El llanto de Becky y Betty, como él las llamaba a pesar de que las pequeñas se referían a sí mismas como Beca y Beta, continuaba, y todo era peor si consideraba que la fiebre, que había aparecido algunos minutos atrás, parecía estarse elevando con el esfuerzo del llanto.
Ni siquiera sabía qué hacer, ya había llamado a un médico, pero la espera parecía interminable; además, en serio sentía que, cada minuto que pasaba, las cosas empeoraban.
El hombre intentó respirar profundo, necesitaba ideas y no se le ocurría de dónde tomarlas; y es que, aunque sí lo consultó, internet tenía demasiadas ideas, algunas demasiado raras y que no le parecían convenientes o hasta peligrosas, así que esa opción la descartó; su madre tampoco era una opción, ella seguramente no sabría qué hacer, porque su título de madre se lo dio haberlos dado a luz a su hermano mayo y a él, luego de eso no hizo ni un solo mérito más. Benjamín necesitaba una mamá de verdad.
—Mami Tella —balbuceó una de las pequeñas, ¿cuál? No sabía, ellas eran demasiado parecidas como para distinguirlas, pero escuchar el nombre de una joven que conocía le dio una buena idea, aunque no sabía si se arrepentiría después de decidir poner la idea en acción.
Benjamín Anguiano tomó su teléfono y le marcó a su socio, pues, en todo el tiempo que estuvieron juntos Estrella y él, no hubo un momento en que pudiera pedirle su información de contacto a la que, por algunos meses, fungió como la madre de ese par; ¿Cómo se habría atrevido? Si nunca pudieron llevarse bien, desde el primer encuentro ellos se convirtieron en rivales.
—Lo lamento —dijo Alessandro tras escuchar la petición de su socio—, mi hija intenta superarlo, no hay manera de que la ponga frente a lo que le arrebataste solo porque lo pides.
—Es por las niñas —quiso excusar el tío paterno de las gemelas—, ellas…
—Ahora no lo entiendes —interrumpió Alessandro a Benjamín—, pero, cuando ames a ese par como un verdadero padre, te darás cuenta de que hago lo que hago porque lo más importante para un padre es el bienestar de sus hijos, y mi hija no necesita saber de ti o de ellas, ella necesita tiempo y espacio para poder recuperar fuerzas y, así, poder seguir adelante con su vida, sin ellas, porque tú así lo decidiste.
» Benjamín —continuó hablando el mayor—, no sé qué piensas que puedes obtener de mi hija, pero no te mereces nada de ella, así que no uses a las niñas como excusa, porque va a funcionar, pero solo la lastimarás más. Ya la destruiste una vez, ¿no te basta con eso? Ella solo quería hacer todo el bien que pudiera en las niñas, darles una familia y mucho amor, y tú lo arruinaste, la arruinaste, y eso es algo que, como padre, no te voy a perdonar jamás. No vuelvas a marcarme por algo personal.
Benjamín lo entendió, sabía bien que él había hecho muchísimo daño, y, sí, tal como lo había dicho su socio, lo hizo porque sí, porque esas niñas no estaban mal con ella, simple y sencillamente pensó que con él estarían mejor; pero, justo en ese instante, el hombre que siempre se creyó fuerte y decidido, se sintió más vulnerable que nunca, consciente de la magnitud de la responsabilidad que había asumido y del camino difícil que tenía por delante.
Mirando a su teléfono con cierto aire de desesperación, sintiendo cómo los quejidos y llantos de sus sobrinas le partían en corazón, Benjamín recibió al médico que atendería a sus sobrinas, y quien, tras revisarlas, medicarlas y darle algunas sugerencias al hombre, se marchó y lo dejó solo con un problema que no sabía cómo afrontar.
De todas formas, el medicamento hizo efecto aun sin tener que poner en práctica las recomendaciones del médico, por eso el hombre se relajó un poco y terminó por quedarse dormido. Había pasado por demasiado estrés, así que su cuerpo, en cuanto su mente sintió que pasó el peligro, se relajó.
Rato después, aún adolorida y demasiado cansada y triste, Beca abrió los ojos y se encontró con ellas recostadas en una cama, mientras su tío dormía en el sofá.
La Pequeña se incorporó, necesitaba a su mamá, pero ella no estaba y no entendía por qué, le quería preguntar, pero no estaba, así que tenía ganas de ponerse a llorar; sin embargo, en su búsqueda con la mirada por toda la habitación, vio un teléfono en el buró y lo tomó.
—Beta —habló la niña en voz baja, moviendo a su hermana para poder despertarla—, dile a Beca el número de mamá.
La pequeña que había sido despertada por su hermana gemela comenzó, también bajito, a cantar una canción que les había ensañado su mamá, pero que solo Roberta se había aprendido; entonces la más grande y parlanchina de las dos comenzó a teclear los números que su hermana cantaba.
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Estrella Miller vio su teléfono sonar y, al desconocer el número, pensó que lo mejor era no contestar; después de todo, ella no tenía ánimos de hablar con nadie, mucho menos para atender a la promoción de algún banco o algo así; sin embargo, su dedo fue mucho más rápido que su mente y, en lugar de deslizar para colgar, lo hizo para responder, terminando por escuchar un “Mami” que la enloqueció.
—Mami —repitió Beca y, Estrella, conteniendo el llanto, le respondió—, Beta y Beca etan femas, ¿no vas venir? ¿Ya no nos quiedes? ¿Po que no venes po Beca y Beta?
Irremediablemente, Estrella Miller terminó llorando. Ella, cuando se despidió de ellas, le había explicado al par de hermanas que las amaba con todo su corazón, que las querría para siempre, pero que no podían estar juntas porque tenían un tío que las iba a cuidar y querer mucho; pero, tras escuchar esos reclamos, la mayor pensó que el sentimiento de abandono debía ser demasiado, y eso le rompió de nuevo el corazón.
Estrella rompió en llanto y le pidió perdón a dos que amaba demasiado, provocando que quien había hecho la llamada terminara llorando también, y contagiando a su gemela menor de ese mismo triste y doloroso llanto que estaban compartiendo las tres.
Al llanto de las niñas, Benjamín despertó, entonces notó que lloraban aferradas al teléfono pidiendo por su madre. El hombre asumió que las niñas intentaron llamarla, pero no creyó que hubieran sido capaces de hacerlo, por eso tomó el teléfono, a pesar de que las niñas intentaron detenerlo, y se estremeció al escuchar el llanto de una mujer al otro lado de la línea.
—¿Estrella Miller? —preguntó el joven tío y el corazón de la nombrada se detuvo por un momento, causándole un mareo que la dejó sin consciencia por un rato.
La joven, que ya no era madre de dos, estaba demasiado alterada como para que su cuerpo lo pudiera soportar otro minuto más, así que, a modo de defensa, su cerebro se apagó un rato, para darle tiempo a ese agotado cuerpo de descansar.