CAP. 34 – EL ATENTADO El calor en el pueblo no afloja y nadie parece notarlo. Las risas cubren a los asistentes, fácil, alegremente. Sobre todo, luego de haber atravesado semejante. Ceremonia. Todos marcharon a la plaza, donde se habían colocado tablones sobre caballetes, donde toda la población participaría de la celebración. Manteles encantadores, con mano factura local, de las maestras de labores de la escuela. Los aromas irresistibles de quienes montaron estructuras para el consabido asado, y la marcha imparable de las patronas que, sabias en cuestiones culinarias, ofrecían sus manjares. Mesas engalanadas con los platos de las familias más antiguas de la zona, deseosas de aparecer y agasajar a la Gran Lidia y ahora a su mejor elección, Diego. Tan querido, tan respetado… El sol, fer

