CAPÍTULO 13

1211 Words
Estrella Bianco, sintiendo cómo la desesperación la envolvía cada vez con más fuerza, salió corriendo hacia el único lugar que la podría ayudar a no sentirse tan mal como se estaba sintiendo: los brazos de su madre. La joven llegó a la casa que una vez fue refugio y hogar tras recorrer lo que parecía un laberinto lleno de incertidumbre, o al menos así se sintió un camino que, a pesar de conocer bien, le pareció tan desconocido; y es que la pobre Estrella se sentía demasiado perdida. Ni siquiera saludó a su madre cuando la vio abriendo la puerta, simplemente se aferró a ella con las lágrimas rodando por sus mejillas, mientras su madre, Rebeca Morelli, tras superar la sorpresa, decidió consolarla en silencio, comprendiendo el dolor de su hija. —¡Mamá! —exclamó Estrella, con la voz quebrada por el llanto que ya no podía contener y todo el dolor que la estaba matando—. No sé qué hacer. Siento que me estoy volviendo loca, ni siquiera sé que estoy haciendo o por qué rayos lo hago, pero te juro que, aunque no quiero admitirlo, me arrepiento de lo que no debería… porque no debería arrepentirme de amarlas demasiado, ¿o sí? Rebeca se acercó y tomó las manos de su hija entre las suyas. Sus ojos estaban llenos de ternura y determinación, y es que no podía no entender lo que ella decía cuando una vez se encontró en su posición. Aquella vez que fue echada de su casa, antes de ser LA FALSA QUE SE CONVIRTIÓ EN LA VERDADERA, mientras su corazón despedazado no dejaba de preocuparse por su amada Estrella, también deseó un poco no quererla tanto, para no tener que soportar ese dolor que la estaba matando. Pero, justamente por haber vivido y superado aquello, Rebeca Morelli tenía las palabras justas para invitar a su hija a no desistir, para hacerle ver que, tal como lo sospechaba, no debía arrepentirse de amarlas demasiado. —Estrella, mi amor, no te arrepientas de amarlas —pidió suavemente la buena madre de esa joven mujer—. Esas niñas necesitan todo el amor que puedes darles, y tú has sido una madre maravillosa para ellas. No permitas que el miedo y la culpa te hagan dudar de tus acciones, porque lo estás haciendo bien, te lo prometo. —Pero mamá —respondió Estrella, sollozando—, ¿y si no puedo adoptarlas? ¿Y si las pierdo para siempre? Pensé que sería fácil, que sería suficiente solo quererlas, pero necesito que sean mías y parece que el mundo está en contra. Rebeca suspiró profundamente y acarició el cabello de su hija mientras le regalaba una sonrisa. —No te rindas, Estrella —pidió Rebeca—. Porque no estás sola, todos los que te amamos no te vamos a dejar sola en esto. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para lograrlo. Incluso si tenemos que hacer una cosa ilegal... o dos. Estrella levantó la mirada, sorprendida por la firmeza en las palabras de su madre. Era como si una nueva esperanza se encendiera en su corazón. Ella sabía que el camino no sería fácil, y que seguramente habría mucho dolor en medio de eso, pero, si de verdad lograría tenerlas para siempre con ella, Estrella Miller estaba decidida a luchar por esas niñas que tanto amaba. ** Benjamín Anguiano se encontraba en la oficina de un abogado, buscando asesoría legal sobre la adopción, a fin de cuentas, eso era lo único que él quería, adoptarlas y cuidarlas como si fueran suyas para el resto de sus vidas; entonces no entendía por qué el peso de la culpa se hacía más pesado con cada palabra que escuchaba. —Entiendo tu situación, Benjamín —dijo el abogado—. Legalmente, tienes la ventaja de ser un pariente consanguíneo para adoptar a tus sobrinas. Sin embargo, debes estar preparado para cualquier cosa, porque Estrella Bianco, la mujer que ha sido como una madre para ellas durante este tiempo, tiene buenas referencias en el programa de acogida y, aunque no quisiera decirlo, también podría tener palancas. —¿Estás diciendo que ella podría ganarme por una vía no legal? —preguntó Benjamín, entre preocupado y confundido, pues no quería creer que esa joven, o su respetable familia, se fueran a valer de conexiones para quedarse con sus sobrinas. —Lo que digo es que ella ha sido una buena madre y muchos lo han visto —explicó el abogado con la intensión de que el otro no malversara sus palabras y los fuera a meter en problemas porque, definitivamente, con la gente con poder y dinero nunca se podía estar seguros—. La mayoría de los que se van a involucrar en este proceso la han visto sacar a tus sobrinas de una terrible depresión y convertirlas en dos niñas amadas y mimadas, como deberían ser todos los niños de tres años. Benjamín asintió, con el corazón apretado. Sabía que Estrella había dado todo por las niñas, quizá por eso la idea de alejarlas de ella lo atormentaba, pero tampoco se sentía capaz de renunciar a eso que se había prometido a sí mismo frente a la tumba de su hermano mayor. —¿Qué debería de hacer? —preguntó Benjamín con la voz llena de angustia, más para sí mismo que para el abogado con quien hablaba—. Solo quiero lo mejor para mis sobrinas. No hay manera de que lo mejor para ella sea Estrella Bianco y no yo, ¿o sí? El abogado lo miró con comprensión. Aunque él no tenía del todo la razón, porque definitivamente no siempre los lazos sanguíneos aseguraban el amor, entendía que él sí las quería; tal vez solo por llevar su sangre sentía la responsabilidad, quizá por eso Benjamín no lograba comprender que el amor es el amor, y que cuando es verdadero no tiene condicionantes como la sangre para poder unir. —Es una situación complicada, Benjamín —declaró un abogado que se limitaría a opinar en favor de lo que le pagaban: que su cliente ganara—. Pero, si realmente quieres lo mejor para ellas, tendrás que luchar por su bienestar, incluso si eso significa tomar decisiones difíciles. Benjamín salió de la oficina con la mente llena de dudas y el corazón pesado. Sabía que debía tomar una decisión pronto, y que esa decisión marcaría el destino de las niñas. —Decisiones difíciles —repitió Benjamín, ya en su auto, las palabras con que se despidió de su abogado—, ni siquiera debería ser así; entonces, ¿por qué demonios no te puedo sacar de mi mente? ¿Por qué me importa tanto hacerte llorar? Y es que era así, desde que la vio llorar tan desesperanzada, porque, fue justo así como la percibió cuando esa joven le gritó que cuando le dieran la custodia las cargara a todos lados con él, como si se hubiera rendido y quedado sin esperanza alguna, y eso le había partido el corazón a él. » Todo sería más fácil si ambos pudiéramos tenerlas —soltó sin realmente pensarlo, pero, tras escuchar sus propias palabras, en su cabeza una nueva borla de hilo se comenzó a deshilar.
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