimonio estaba tan acabado como si llevaran cincuenta. Llego a la enorme casa que se sentía tan fría y sola como siempre, dio un gran suspiro al bajar de su auto, esa casa era el único que recuerdo que tenía de sus padres, John fue su paño de lágrimas cuando los perdió años atrás, se refugió en él, cuando ella termino la universidad decidieron casarse, ella con 19 años, él con 27. John era un hombre muy atractivo, rubio, de ojos azules y un cuerpo marcado por el ejercicio que hacía cada que tenía oportunidad, ahora sabía que se casó con él para no sentirse sola, su relación era más fría que un cubo de hielo dentro de la heladera, era lo que pensaba todo el tiempo. Deseaba que un apasionado hombre recorriera su cuerpo, que la hiciera vibrar como John jamás lo había hecho, era una chica hermosa y era consciente de ello, su rostro era muy simétrico, iluminado por unos enormes ojos verde aceituna, su largo cabello rubio cenizo le llegaba hasta la cintura, su tez era muy blanca lo que hacía resaltar su pequeña, pero carnosa boca roja, y que decir de su voluptuoso cuerpo bien proporcionado. Cuerpo que ocultaba bajo enormes prendas, usaba unas redondas gafas que ocultaban sus bellos ojos, su largo cabello lo llevaba recogido por completo en un extraño moño, su madre era muy religiosa, así que siempre le pidió vestir de aquella manera. Por la mañana se apuró para llegar a la oficina, era secretaria ejecutiva, entró apresurada al edificio, tenía que llegar antes que su jefe, dio un profundo suspiro al llegar a su escritorio y ver que él aún no había llegado, creía que llegaría tarde. Poco después lo vio llegar, se quedó embobada como siempre lo hacía, y es que aquel hombre era todo un Dios griego, un adonis perfecto, Emilio Caresse, un italiano radicado en Estados Unidos, Pamela babeaba al verlo, 1.79 de puro músculo, cabello n***o, ojos azules y un rostro divino. —Babeando como siempre señorita Amberson, en lugar de desvestir con la mirada a su jefe, lleve dos cafés a la oficina, de prisa mujer. Y ahí estaba él, Andrés Lianni, el vicepresidente y mejor amigo de Emilio, por no decir su perro faldero, creía que la odiaba tanto como ella a él, algún día podría dejarlo con un palmo de narices, o al menos regresarle todas sus burlas, la llamaba de todos los apodos posibles tachándola de fea. Emilio no decía nada, tan solo movía la cabeza de un lado a otro en señal que desaprobaba la manera de ser de su amigo. —Oye amigo, deberías cambiar de secretaria, esa mujer cada vez se pone más fea, necesitas a alguien que de una buena imagen cuando menos. —Ella es justo lo que necesito, una mujer que venga aquí a trabajar, no a estar coqueteando, es muy seria y eficiente. —Si tú lo dices. En ese momento entró Pamela llevando el café que habían pedido en una pequeña charola, había alcanzado a escuchar lo que Andrés había dicho, colocó el café de su jefe sobre el escritorio, se dio la vuelta para dejar el de Andrés frente a él, de pronto tropezó y el líquido caliente fue a parar sobre su pantalón. —¡Demonios! —Lo siento señor. Pamela tomó un paño y comenzó a frotar fuertemente el área donde había caído el café. Andrés se levantó de un brinco, no era tan solo que el café estaba quemando sus partes íntimas, aquella mujer las estaba frotando con mucho ahínco. —Detente adefesio, me vas a dejar sin hijos. —Lo siento, señor Lianni, no fue mi intención hacerle daño. —Lárgate de aquí de inmediato. La chica fingió estar apenada, en cuanto salió de ahí se doblaba de la risa, se lo merecía por humillarla todo el tiempo, cuando se alejaba alcanzó a escuchar la risa de Emilio, es que hasta eso era perfecto en ese hombre, tenía una hermosa risa. Los días sábado trabajaba hasta medio turno, la empresa cerraba temprano, al salir del edificio se encontró con su flamante esposo, llevaba aún puesto su traje de piloto, estaba recargado sobre un auto deportivo, las chicas que pasaban por ahí le sonreían descaradamente, era como si ella simplemente no existiera para aquellas mujeres. —Hola, preciosa. —La saludo esbozando una atractiva sonrisa. —Hola. —Contestó con una voz débil, él se apresuró a abrir la puerta del auto, sobre el asiento había un bello ramo de flores. —¿Para mí? —Para quién más podrían ser, solo para mi bella mujer. Pamela las tomó entre sus manos, eran hermosas, se sentó para después colocarlas sobre sus piernas, John subió y encendió el auto, después de unos minutos ella lo observó mientras manejaba, un círculo rojo sobre su cuello llamó su atención, suspiró profundamente, después fijó su atención sobre la ventana, se preguntaba que sería lo que haría John si descubriera su doble personalidad.

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