UN FALSO MESÍAS

1129 Words
CAP. 5 - UN FALSO MESÍAS Y Lidia, por primera vez en mucho tiempo, siente que la batalla con Miguel no es solo por la tierra, por la escuela, por el pueblo. Por la dignidad de su gente. Es una batalla por los que han sido demolidos en el camino. Y ahora, más que nunca, tiene que vencer. Miguel avanza con su plan sin saber que Beatriz ya ha tomado su propio camino. La noticia de su desaparición no lo perturba, no lo inquieta. La esperaba. Si acaso, en lo más hondo de su mente lo alivia. Menos dificultades. Menos escándalos. Menos resistencia. Para él, todo sigue en marcha. La empresa minera, sus manejos en Mogna, su enfrentamiento silencioso con Lidia. Nada cambia. Pero lo que Miguel no comprende aún es que el alejamiento de Beatriz no es una victoria. Porque la sombra de lo que ha hecho, de lo que ha sido, sigue presente en el pueblo, en la gente que ha visto demasiado, en los susurros que aún se mueven. La tensión es real, la preocupación es genuina, pero solo dos personas saben la verdad. Lidia y el comisario cargan con el secreto de que Beatriz no está perdida, sino lejos de Mogna, fuera del alcance de Miguel. Sin embargo, eso no significa que la búsqueda sea una farsa. El pueblo se ha inclinado a encontrarla, porque la alejamiento de Beatriz es un golpe que nadie puede ignorar. Las partidas recorren el terreno, las miradas están llenas de intranquilidad, el eco de su nombre viaja por los cerros. Pero en medio de esa movilización, Lidia y el comisario tienen otra cruzada que librar: asegurarse de que Miguel no descubra la verdad. Si él sospecha, todo se desmorona. Debe creer que Beatriz sigue dentro de Mogna, que está perdida o que alguien la escondió, pero no que ella escapó por voluntad propia. Mientras tanto, la pregunta que aún queda en el aire es: ¿Cuándo Miguel se dará cuenta de que la búsqueda no acabará con ella en sus manos? El pueblo empieza a forzar respuestas, Miguel comienza a intranquilizarse y Lidia sostiene el equilibrio entre la verdad y el engaño. Debe hacer que crea que Beatriz sigue dentro de Mogna, que está perdida o que alguien la ocultó, pero no que ella escapó por voluntad propia. La fotografía de Beatriz está en todas partes. Cada cartel, cada retrato pegado en las paredes de Mogna, es un recordatorio que Miguel no puede impedir. Al principio, lo ignoró. Pero cuando las búsquedas no acaban, cuando su nombre empieza a fusionarse en murmullos y miradas curiosas, la paciencia se agrieta. Se impacienta. Se irrita. Y por primera vez, su máscara empieza a agrietarse. Pero Lidia sigue firme. Ella mantiene el equilibrio, confirmando que la búsqueda sea genuina a los ojos del pueblo, pero también sorteando que Miguel note que todo lo que ocurre a su alrededor está calculado. Porque la ofensiva con Miguel no se gana con fuerza, sino con inteligencia. Mientras él empieza a perder el control, Lidia sostiene el rumbo, midiendo cada acción, cada palabra, cada paso para que el engaño siga incólume. Miguel aún no sabe que ha perdido. Y cuando lo descubra, ya será demasiado tarde. Miguel, siempre calculador, encuentra en las elecciones una nueva ocasión para reafirmar su poder. La idea de postularse le calma la inquietud, le da un propósito inmediato. Ahora, su energía se enfoca en construir una imagen pública que lo haga parecer imprescindible para Mogna. Se presenta como el salvador del pueblo, el hombre que aportará progreso y estabilidad. Pero Lidia, observando desde las sombras, sabe que su candidatura no es más que otra táctica para robustecer su control. Mientras Miguel se dedica a su campaña, creando reuniones, prometiendo lo que no puede consumar, Lidia aprovecha el momento para seguir desmontando su dominio, pieza por pieza. Miguel intenta manipular a los electores, usando su poder y recursos para ganar apoyo. Miguel, en su afán por reforzar su imagen, se convierte en un espectáculo en sí mismo. Subido a un escenario festivo, rodeado de luces y música, se presenta como un benefactor, como un líder que promete progreso. Reparte arena, piedras, materiales básicos, como si fueran tesoros, como si cada gesto suyo fuera un obsequio divino. La gente lo observa, algunos con entusiasmo, otros con desconfianza. Porque, aunque su discurso es convincente, aunque su presencia es imponente, hay algo en su teatralidad que no termina de encajar. Lidia, entre la multitud, lo observa en silencio. Ella sabe que cada piedra, cada puñado de arena, es solo una fachada, una manera de ganar apoyo sin ofrecer nada real. Pero también sabe que Miguel es hábil, que su capacidad para manipular es oscura, que este espectáculo puede ser suficiente para convencer a algunos. Esta reunión marca un punto clave en la campaña de su hermano. Lidia empieza a actuar para desmontar su maniobra. La necesidad pesa en los corazones de la gente de Mogna. Las promesas de Miguel son tentadoras, porque en un pueblo donde la escasez es seria, donde cada día es una batalla contra lo poco que hay, cualquier destello de abundancia puede parecer una oportunidad. Los ojos del pueblo se llenan de indecisión. Pero… La gente de Mogna ha aprendido a leer entre líneas. Miguel se presenta como bienhechor, como líder, como el hombre que les dará lo que precisan. Pero nadie en el pueblo ha olvidado lo que realmente es. Las dádivas que reparte no son gestos de generosidad, sino instrumentos de manipulación. Los más ancianos recuerdan su ambición excesiva, cómo mancilló alianzas antiguas para lograr su lugar de poder. Los trabajadores de la empresa minera saben que sus promesas de duración son vacías, porque han visto cómo usa su influencia para beneficiarse sin reparar en el coste humano. Las familias que han vivido en Mogna por generaciones han oído los rumores, han visto los signos de que detrás de su sonrisa hay un hombre sin miramientos Pero lo que más molesta no es lo que saben, sino lo que recelan. Su hija desaparecida La forma en que ciertas personas enmudecen cuando su nombre es aludido. Los que una vez trabajaron para él y ya no viven Miguel intenta lavar su imagen, pero el pueblo no olvida, no confía, no se entrega fácilmente a sus juegos. La arena, las piedras, el despliegue festivo, todo parece una respuesta a sus dificultades. Y Miguel, con su sonrisa calculada, sabe que este es su momento. Su gran oportunidad. Pero Lidia ve más allá de la necesidad inmediata, más allá del circo. Ella conoce los ciclos, ha visto cómo los grandiosos discursos y las falsas ofrendas pueden atrapar a la gente en una nueva trampa. Aquí es donde su liderazgo se pone a prueba.
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