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602 Words
2. Iakobus no sabe a dónde dirigirse. Las luces neón crean imágenes en el techo, y las caras de los presentes se distorsionan y forman rostros espeluznantes. Más allá. —Está suculento… —susurra la adolescente, algo nerviosa, algo ansiosa. Su rostro es delgado, con las mejillas algo sobresalidas y una palidez extrema. Solo sus ojos, grandes, negros y seductores, denotan vivacidad. —Déjame... —le dice el joven, y sonríe—, al menos un poco... Ambos tienen algo en común, es como si fueran hermanos, aunque no por el rostro, sino más bien por algo indefinible, común en ambos, que parece cubrirlos desde arriba para abajo como una gasa semitransparente de polvo. —¿Dejarte algo a ti? —La adolescente aparta la vista de Iakobus. La sensación de aturdimiento en Iakobus, se calma por un momento, pero, a cambio, le sobreviene un miedo cegador. Abre los labios, pero la mirada que le clava el joven le impide gritar. Es como si le hubieran atado una fría tira de plástico alrededor de la boca. —Anda, ¡empieza! La adolescente deja escapar un soplido de burla. Se vuelve hacia Iakobus y adelanta los labios como dispuesta a lanzarle un beso. Entonces, pronuncia en voz muy baja las palabras que Iakobus ya conoce, las mismas que asoman entre los acordes de la seductora melodía. —Acércate... acércate a mí... Pero Iakobus no se mueve. No tiene fuerzas para escapar, a pesar del horror que se ha apoderado de él, a pesar del grito que pugna por salir y que se ahoga en medio de la garganta. Al menos, consigue permanecer inmóvil. Una joven afro pasa despacio, moviéndose apenas, es como si anduviera por debajo del agua o en una pesadilla. Con el rabillo del ojo, Iakobus ve que se estremece y trata de apartarse de ellos en dirección contraria. Al darse cuenta, el joven suelta una risilla por lo bajo. La joven afro apura el paso y desaparece de la vista. —¡No vendrá! —exclama la adolescente, molesta—. ¿Lo ves? ¡No quiere venir! ¡Te lo dije! El joven alza los hombros. —¡Llámalo con más fuerza! —se limita a indicar—. Aprende de una vez por todas a ser paciente. —¡Ven! ¡Acércate a mí! —repite la joven con insistencia. Apenas dos metros los separan, pero al parecer para ella es importante que sea el propio Iakobus quien se acerque y no ella. De pronto Iakobus comprende que no le alcanzan las fuerzas para resistirse. Sostiene la mirada de la joven, como sujeto por una invisible tira de plástico, oye que lo llama y no puede hacer nada consigo mismo. Sabe que no debe acercarse a ella, pero aun así da un paso. La joven sonríe y sus dientes blancos brillan. —Quítate la bufanda —ella le ordena. —El ángel no es para vos… —le recuerda el joven—. A menos que quieras que ella te elimine… —¡Entonces hazlo vos! ¡Llévale antes que yo… que yo… —Que yo tampoco puedo resistirlo… —confianza el joven. Para entonces, Iakobus ya no es capaz de oponer resistencia, a ninguno de los dos. Con las manos temblorosas se aparta la capucha y se despoja de la bufanda sin desanudarla. Se adelanta hacia los ojos negros que lo atraen. Entonces sucede algo en el rostro del joven, la mandíbula inferior se descoloca, los dientes cobran vida propia y van deformándose. Unos colmillos inhumanos brillan en la oscuridad. Y Iakobus da otro paso, sin oponerse.
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