Todavía el cuerpo de Kail vibraba de la rabia contenida ante aquella orden de su padre, él siempre tenía la costumbre de imponer su voluntad. A veces pensaba que lo trataba más como a un peón que como a su propio hijo, era como si no se diera cuenta de que en unos pocos días sería su igual.
En ese instante vino a su memoria el momento cuando lo retó por primera vez.
—Hagamos un trato, Alfa —le había dicho cuando le presentó su propuesta—. Si no tengo resultados en seis meses dejaré que todo se haga a tu modo, incluso aceptaré cualquier mujer que creas que pueda ser una buena Luna, para mí y para la manada.
Roland lo miró asombrado, porque su hijo al parecer era más terco que él.
—Te estás jugando todo, Kael —él usó su voz de mando— ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?
—Sí, Alfa —chasqueó los dientes, y luego movió la cabeza de un lado a otro en negación—. Por su puesto que voy a hacerlo, pero en este momento de lo que estoy más que seguro es de la poca fe que tienes en mí, papá.
Dio una respiración profunda y volvió a la realidad. Su intención al usar los dos apelativos al mismo tiempo era hacerle entender que como Alfa y como su padre tenía que apoyarlo, lo que al parecer nunca iba a suceder.
«¡¿Cómo se te ocurre, papá, tratarme de esa forma, y sobre todo menospreciarme delante de Astrea?!»
A pesar de que le había demostrado que todas sus estrategias de planificación económicas, habían dado sus frutos. En ese momento, la manada Thunder’s Sons, era una de las más ricas, y poderosas, y la más grande del país, ya que conformaba un territorio de tres condados. En el último censo contaban con una población de más de treinta y cinco mil habitantes. Mezclados con brujas, licántropos y uno que otro humano que tenían tratos familiares con la manada que pasaban de una descendiente a otro.
Se pasó la mano por la cara y apretó los dientes al recordar una vez más la manera en que su cuerpo había reaccionado frente a Astrea, y cuando sus cuerpos hicieron contacto, fue como si una descarga de electricidad invadiera cada célula de su ser. Estaba tan distraído, que no se dio cuenta cuando lo derribó.
Todavía no lo entendía, asumía que era eso. No quería aceptar que alguien tan pequeña como ella, pudiera hacer tal cosa.
—Estás teniendo un día de mi3rda, supongo —dijo el recién llegado luego de abrir la puerta.
—Ahora no estoy de humor, Calvin…
—Y te entiendo, porque ese buldog que tienes allá afuera casi me hace caer de rodillas —se quejó el hombre, y al ver que Kael frunció el ceño, agregó: —Eso no es una mujer —hizo gestos con las manos—, está muy lejos de serlo.
Kael sabía a lo que se refería, a la actitud de ruda de Astrea, la hacía parecer poco femenina. Sin embargo, él no dijo una palabra.
—¿De dónde has sacado a esa humana? —Calvin no pudo evitar preguntar mientras se sentaba en la esquina del gran escritorio de Kael—. No entiendo como puede ser tan fuerte.
No tenía sentido tampoco ocultarlo.
—Ella no es humana, pertenece a nuestra manada.
—¿Cómo puede ser eso posible? —Calvin preguntó confundido—. Jamás la había visto, aunque no sé el porqué su rostro se me hace familiar. Además de que no pude detectar ningún olor en ella —entornó los ojos—, solo el de su champú de manzana y chocolate.
Al mencionar la palabra chocolate, Kael frunció el ceño. Aquello era demasiado extraño, porque al parecer Astrea estaba demasiado humanizada.
—Yo tampoco entiendo mucho —manifestó masajeándose la frente.
Y no estaba mintiendo, porque él conocía su verdadero olor. Era el más dulce, delicado y exquisito, ¿cómo lo sabía? Porque Astrea Cadwell era su j0dida pareja. La que había rechazado hacía siete años, arrepintiéndose luego a las pocas semanas. No comprendía aquella tristeza y la sensación de vacío que estaba experimentando, era como si una parte de su ser hubiese sido arrancada de golpe. Fue a buscarla para disculparse con ella, y entonces se enteró de que había largado de la manada.
En el presente Astrea estaba ahí, como si nunca se hubieran conocido, como si jamás hubieran sido pareja.
«¡¿Cómo hizo para romper el vínculo?!», se preguntó.
Agradecía que no tenía olor, pero su lobo Rau se inquietaba con su presencia. Sabía en el fondo que esa era su compañera. Aunque por lo que le había dicho Wayne ella no tenía, por eso la llamaba bicho raro.
—Me asustas cuando tienes mirada calculadora, Kael —Calvin interrumpió sus pensamientos.
Él levantó una ceja, supo que en ese era un buen momento para hacer contacto con su viejo amigo de la escuela. Aunque cuando pensó en la palabra: “amigo”, sus dientes rechinaron.