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2114 Words
Cuando era pequeña, desafortunadamente atrapé a mis padres varias veces en algunos actos injuriosos. Ellos nunca contaron con mucho tiempo juntos para disfrutar, por lo que siempre que tenían ganas de tener sexo, lo hacían sin pensar mucho al respecto. Mientras me hacía mayor, encontré una forma para ahorrarme el mal rato. Mi madre tenía la costumbre de colocar I Have Nothing cada vez que estaban teniendo sexo. Por lo que, si escuchaba esa canción, evitaba ir hacia el sonido de la música. A través de los años, se me olvidó aquel detalle, por eso no me di cuenta de que la canción que sonaba en el apartamento de Alfred era la misma que mi madre siempre ponía para follar. Era como un ritual para ello, yo sólo había estado demasiado concentrada en mis propios pensamientos para pensar en eso. No había dejado de llorar, no sabía que alguien pudiera llorar tanto como yo. Pero lo hacía, sin parar. Cuando llegué mojada del apartamento de Alfred, me metí en la ducha y lloré hasta cansarme. Al salir, me cambié tres veces porque terminaba mojando mi camisa, por todas las lágrimas que se deslizaban de mi cara, lo quisiera o no. Al final, terminé rindiéndome y dejé que se empapara poco a poco. No había comido tampoco, sólo estaba encerrada en mi habitación, empacando mi ropa. No sabía a donde iba a ir, ni siquiera tenía mucho dinero, sólo un poco en la cuenta de ahorros que mi padre me había dejado antes de morir. Casi todo el dinero se había ido pagando toda la Universidad, por lo que me quedaba muy poco para sobrevivir por mí sola. Tampoco tenía trabajo, puesto que mi madre ganaba muy bien y ella había querido que sólo me concentrara en mis estudios. Ahora estaba sola, destrozada, sin un lugar a cuál ir y sin dinero. Cuando mi madre llegó esa tarde, hubo más llantos. No dejé que entrara en mi habitación, pero como era su casa, consiguió la copia de la llave y abrió. Me suplicó que no me fuera, que la perdonara, aun sabiendo que estaba a punto de llegar al límite, ella no dejó de presionarme. Le dije que no quería saber más nada de ella, que para mí estaba muerta y eso fue la gota que colmó el vaso. Se arrodillo frente a mí, me miraba como si quisiera desaparecerse del planeta. Era difícil creer que los mismos ojos llenos de dolor y culpa, sólo ésta mañana estaba mirándome con alegría y amor. Era difícil pensar en que una mujer que parecía adorar tanto a su hija, le hiciera algo tan horrible como acostarse con su novio. Ella lo sabía, por eso lloraba frente a mí, sintiéndose la peor rata del mundo. —Si quieres que me vaya, lo haré —pidió, con voz rota. — Sólo por favor perdóname. —Levántate —ordené, y tuvo que ver algo en mis ojos, porque lo hizo de inmediato. Seguía vistiendo aquel vestido amarillo que comenzaba a odiar. — Las cosas no se pueden resolver con arrodillarte y pedir perdón. Asintió, limpiándose las lágrimas. Se veía tan miserable como yo me sentía. Aquello fue lo que evitó que comenzara a insultarla, porque a pesar de todo, seguía amándola. —Sé que va a tomar tiempo, pero ya he terminado todo con Alfred, fue un error estar con él y no sabes cuanto me arrepiento. — Limpié mis propias lagrimas mientras la escuchaba hablar, porque aquello estaba terminando de romperme el corazón. — Yo no sabía lo que estaba pensando, sólo me sentía muy sola y él era un gran amigo. —Era mi novio, no tu amigo. —Lo sé, hice todo mal y lo siento tanto cariño. No tienes ni idea de lo arrepentida que estoy. —¿Sabes una cosa? Si me hubieses confesado que estabas enamorada de mi novio, tal vez te hubiera entendido. Los sentimientos son algo que no se pueden controlar, pero en vez de alejarte, sucumbiste a la tentación y te acostaste con él. Eso no lo puedo perdonar, sabías el daño que ibas a provocarme y no te importó. —Yo estuve mucho tiempo sola, no tienes ni idea de lo mucho que intenté detenerlo. No estaba pensando correctamente, no quería hacerte daño Alyssa. —Vete al infierno. —Allí voy a estar durante mucho tiempo, eso lo sé. Sólo quiero que sepas que no voy a volver a verlo, no te preocupes. Bufé, enojada. —¿Crees que alejarte de él va a hacerme sentir mejor? ¡Por supuesto que no! En cambio, te voy a pedir que no lo abandones, haz que el haberme traicionado valga un poco la pena, al menos para ti y para él. —Hija... —¡Ya te dije que no me llames así! —grité de repente. Ella dio salto espantada y comenzó a llorar de nuevo. — No vuelvas a llamarme así más nunca. En el momento en que te follaste a Alfred, dejaste de ser mi madre. Ella comenzó a llorar de nuevo, y pidió perdón unas mil malditas veces más. Pero en lugar de responderle, seguí empacando mis cosas, ignorándola mientras lloraba en silencio. La mitad de mis cosas ni siquiera cabían en las dos maletas que cargaba conmigo, por lo que le avisé que luego vendría a recoger mis demás cosas. Aunque sabía bien que eso era falso, no iba a volver, nada de lo que tenía en mi habitación valía lo suficiente la pena como para regresar. Mi madre se derrumbó cuando me fui, la vi caer al suelo y llorar como ni siquiera la muerte de mi padre lo había hecho. No miré atrás cuando cerré la puerta principal, sabía que si lo hacía, entonces iba a derrumbarme yo también. Caminé y caminé con dos maletas a mi cuesta, llamé a mis amigas, y en poco tiempo, ya tenía un lugar donde quedarme, al menos por unas noches. Pero las cosas nunca eran tan fáciles. Mis amigas de la universidad poco a poco se fueron alejando, salté de una casa a otra, porque como decía el dicho: a los tres días, el muerto ya huele mal. Ellas no querían ninguna compañera de habitación, algunas aún vivían con sus padres y no tenían espacio para mí. Y en vez de decirme claramente que no podían seguir teniéndome en sus casas, creaban alguna discusión con una excusa tonta para echarme. Nunca rogué, no pedí una segunda oportunidad porque no había hecho nada malo, más que estorbar. Busqué trabajo, pero era difícil cuando nunca había tenido uno y no sabía hacer realmente nada. Cuando mi última amiga dijo que no podía seguir quedándome con ella porque su novio hizo un comentario sobre mis senos, decidí que no podía seguir viviendo así. Tomé mis pocos ahorros, los últimos que me quedaban, y me fui en busca de un lugar barato donde quedarme. No fue fácil, los lugares baratos eran incomodos, quedaban en lugares peligrosos y el mantenimiento era muy precario. Pero tomando en cuenta que no tenía más que unos pocos dólares, era eso o vivir debajo de un puente. No podía exigir mucho. Encontré un lugar aceptable en el centro de la ciudad, no era demasiado incomodo, ni quedaba en una zona muy peligrosa. El alquiler estaba un poco alto para mi pobre presupuesto, pero acepté pagarlo, obligándome a mí misma a encontrar un trabajo de inmediato. Que iba a saber yo en ese momento que lo iba a encontrar tan solo un día después de mudarme, mientras observaba el clasificado del bar de bailarinas eróticas del frente. Hablé con el dueño, un hombre imponente y muy atractivo. Dijo que podía darme el trabajo, se había dado cuenta de que vivía al frente y dijo que en ese edificio sólo vivían las prostitutas y las drogadictas, pero que yo no tenía cara de ser ninguna de ellas. Por lo que me ofreció un trabajo de mesera y a pesar de que nunca en mi vida había servido nada, lo acepté de inmediato. Él fue amable, la paga era asombrosa sin contar las propinas, y las chicas en general, muy amables. Sin embargo, el primer día que comencé a trabajar, me di cuenta de que lo que de verdad quería hacer, era bailar para esos hombres. Me gustaba como las chicas se movían, parecían Diosas frente a un montón de hombres que serían capaces de dar todo por ellas. Muchas sonreían, se disfrutaban el baile. Eran sensuales, divertidas, atrevidas y ponían a mil a cualquier hombre que estuviera viéndolas. Cuando estaban en la tarima, desnudándose con sensualidad y confianza, parecían comerse el mundo. No era vulgar como había creído, era sexy, hermoso. Me encantó la forma en la que todo ponían su atención en ellas, cómo todos las miraban, inclusive las pocas mujeres que había en el bar parecían querer bailar así. Poco tiempo después, las conocí más íntimamente. No eran diosas todo el tiempo, algunas de ellas tenían problemas graves, por lo que bailar y desnudarse en un bar era su única opción para pagar cuentas y deudas. Sin embargo, todas concordaban con que bailar así se volvía adictivo en un punto, porque comenzaba a desear el sentimiento de éxtasis y gratificación cuando un grupo de personas te miraban con admiración, con deseo. Era encantador y a la vez, aterrador. Pero en el fondo, eran mujeres luchadoras. Sólo un par no se podía decir que eran buenas personas, porque eran chicas adictas que bailaban para pagarse su adicción y eran capaces de vender su alma al diablo por unos dólares demás. En cambio, había otras que trabajaban duro para pagar la medicina de un familiar enfermo, o poder darle de comer a sus hijos. La mayoría, sólo estaba allí por el dinero, pero eso no significaba que no les encantara estar en un escenario y fingir por unos pocos minutos que su vida era la de una estrella. Cuando le dije a mi Andrew, mi jefe, él no quiso aceptarme para ser una de las bailarinas. Dijo que ya estaban completas y que a pesar de que yo tenía un cuerpo de impacto, no sabía bailar como ellas. —Si supieras moverte como esas chicas de allá —dijo, señalando hacia el escenario donde una de las bailarinas se movía—, te metería sin dudarlo. Eres una chica preciosa, pero no todos pueden pararse en un escenario y desnudarse. Él tenía razón, no todos podían hacerlo, pero yo sí. No dije nada aquella vez, pero ese mismo día hablé con algunas de las chicas para que me enseñaran a bailar. Todas se negaron, eran mujeres muy ocupadas, cuando terminaban de bailar tenían que salir corriendo a casa para estar con sus hijos y familia, les quedaba muy poco tiempo libre y no iban a utilizarlo para enseñarle a una chiquilla universitaria cómo moverse. No me rendí allí, busqué ayuda en otra parte, con mujeres que habían bailado hacia años y allí fue cuando encontré a Marta. Marta había sido una bailarina en sus años de juventud, cuando la sociedad no era tan moderna como ahora y ellas eran vistas como vulgares prostitutas. Sin embargo, logró hacer algo de sí misma. Vio algo de potencial en mí, porque aceptó enseñarme a bailar provocativamente, agregando otros tipos de baile para soltar mi cuerpo y enseñar a moverme. Disfruté las clases, aprendí muchísimo. Nadie en la universidad sabía lo que estaba haciendo, ya no tenía amigas, ya no tenía novio, ni siquiera tenía una familia a quien darle explicaciones. Mi padre estaba enterrado, mi madre estaba muerta para mí y mis abuelos no se involucraban en nada mientras no lo perjudicaran a ellos. Cinco meses después de haberme ido de casa, una de las bailarinas se enamoró de uno de los vigilantes. Se casaron, tuvieron una boda sorpresa y ella anunció que iba a mudarse a Colorado. Por obvias razones, tuvo que renunciar al trabajo, por lo que la vacante quedó disponible. Ni siquiera hubo necesidad de colocar un papel cuando ya había una fila de chicas tratando de cazar el trabajo. No esperé a que hicieran la audición, entré a la oficina de Andrew una tarde y le aseguré que estaba lista para el trabajo. Por supuesto, él era un hijo de puta, por lo que me pidió una prueba. Tuve que bailar y desnudarme para él y dos chicas más, enseñando mi cuerpo mientras fingía que estaba segura de lo que hacía. No demostré miedo, no titubé, simplemente les di una sonrisa confiada mientras hacía el trabajo. Para el final de la tarde, ya era una de las bailarinas.
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