3. JASON.

1050 Words
3. Jason Una semana después. Empecé el día con mal pie. He despertado cuando apenas amanece. Me quedo acostado, observando las últimas sombras de oscuridad, muriendo entre las persianas. Medito. Ya es el décimo quinto día que no consigo una sola pista… hasta ahora todo ha sido inútil. Un reverendo desastre. A ver si hoy es diferente y tengo suerte. Ahora que amanece el frío desciende dentro del departamento. Las estufas que son del siglo de la papa, apenas calientan. Lo único que me gusta del invierno es lo pronto que oscurece y la poca gente que uno ve en las calles. Si no fuera por eso, ya hace bastante tiempo que lo habría mandado todo al diablo, y me habría largado bien lejos de Buenos Aires, por ejemplo, me habría marchado a Colombia, o a El Salvador, no sé por qué elegiría esos destinos, pero no es la primera vez que los menciono. De hecho, ahora que hago memoria, son varias veces ya que sueño que me divierto en las playas de esos lugares… a los que nunca he ido en mi vida, ni en esta, ni en la anterior. Pero, la verdad es que pensar en que me largaría lejos es más bien soñar con los ojos abiertos, soy un idiota, ¡para qué me voy a ilusionar! Sobre todo porque es demasiado pronto para que pueda darme el lujo de descansar. Aún no me lo he ganado. Lo sé. Mi jefe lo sabe. Y ahora se le ocurre sonar al celular. Parece que ha estado esperando el mejor momento para interrumpir mis divagaciones. No será la primera vez que lo hace. Pero, aunque me pese, siempre debo contestar. Y cuando lo hago, siempre permanezco en silencio, sin pronunciar palabra. —Jason, responde. Sigo callado. La voz de Mikael suena eficiente y concentrado, aunque ya se percibe en él, algo de agotamiento. Seguramente no ha dormido desde anoche. —Jason, ¿quieres que te pase directamente con el jefe? —trata de presionarme, y funciona, maldita sea. —No. Mejor no —dije rápidamente. —Parece que ahora sí te has despertado, ¿no? —Pues, sí. —Hoy te toca lo de siempre. ¿Ha habido alguna novedad? —No. Ninguna. —¿Tienes algo para desayunar? —Lo mismo de ayer… me las arreglo con eso. —Muy bien. Que tengas suerte. Mikael no ha puesto ningún énfasis al desearme suerte. En realidad, su voz ha sonado desapasionada. Mikael no cree en mí. Eso también lo sé. El jefe, probablemente tampoco. —Gracias —digo oyendo ya los rápidos tonos del teléfono. Me voy a darme un aseo. De alguna forma, se me ha pasado tres horas de una y ahora estoy algo atrasado. Me desnudo y entro a la ducha. Amo bañarme con agua fría, me refresca, siento mis músculos cobrando vida. Tomo la toalla y me cubro las partes bajas. Me dirijo ahora hacia la cocina. Los rayos del sol me enceguecen. Mis ojos, un par de rubíes, no lo digo yo, lo dice medio mundo, al conocerme, lagrimean. Abro el refrigerador. Está descompuesta, lo he olvidado y ahora todos los alimentos se descongelan. Ignoro ese detalle y del fondo saco un pocillo con restos del desayuno del día anterior. Me lo llevo hacia los labios y me lo bebo de una. Si creen que la sangre de cordero es deliciosa como andan diciendo por ahí, es mentira, no se lo crean. Tras dejar en el lavaplatos el pocillo, me voy hacia el baño y me lavo los dientes con mucha fuerza, no quiero que me quede rastros entre los dientes, pero aún tengo hambre, mucha hambre y sed, en realidad. Así que vuelvo a la cocina y tomo esa botella de coñac que tanto he jurado y perjurado que no iba a beberla antes de navidad. Ahora en lugar de sentir saciedad, el estómago comienza a arderme. Bien hecho idiota. Experimento un delicioso amasijo de sensaciones: frío en los dientes y ardor en el estómago. Soy un completo idiota. Eso también lo sabe Mikael y mi jefe. —¡Que te jodan! —exclamo de pronto, arrepintiéndome de una. Esa frase se queda suspendida en el aire, temo que más tarde me arrepienta, ya he aprendido que no hay que andar soltando maldiciones así porque sí, sobre todo en contra de mí mismo. Voy buscando algo decente para ponerme encina. No he puesto a lavar nada al lavar ropas desde hace una semana y ahora me queda tan pocas prendas para elegir. La ropa sucia está regada por donde pase. Busco algo que no huela mal… o en este caso, tan mal como el de ayer. Por algún motivo, la camisa blanca cuelga sobre la estatuilla que tengo de Lucifer. Soy un desastre. —Sé más atento… —me digo, y en ese instante vuelve a sonar el celular. Voy esquivando a saltos el terrible desorden de la habitación, hasta que doy con el celular. —Jason, ¿es que querías decirme algo? —dijo la voz de mi invisible interlocutor. —No, señor —respondo con aspereza. —Bien, bien. Pero además di: “Estoy muy feliz de continuar dando lo mejor de mí, jefe” ¡Cómo se ve que me estima! Ah, por cierto, eso fue sarcasmo. —Feliz, no estoy; pero no puedo hacer nada al respecto... jefe. El jefe permanece un instante en silencio y después agrega: —Jason, me veo en la obligación de pedirte que te tomes la situación con la mayor seriedad, ¿de acuerdo? Pase lo que pase, te espero a primera hora de la mañana con un informe. Y.… suerte. Cuelga y suelto un suspiro sonoro. Un ¡Ahhhh! que llegan a escuchar todos los que viven en este edificio carente de todo. Me guardo el celular en uno de mis bolsillos de la chaqueta y abro el armario. Me lleva un rato decidir cómo completar mi atuendo. Al final me vuelvo a poner la camisa de ayer y ya. Antes de salir, doy una mirada general al pasillo. No veo a nadie sacando su cabeza para espiarme. Algunos acá piensan que soy un asesino serial, otros, un vago sin pena ni gloria. Así como les digo, comienza un día más para mí.
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