Apenas la sangre de Lisa, tocó los labios de Vladimir, este bebió con frenesí, arrancando un gemido doloroso en la chica. La sangre fluyendo por su garganta se mezcló con su torrente sanguíneo, la mordida sobre su hombro cerró dejando de sangrar en el proceso, segundo más tarde fue como si nunca hubiese estado ahí.
—Estás matándome Vladimir —susurro Lisa, cerrando los ojos, la sensación de los colmillos en su muñeca, le causaron excitación, hasta empezar a sentirse mareada.
Vladimir hizo un gran esfuerzo, para liberar la muñeca de Lisa de sus labios, se relamió, los labios, antes de fijar sus ojos carmesí sobre ella. Sus ojos estaban cerrados, sin embargo su ritmo cardíaco no estaba alterado. Ella solo dormía…
—¿Quién y qué eres Elisabeth? —preguntó. Sin obtener respuesta. Tomándola entre sus brazos, continuó su camino, debía llegar a Hyde Park, antes del amanecer, se hospedaría en el Hotel Mandarin Oriental de su propiedad, al menos ahí estaría seguro y Elisabeth podría descansar.
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—¡Maldita sea! Quiero a la humana, así tengan que buscar en cada rincón de Londres —Jack Gordon grito furioso, casi le había arrancado del hombro al maldito vampiro y en un abrir y cerrar de ojos había desaparecido de su vista, maldijo a sus hombres por haber expandido el fuego tan rápido, el olor del humo embotó sus sentidos y perdió el rastro de Vladimir, ahora que sabía su identidad iba a darle caza de una u otra manera.
—No hay rastros de ellos Jack, es como si la tierra se los hubiera tragado —uno de los lobos más jóvenes expresó
—No pueden desaparecer Leo, ellos están por algún lugar, búsquenlos Vladimir Petrov es herido. Rastreen su olor.
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—Tengo sed —Elisabeth abrió ligeramente los ojos. Su garganta quemaba, parecía no haber bebido ningún líquido en meses, estaba segura que solo habían pasado horas desde que ofreció su sangre a Vladimir.
—Aquí tienes Lisa —el vampiro estaba preparado, había suministros suficientes para calmar su sed.
—Creí que moriría en tus manos —confesó después de beber un poco del vital líquido.
—Lo lamento, bebí más de lo necesario Lisa —lo suficiente para tener parte de los recuerdos de Elisabeth en la cabeza, sin embargo nada tenía sentido, sus recuerdos estaban fragmentados, había muchos cuadros en blanco.
—¿Estás bien? Tu herida… —Lisa preguntó preocupada.
—Casi te mato y tú preguntas por mi herida. Mujer que clase de humana eres —Vladimir sonrió ¿con ternura? Elisabeth negó, era solo su imaginación.
—Quizás no seas una humana promedio y terminé siendo "La tua cantante” para ti —bromeó, levantó su mano para ver la herida hecha por sus uñas.
—¿Por qué no está la herida? —Lisa preguntó. Estaba impresionada, no había ninguna cicatriz, como si nunca se hubiese abierto la muñeca.
—Cerré tu herida con mi saliva, no podía permitir desperdiciar tan exquisito manjar, habría drenado hasta la última gota de ti. Y aunque te parezca chiste su sangre canta para mí Lisa.
—Considérame oficialmente loca a partir de hoy —Lisa observó la habitación de nuevo.
—¿Dónde estamos? —preguntó antes de incorporarse, su garganta estaba seca, el agua no le había ayudado en nada.
— Mandarin Oriental, un hotel de mi propiedad, estaremos viajando apenas caiga el sol, hacia Cavendish House, a media hora de aquí sería propicio si viajamos de día. Los lobos nunca atacaría a la luz de la mañana.
—El solo te reduciría a cenizas —interrumpió Lisa, caminando hacia él. El olor de su sangre llegó a su nariz. Levantó la mano apretando el hombro herido de Vladimir.
—¿Qué haces? —gritó. El agarre de Lisa sobre su hombre fue demasiado fuerte para su gusto. Había mentido, no bebió lo suficiente, la mordida no estaba curada.
—No llegarás lejos estando herido —la humedad atravesó el traje de Vladimir, haciendo salivar a Lisa. ¿Podría la sangre de Vladimir aplacar su sed?
—¿Lisa? —el vampiro dio un paso hacia ella. Lisa parecía estar en trance, sus dedos estaban rojos, manchados por su sangre.
—Tengo sed Vladimir, una sed que el agua no puede saciar —Lisa cerró los ojos, su mentón se elevó. Ella estaba olfateando el aire, acercando su rostro hacía la herida del hombre.
—¿Qué sientes Lisa? Dime sin temor alguno lo que deseas, y lo haré para ti — El olor de Lisa emboto los sentidos de Vladimir, podía recoger el aroma, un olor embriagante, nunca, jamás en sus años de no vida, había recogido tal esencia, era una mezcla, una mezcla que le invitaba a drenar su sangre, mientras se enterraba en ella.
—Deseo probar tu sangre —murmuró, sus ojos continuaban cerrados, con su pequeña lengua delineo el contorno sus labios secos.
Vladimir se alejó dos pasos, preguntándose ¿Quién era Elisabeth Morrison? “dale tu sangre, deja que se alimente de ti y entonces sabrás lo que es”. Su mente le tentó.
Sus colmillos salieron sin poder evitarlo, desgarró su muñeca, los ojos de Lisa se abrieron de par en par, las aletas de su nariz se extendieron, sus pies caminaron hacia su muñeca sangrante.
Lisa, no podía detenerse, su garganta estaba seca, pasar una gota de saliva resultaba doloroso, como si una lija tratara de pasar por ella. El olor a sangre en Vladimir envolvía sus sentidos, tentando a ser probarla ¡¿Qué haces?! ¡Es sangre! la razón gritó desesperada; pero no podía evitar olfatear, desear ese dulce aroma y entonces sucedió.
Vladimir gimió apenas los cálidos labios de Elisabeth se apoderaron de su fría y sangrante muñeca. La succión envió una señal equivocada a sus sentidos, su m*****o se hincho de placer, fue como volver a ser humano, la calidez le embriagó, estaba excitado y necesitado. Deseaba enterrarse en el cuerpo de la causante de su reacción.
Lisa, se alimentó como si fuese un bebe pegado al pezón de su madre, ella no era un bebe y Vladimir no era su madre. Sin embargo no podía dejar de beber, no había asco, ni síntoma de presión baja. Solo un deseo carnal abrumador recorriendo cada célula de su cuerpo, cada partícula, parecía despertar a la vida, succión un par de veces más antes de ver su mundo explotar en cientos y miles de fragmentos…
Vladimir sostuvo, el cuerpo de Lisa entre sus fríos, la joven se había desmayado después de alimentarse.
¿Qué había hecho con Lisa? Permitir a un humano beber de un vampiro, era condenarlo a la vida eterna, a un mundo de oscuridad. Lisa no se merecía eso ¿Qué le impulsó a permitirle beber de él? estaba condenado, se había prometido jamás en la vida condenar a otro ser humano a una vida llena de soledad.
Tenía dinero, el cual fue acumulado durante cientos de años, pero no tenía nada más, su única familia terminaría siendo Stanislau y Nicolay. Nunca volvió a poseer a una mujer, sus encuentros sexuales eran fríos, faltos de calor, hacer el amor con una vampira, era lo más parecido a acariciar un témpano de hielo, un iceberg.
Vladimir se maldijo, dejándose llevar por la curiosidad insana que le provocaba Lisa, le alimentó ¿ahora qué? ¿Tendría el valor y coraje para atarla a su mundo o la dejaría morir y darle el descanso eterno? Lisa, debía beber sangre humana, dentro de las próximas veinticuatro horas, para terminar la transición, conseguir sangre de una bruja sería la mejor opción, sin embargo ¿Podía elegir por Lisa?
—Eres única en tu especie Elisabeth, tus poderes no deben ser descubiertos mi pequeña, si la manada llega a enterarse de tu origen ambas moriremos, comprendes lo que te digo cariño —la pequeña peligris asintió, las aletas de su nariz se ensancharon, el olor a humo, molestó su fino olfato.
—Algo se está quemando mami, el olor a humo, molesta mi pequeña nariz —se quejó, mientras sus pequeños colmillos sobresalen de sus labios.
>>Sangre mami, no podré controlar mi sed, quiero beber —la mujer recogió el aroma del vampiro, estaba cerca y la manada lo estaba mucho más.
—Elisabeth, mi pequeña, recuerda nadie debe saber lo que eres, el momento de separarnos ha llegado cariño, huye mi amor, huye a la Abadía de Westminster, alguien espera por ti allí, vive mi amor, vive por mí y por él —sonrió antes de colocar una pequeña mochila sobre los hombros de la niña.
—“Corre Elisabeth, corre a la abadía” —obedeció la orden de su madre, sus pequeños pasos corrieron tan rápido como pudo, su velocidad era superior a los otro niños de la manada, se internó en el bosque, el aullido de lobos, le erizo la piel, necesitaba llegar a un lugar seguro.
—¡Elisabeth, corre!, corre pequeña mía —la voz de su padre se desvaneció en el aire, era la primera vez que la escuchaba pero la conocía desde siempre…
—¡No! ¡No! —los ojos de Lisa se abrieron, estaban dilatados y el verde había desaparecido, tornándose de rojo carmesí…