4.

1204 Words
4. Estoy unas seis horas viajando en el subterráneo, sin seguir ninguna clase de plan, saltando de una línea a otra, echando a ratos una sienta, de vez en cuando dejo descansar la cabeza, y mi cuello me lo agradece. Parece que hoy será otro día perdido. No hay nada de nada. Nada de lo que busco, pero sí muchos bichos débiles que escapan cuando me perciben cerca, no es nada que un novato no pueda manejar. Solo cuando dan las once de la noche, cuando los ciudadanos normales comienzan a escasear en el subterráneo, noto que cambia la situación. Esta noche se me apetece escuchar algo de música clásica, Beethoven, Chopin, me relajo, pienso en muchas cosas y a la vez en nada en particular. Me pongo a ver el f******k, porque para variar Mikael me ha creado una cuenta y ahora, cuando puedo, le doy una revisada a lo que publican mis compañeros. Ahora mismo Mikael acaba de publicar una foto en la que sale con un ramo de rosas. Es un tipo sensual, hay que admitirlo. De repente me siento totalmente invadido por una sensación. Guardo el celular en el bolsillo y apago la música. Es un escalofrío que me recorre el cuerpo desde los dedos de los pies hasta la coronilla. Balbuceo algo que solo yo entiendo, mientras me acomodo en el asiento. Examino a detalle el vagón. Detecto a la muchacha enseguida. Ella es muy dulce, y muy joven. Lleva un exótico vestido rojo, unos zapatos de tacón del mismo color, y en las manos tiene un teléfono rosa con estrellas brillantes. Es agradable verla, pero eso no es lo que me tiene así. Es un Halo sumamente oscuro que rodea su cabeza y forma imágenes espeluznantes. La muchacha ha llegado a ver mi expresión y la ha confundido con una mirada de acosador, porque se ha girado, en plan de protegerse. Y la gente que la mira se ha dado cuenta de todo. Ahora me lanzan miradas llenas de asco y de recriminación. Me toman como uno más de esos pervertidos. Grandioso Jason. No puedo decirles que no lo soy, que soy un… Debo parar de divagar… Claro que la muchacha no es capaz de ver lo que tiene encima. A lo mucho, siente un ligero malestar, quizás depresión. Si se tapara el ojo derecho, con el izquierdo llegaría a ver un ligero revoloteo sobre su cabeza... como si se tratara de una infinidad de moscas o del aire agitado sobre el asfalto en un agobiante día de verano... No vería nada más. Nada de nada. Aún le queda un día o dos de vida… Hasta que resbale en el medio de la calle y se dé un golpe mortal en la cabeza. O la atropelle un coche. O tropiece, al entrar en el porche de su casa, con el puñal de un asesino... que se preguntará la razón de que esté allí, matando a esa joven. Y todos se lamentarán, se dirán: “Con lo joven que era, con lo que le quedaba por vivir, con lo que la queríamos...” Sí, claro. Es fácil darse cuenta de la amabilidad y la ternura que hay en su rostro. También se aprecia cansancio, sí, pero ni un ápice de rencor. Al lado de una joven así, uno se siente distinto de quien es en realidad. Intentas ser mejor, te sientes arrastrado hacia el Bien. Es la clase de muchacha con la que uno prefiere entablar una amistad, acaso coquetear ligeramente, compartir confidencias. Rara vez uno se enamora de alguien así, pero, en cambio, todos la quieren. Todos menos alguien. Alguien que ha pagado a un nigromante. En realidad, el Halo de la oscuridad son cosas que suelen pegarse a cualquiera. Basta con mirar alrededor, esos Halos de la oscuridad son comunes, por lo que uno puede ver, claro, no cualquiera, debe ser alguien como yo, ahora mismo, no muy lejos de la muchacha llego a ver al menos unos seis a siete, más o menos, van rodeando sobre sus portadores. Te preguntarás que qué son esos Halos de la oscuridad del que tanto hablo. Pues ya te digo, los Halos de la oscuridad son provocados por alguna maldición, sí, de esas que se lanza para todo, no por un experto en maldiciones. Es como cuando sueltas a otra persona un “Ojalá te mueras” “Quisiera que desaparezca” Y entonces, desde la oscuridad aparece un Halo creado por esas palabras, que comienzan a aspirar las fuerzas y energía de las personas. Pero una maldición sin más, lanzada por cualquiera, alcanza para una hora, dos o, como mucho, para un día. Y sus consecuencias, por muy desagradables que lleguen a ser, no son mortales. Pero lo que tiene encima la muchacha es otra cosa, está en otro nivel. Aquel Halo de la oscuridad es nivel demoníaco, que solo un experimentado en la materia puede invocar. La muchacha no lo sabe, pero ya está muerta. Tengo que marcar a mi jefe, pero he recordado que cuidar a la muchacha no es mi misión, la misión que me ha encomendado mi jefe se ha vuelto prácticamente imposible para mí, es que ya me he hecho a la idea de que no lo conseguiré, no hasta que Mikael decida venir a serme de apoyo, que por algo es mi compañero de trabajo. Le marco a él. —¿Vienes ya? —le pregunto de una. —No me pediste disculpas. —¿Qué hice esta vez? —soy un cara dura. Lo sé, y él lo sabe. —¿Lo dices en serio? —No bromeo… sabes que soy un cabeza dura… —Me llamaste perro… —Ah, eso. Hace dos días, en una redada le dije que adoptara su forma de perro y que siguiera con su olfato a los bichos esos, pero no solo no lo hizo, Mikael me dejó en medio de la calle, a esa hora, con el frío que hacía… Luego le pregunté qué le había pasado y ha estado ignorándome por completo. Pero no hay motivo para hacerle eso a un compañero. El que debería estar enfadado soy yo. —No volverá a pasar, te doy mi palabra… —pero sé que si no le pido disculpas no va a venir—. Perdóname esta vez, ¿vale? Silencio. Se lo está pensando, lo conozco tan bien… Un suspiro más tarde. Escucho su respiración sobre mi oreja. —Bueno vale… lo dejaré pasar. Cada vez que hace eso me hace poner la piel de gallina. Le explico lo que pasa con la muchacha. Justo cuando pensaba ayudarla, siento en ese mismo instante otro estremecimiento. Es uno muy distinto… No siento escalofríos ni dolor. Solo se me seca la garganta, se me entumecen las encías, la sangre me golpea con fuerza en las sienes y una punzada persistente en las yemas de los dedos. Mikael tarda nada en aparecer frente a mí. —¿Ya lo sentiste? La mirada de Mikael es amable, quién diría que con la pinta de adolescente es uno de los más mordaces que hay en esta ciudad. —Es lo que parece… —Pues, dale, que ya era hora, Jason…
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD