↻↺INTRUSO↻↺

948 Words
—¿Qué haces aquí, Wayne? —Astrea se levantó de encima de él, y encendió la luz del pasillo. —Esas no son las formas de recibir a un viejo amigo —se quejó el hombre aporreado y sorprendido— ¿Dónde c0jon3s aprendiste a luchar así? Lo miró con los ojos entrecerrados, ya no confiaba en él como antes. —Y estas no son maneras de entrar a la casa de tu vecino, ¿te hice una pregunta? —su voz contenía un grado de advertencia. No lo quería cerca de ella, puesto que fue él, su vecino y al que una vez creyó que era su mejor amigo, quien divulgó que su compañero la había rechazado. Aquella burla, jamás se la perdonaría. —Sentí ruidos, y la luz de esta habitación estaba encendida —dio una respiración profunda—. ¡Lárgate de mi casa ahora mismo! Como puedes no está pasando nada. —¡Lárgate de mi casa ahora mismo! Cómo puedes ver, no está pasando nada. —¿Todavía estás molesta conmigo? —se acercó a ella. —No, no lo estoy —lo miró fijamente y luego enarcó una ceja—. Pero eso no significa que te quiera cerca de mí, si no quieres pasar una mala noche… es mejor que te vayas. —¡Está bien, lo haré! —alzó las manos en señal de resignación—, pero prométeme que te tomaras un café conmigo. Astrea cruzó las manos sobre su pecho, sin importarle que la camiseta se subiera un poco más. —No, no lo haré, Wayne —dio un paso hacia él—. ¿Sabes por qué? Porque no tenemos nada de que hablar, ahora lárgate de mi casa de una buena vez hasta que pierda mi paciencia. —¡Oh, j0d3er! —él exclamó dando un paso hacia atrás. ¿Qué fue lo que su antiguo vecino vio en ella en ese momento? No tenía ni la mayor idea, solo notó en Wayne algo parecido desconcierto y un poco de temor se reflejó en su mirada. Sin embargo, lo único que le quedó claro fue que no quería permanecer mucho tiempo en Silverpine, era obvio que ya no pertenecía a ese lugar. Bajó y revisó cada una de las puertas y ventanas, por más que estaba segura de que todo estaba en orden, una sensación de ser observada, la invadió. Sacudió la cabeza en negación, aunque su instinto nunca le había fallado, no quiso hacer caso. Además de que no era la primera vez que le ocurría en casa. Mientras subía las escaleras, decidió en acortar su estadía. Solo hasta comprobar que su madre estaría bien, y que ese baboso de George no le hiciera daño. Se preguntó en ese momento cuanto más ella había soportado en manos del hombre. Se estremeció, olía a traición, suciedad y lo peor… prevención. Miró al techo, y le pidió a la diosa Luna que la ayudara si sus sospechas eran ciertas. Porque su madre se convertiría en viuda por segunda vez y no sabía si su corazón iba a poder soportarlo. Volvió a su habitación, ya no la sentía como antes. Si no más pequeña, al punto de que le faltaba el aire y con ese pensamiento el sueño la reclamó. De pronto sintió calor, y que algo peludo le hacía cosquillas en la nariz. Con una mano agarró el objeto, pero cuando lo escuchó chillar abrió los ojos de golpe. —¡¿Un gato?! —exclamó asombrada. El animalito maulló, al mismo tiempo que movía sus patitas en el aire y la miraba un tanto asustado. Aquello era poco común, puesto que era un condado de hombres lobos, ya que su olor no les permitía acercarse, era como si activara su sentido de sobrevivencia. Estaba fuera de lugar, soltó una risita, porque de la misma manera se sentía ella. Se dio cuenta de que la habitación estaba clara, acomodó al gatito en su regazo y tomó su teléfono celular. Eran las nueve de la mañana, se sorprendió de haber dormido tanto, y sobre todo sin ningún tipo de sueño molesto. Se desperezó, puso a su nuevo amigo sobre la cama, y fue al baño a asearse un poco. El agua fría la terminó de espabilar, al salir recordó que no solo tenía jeans, pantalones tipo cargo, camisetas y más camisetas. Nada que no fuera acorde con su profesión, decidió mirar en el closet. Dio un largo suspiro, su ropa estaba intacta que como cuando se fue. Decidió probarse algunas prendas, puesto que cuando estaba en casa su ropa era dos veces su talla, no porque tuviera sobrepeso. Si no porque era lo ideal para no llamar la atención. Opto por un vestido de jeans con la falda en corte A y de tiros finos, observó que le quedaba exactamente por encima de la rodilla. Sus pechos eran más grandes, así que sobresalían un poco. Chasqueó los dientes, tendría que ponerse algo encima. No dudó en tomar su chaqueta de la misma tela del vestido. Se puso sus botas militares, y se hizo un mocho flojo. Quería estar lista lo antes posible, y salir de la casa. Su estómago rugía del hambre y todos sus sentidos le reclamaban un café bien cargado y sin azúcar. Aprovecharía también de comprar alimento para su nuevo huésped. Todo iba bien, pero en el momento que abrió la puerta. Se encontró con dos hombres que se disponían a tocar el timbre, estos parpadearon un par de veces al verla. —Señorita Cadwell —dijo uno aclarándose la garganta. —Tiene que venir con nosotros de manera inmediata —dijo su acompañante.
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