Capítulo 7

1668 Words
Mientras mi cuerpo se calmaba, Jesse se acercó. Sus rodillas presionaron la parte interior de mis muslos abiertos. Se agarraba los testículos y se golpeaba la polla con fuerza. —Eso fue una locura—, murmuró sobre mí. —Fue una locura de cojones. Uuuhhh. Mientras gemía, inclinó su polla hacia abajo y empezó a correrse sobre mí. El objetivo que eligió fue la tierra de nadie entre mis tetas y mi coño. Corrió chorro tras chorro por toda mi barriga. Por toda la barriga que había crecido dentro durante nueve meses. No podía creer la cantidad de semen que aún tenía para dar después de llenarme la boca menos de diez minutos antes. Me pregunté qué otras sorpresas sexuales me ofrecería mi hijo. Jesse se quedó donde estaba, cabizbajo. Su pecho subía y bajaba mientras recuperaba el aliento. Me quedé quieta, con el consolador metido en el coño. Un buen chorro de semen colgó de la punta de la polla de Jesse un instante antes de caer justo debajo de mi ombligo. El sonido de las monedas al caer indicó que nos habíamos ganado nuestra bonificación. Una puerta crujió y se cerró de golpe. Estábamos solos. Jesse no se movió. Su respiración se había calmado. Sus rodillas seguían presionadas entre las mías. Su polla seguía lo suficientemente dura como para follarme... si quería. Abrió los ojos, observó mis pechos flácidos, las cicatrices descoloridas que formaban hileras irregulares a lo largo de la parte inferior de mi vientre, y mi desaliñado mechón de vello vaginal. Me lanzó un último golpe con su polla, dejándome una última salpicadura de semen en el pecho. El amor había desaparecido de su rostro. —Eso estuvo jodido. Lo era, pero no quise reconocerlo en su tono. Retrocedió y se dio la vuelta buscando sus bóxers. Mientras se los ponía, saqué el consolador de mi coño y me cubrí de nuevo con la toalla. —¿Cuánto?—preguntó mientras giraba su camiseta hacia el derecho. —Espera, a ver.— Mi voz sonaba débil e insegura. —Cinco treinta y cinco en total.— Quise chocarle los cinco al contar el número, pero no creí que estuviera de humor. —¿Cuánto es el mío? —Después de que el sitio se lleve su parte... unos ciento veinte. No está mal, ¿verdad? —Llenará la camioneta y me emborrachará lo suficiente como para olvidar que esto pasó.— Sabía cómo ser frío cuando quería. Nunca había conocido a su padre, pero tenían eso en común. —¿Cómo lo consigo? ¿Nos lo envían por cable o algo así? Me hacen pagos una vez a la semana a mi cuenta de PayPal, y luego tengo que transferirlos a la cuenta corriente. El siguiente día de pago no es hasta el martes. —Son tres malditos días. Quiero mi dinero ahora. —¿Qué quieres que haga? ¿Sacarlo de mi culo? —Simplemente dame mi parte de nuestro banco y quédate con mi parte cuando llegue. —Tenemos ocho dólares en el banco ahora mismo. Tendrás que esperar. —¡Esto es una auténtica mierda!— Le dio una patada a mi cómoda, tirando algunos de mis unicornios de cristal que estaban allí. —Una buena puta al menos sabe cobrar por adelantado. —Bueno, entonces supongo que no soy una muy buena puta, ¿verdad? Me miró y negó con la cabeza. —Así es, mamá, eres una puta asquerosa. Dicho esto, escupió en el suelo entre nosotros y salió. Estaba demasiado furiosa como para gritarle. Cinco minutos antes, estaba teniendo el mejor orgasmo que había experimentado en meses, y ahora me sentía deprimida y furiosa. Unos minutos después, oí las llantas de la camioneta de Jesse levantando grava en la entrada mientras salía a toda velocidad hacia quién sabe dónde. Me negué a llorar. Revisé los números de nuevo. Me faltaban unos ochenta dólares para pagar la hipoteca. Podría arreglármelas solo en un par de días. Solo esperaba que ese cabrón encontrara trabajo, porque aún me quedarían cuatro pagos atrasados. Estaba tan nervioso que apenas podía pensar con claridad. Tiré la toalla a un lado. El olor a semen era intenso en mi piel. Sabía lo jodido que era todo esto, pero ¿por qué Jesse tenía que hacerlo más duro de lo necesario? Recorrí la página de cámaras web intentando averiguar si valía la pena intentar ganar más dinero ese día. Podía fingir estar cabreado y culparme de todo, pero sabía que estaba metido en ello cuando estaba pasando. Se corrió dos veces de esa polla gorda, y fue en mis tetas y mi coño donde lo hizo. Angela y Damon estaban haciendo un show en pareja. Estaba demasiado cabreado como para siquiera considerarlo. Entré en su habitación y escribí el código que me permitía ver cualquier show privado en la página. Angela estaba de lado con una pierna en alto. Estaba desnuda, salvo por unas pinzas para pezones. Damon estaba detrás de ella con su polla en su coño afeitado. Necesitaba liberar toda esa tensión. Agarré mi enorme polla negra de mi colección de juguetes. Me dolió al meterla en mi coño, pero eso era lo que quería. Me recosté y los observé mientras yo, detestable, me follaba hasta el orgasmo. Después, me quedé allí sentada, inmóvil, observando a la pareja retorcerse de una postura a otra hasta que Damon finalmente roció la cara de Angela con una generosa descarga de semen. Mientras la veía lamer su semen de sus labios, me di cuenta de que aún podía sentir el sabor de Jesse en mi boca. Me presioné el clítoris con un dedo y, unos segundos después, me estremecí con otro orgasmo. No importaba lo que Jesse pensara sobre lo que hacíamos. De una forma u otra, conseguiría que hiciera otro espectáculo conmigo. Si hubiera sido una buena madre, no me habría quedado sentada en pleno día, con un enorme consolador n***o metido en el coño, planeando cómo conseguir más semen de mi hijo mientras hombres pervertidos me vigilaban buscando dinero. Pero, como creo haber demostrado claramente, fui una pésima madre. Me senté en el borde de la bañera con la parte de abajo de la bata abierta. Me afeité con cuidado los bordes de mi espeso vello, intentando conseguir un triángulo perfecto. Había pasado más de una semana desde la primera vez que mi hijo Jesse, de dieciocho años, se unió a mí en uno de mis shows porno. Me insistía en que solo actuaba con él porque estábamos en la ruina y necesitábamos el dinero para evitar la ejecución hipotecaria, pero había algo más. Quería atribuirlo a que era una vieja cachonda que últimamente no tenía nada, pero solo me engañaba. Que Jesse fuera mi hijo y nos hiciéramos las guarradas que hacíamos me ponía mucho más cachondo de lo que debería. Sabía que tendría que parar lo que hacíamos en algún momento, pero casi me alegraba de que estuviéramos en un apuro tan profundo. Pasé la navaja con cuidado por el pliegue interior del muslo, eliminando la sombra de la barba incipiente. Jesse se había negado a hacer otra función hasta recibir su primer pago. Tardó menos de veinticuatro horas en gastarlo todo. Habíamos hecho un par de funciones más en los últimos días. Apenas habíamos ganado suficiente dinero para la hipoteca que tenía tres meses de retraso. Abrí un poco más las piernas para alcanzar la zona sensible de abajo. Jesse entró sin molestarse en llamar. No pareció sorprenderse demasiado al ver a su madre sentada allí con las piernas abiertas y el coño al aire. Mi primer instinto fue cerrar las piernas y cubrirme con la bata, pero cuando fue al baño y sacó la polla de sus calzoncillos, me di cuenta de que no tenía sentido molestarme. Era extraño pensar que mi hijo ya había visto mi coño lo suficiente como para que se volviera casi normal para nosotros. Me dio una sensación vergonzosamente buena. —¿Quieres que saque la desbrozadora del garaje para eso?—, preguntó con sarcasmo mientras empezaba a orinar delante de mí. Era una nueva etapa de comodidad para él. —Los hombres de verdad prefieren el aspecto de una mujer madura—, argumenté mientras intentaba concentrarme en mi aseo y no en la polla meada de mi hijo. —¿Alguna vez has pensado que quizá hay algo malo en que quieras que tus mujeres parezcan niñas ahí abajo? —Sí, bueno, quizá algo anda mal entre los dos. —Se sacudió las últimas gotas de pis del pene y se sonrojó—. Al menos tengo la excusa de que me crió una madre pervertida y puta. Levanté la vista con un arrebato de ira, solo para ver que aún no había guardado su polla. Tenía los ojos puestos en mi coño. Sabía que solo intentaba sacarme de quicio, pero esa vieja obsesión por la verdad en las bromas me remordía la conciencia. —Que te jodan a ti también, pequeño bastardo enfermo. Él solo rió entre dientes, sin dejar de mirarme el coño expuesto. Fingí no haberme dado cuenta; fingí no tener ganas de abrir los labios para mi hijo y verlo ponerse duro encima de mí. —Mi mamá... el modelo perfecto a seguir.— Negó con la cabeza y salió. —¡No olvides que tenemos un espectáculo programado para esta noche! —le grité. —Lo que sea —respondió con desdén desde su dormitorio. Me quedé en el lavabo, salpicándome la entrepierna para enjuagarme la suciedad, y luché contra las ganas de masturbarme en ese mismo instante. No quería arriesgarme a que Jesse supiera lo excitada que estaba con nuestro pequeño encuentro. Guardaría mi excitación para la cámara. Quién sabe, quizá podría ganarme unos dólares extra por un orgasmo real en lugar de uno fingido. En cualquier caso, no pude evitar regañarme por tener tantas ganas de ver el programa de esta noche con mi hijo.
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