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Dos Gardenias

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Blurb

¿Cómo sería la vida si dos espías fueran pareja?

Es fácil imaginárselo, pero no vivirlo, esta historia se trata de dos espías que deben luchar para mantener su amor, aún cuando deban destruirse el uno al otro, las mentiras serán el abono de la relación. Entonces ¿Qué podrán cosechar?

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Capítulo Uno: El Acuerdo.
Un par de ojos expectantes se posaban y resbalaban por toda la estancia, barriendo cada centímetro de ella, deseaba grabar a fuego en su mente cada detalle dispuesto allí. A su vez, era más que consciente sobre sí mismo, sintiendo cada latido, cada respiración, cada parpadeo con una intensidad tres veces mayor a la que tendría normalmente. Se sentía angustiado, sin embargo, no lo admitiría en voz alta. Volteó de nuevo, escaneando el lugar una última vez, notando el duro color gris que junto al amarillo apagado lograba una combinación poco reconfortante. Estas tonalidades variaban y se turnaban alrededor de toda la sala. Observó la hora en su reloj de mano, que marcaba las diez veintitrés con siete segundos... Ocho... Nueve... Diez... Once... Sabía que alguien le seguía, sabía que ese alguien pertenecía al cuerpo de seguridad de algunos magnates que se encontraban ahí; conocía a dicho agente, tenía estudiado su caso, pero este día no estaba en aquél banco del centro para buscar información, hoy estaba de civil, acompañando a su amada a hacer algunos trámites, pues quería mudarse de su pensión actual, y para ello necesitaba dar una pequeña inicial, la cual sacaría de sus ahorros. Se rehusó a aceptar su ayuda en el aspecto económico, ya que disfrutaba siendo independiente, y para ser honesto, daría su vida por ella. Por su querida Margaret. Ahora se encontraba en una situación sospechosa y ciertamente llena de peligro, no solo para ambos, sino para cada persona que paseaba con aire de tranquilidad aquél día de agosto del año mil novecientos cincuenta y tres. No lograba comprender cómo pudo reconocerle, dado que su profesión de investigador privado le obligaba a mezclarse y no darse por conocido ante nadie, dependía en su mayor parte de ser observador, gran cualidad que poseía, pero esta vez había fallado. Se levantó del asiento con disimulo, pretendiendo salir a fumar, aunque no fuera su mal hábito. Regresó a los cuatro minutos exactos, y su mirada se encontró de frente a una mucho más fría, sería el gato y él mismo, tan pequeño sería el ratón que huye, aunque no fuera su estilo, temía por su amada. Aquél encuentro de orbes, le dio a entender que le había reconocido, aunque se encontrara en una esquina, vigilante de todos allí, sabía que el problema era con él, y tenía una promesa amenazadora brillando en su expresión. No estaba seguro de a quién agradecer primero cuando escuchó el eco de los tacones bajos de su amada dirigirse hasta él, quería decirle que corriera, que se apurara, quería ser sincero por una vez, pero, como siempre, le sonrió con seguridad y le recibió en su brazo, guiándoles fuera de allí como si no pasara nada y su mundo fuera perfecto. Lo cierto es que su realidad se deterioraba y se caía a pedazos con cada paso, pero quería seguir teniendo la ilusión de poder amar, de poder mantener a alguien a su lado y feliz. Cuando llegaron al auto de su propiedad, lo encendió y se encaminó con ella hacia su nueva vivienda, razón por la cual traía sus pertenencias en el maletero. Había conseguido obtener el dinero suficiente por ella misma y su trabajo de enfermera. Estaba enormemente orgulloso de ella. —Ahora podré visitarte a cualquier horario ¿Verdad, querida?— formuló con un tono seguro, mirando de soslayo a la pelirroja. —Siempre que tenga tiempo, recuerda que las guardias son cambiantes, pero en teoría, puedes ir cuando gustes— con eso dicho, le sonrió, mostrando los hoyuelos que le hacían perder el oremos. Frente a la nueva pensión se encontraron pasado un cuarto de hora, por lo que acompañó a su amada hasta adentro, con todo y  pertenencias, le ayudó a asentarse en lo que pudo, y lo que le pidió expresamente ella. Pasado un rato de bromas, charlas y arreglos, se dispuso a marcharse, cuando observó que en la pieza principal habían como único set de habitación un jarrón con dos flores de color tenue, dos gardenias. —Vaya, el anterior huésped quiso darte la bienvenida ¿Qué te parece?— habló el más alto en tono de broma, quizá socarrón. —Seguro amó vivir aquí, es un lugar bastante tranquilo— le respondió la chica sin titubeos, mirando los pocos muebles de madera pulida, unas verdaderas bellezas que habían sido propiedad del dueño anterior, lo consideró un detalle sublime. —Espero que ames tanto vivir aquí como estas gardenias parecen amarse, fíjate que están enredadas entre sí, como si no quisieran despedirse— asintió hacia la decoración con ojo atento y a su vez aire soñador. —De verdad que no tienes remedio— Margaret dijo y soltó una risa después. —Puede que no lo tenga, pero de ahora en más sabrás lo que quiero decir cuando mencione a estas flores— le miró una vez más, atrayéndola hacia sí en un abrazo, un gesto tan natural entre los dos que parecían solo ellos contra el mundo —Te escribiré cuando llegue a Colina Escarlata, así que mantente atenta, vida mía—. —Esperaré con ansias, pero no pretendas que te conteste de inmediato, bien sabes lo pesado que se vuelve el trabajo, y con las lecciones de francés a los niños de primaria, suele complicarse, pero ten por seguro que tendrás tu respuesta, Tobías— lo convenció con esas simples palabras, pero pronunciando su nombre, razón por la cual sabía que iba al punto y sin rodeos, quería que comprendiera, y así lo hacía. Así partió el hombre de metro setenta y cuatro, con la cabeza en alto y la mente atenta, se había determinado a volver a ver a su amada. Mientras por otro lado, Margaret esperaba ver el carro lejos para quitar su peluca y cambiarla por una de color n***o, dirigiéndose a un sitio muy distinto a esa pensión. ... Tobías llevaba tres horas conduciendo, razón por la cual tenía los músculos entumecidos. Paró en un moderno restaurante de la que llamaban "comida rápida". Cuando bajó del auto, cayó en cuenta de que el motor estaba sobrecalentado, así que tenía que esperar un rato, pero no podía darse el lujo de perder más tiempo, su jefe había confiado en él la misión de entregar un paquete, y eso es lo que haría. Mientras había gente dentro disfrutando de su comida, varios autos estaban aparcados fuera, sin vigilancia alguna. Perfecto. El castaño entró en el local con aire de tranquilidad, pidiendo luego en la barra uno de los menús estrella, quería probar qué tan bueno era lo que prometían. Al pagar y tener su factura junto a una bolsa de papel con el logo de la compañía, salió de nuevo. Siempre atento a su alrededor por si volvía a encontrarse al sujeto del banco, no podía estar tranquilo en ningún lugar. Su trabajo se basaba concretamente en investigar personas, hacer entregas especiales, hacer vigía y ejecutar enemigos. Lo que llamarían espía en el cine taquillero. Se sentó en una banca cercana al parking a comer su combo acompañado de una gaseosa regular en un vaso de papel. Al finalizar la comida, se limpió con las servilletas, dejó la basura en su lugar y con toda la tranquilidad del mundo, entró en uno de los autos ajenos como si fuera el propio, asegurándose de que el paquete lo tuviera en el bolsillo delantero del pantalón. Cableó exitosamente el vehículo, un descapotable de la época, color borgoña. Ninguna persona se inmutó dentro del local, pues nadie notaría nunca que el auto no era suyo. Con la misma paz mental, salió del estacionamiento con el auto funcional, encaminándose de nuevo en la carretera. No faltaba mucho para llegar. Colina Escarlata era una amplia residencia que contenía un campus universitario dentro, donde estudiaba él mismo y vivía parte de la semana. La otra parte la pasaba con las personas de su trabajo. Un trabajo que les abría las puertas en todo sitio. Podían filtrar cualquier información y falsificar cualquier identidad. De esto disfrutaban bastante los compañeros de agencia. Lo complicado estaba en que tenían competencia, y una muy grande. Habían dos grupos organizados más que querían liderar en el distrito. Para ello debían eliminar a los miembros más importantes de la actual agencia más exitosa. Strauss Field era el nombre de dicha agencia en la que trabajaba. Otros grupos intentaban hacer alianzas entre diferentes distritos para así ser un territorio más grande, pero lo único que lograban es dividir en dos bandos el mercado y la información. Comercializaban esa información, quien tuviera mayores detalles, lograba siempre dominar la jugada. Generalmente eran ellos quienes dominaban en ese aspecto, llevando la vanguardia. Ciertamente, a él no le interesaba ni la fama ni el dinero, él solo quería encontrar a su madre, fue por ello que inició en el mundo de la investigación, y cayó enamorado de inmediato de poder llegar a develar misterios inconclusos. Su madre había desaparecido cuando él tenía trece años, bajo circunstancias muy sospechosas, por lo que desde ese momento había estado creando teorías en su mente, había logrado resolver distintos casos, ganando reconocimiento, pero nadie sabía cómo lucía, eso era un punto a favor, nunca se dejaba ver el rostro. Utilizaba una capucha lo suficientemente amplia para censurar lo necesario. En el momento iba de civil, podía ser Tobías, un chico cualquiera que entregaría un paquete cualquiera a una persona cualquiera. Pero la intención era obtener la mayor cantidad de detalles que pudiera acerca de quien recibía la entrega. El sobre estaba doblado con sumo cuidado, bien acomodado en su bolsillo, como si se tratara de un diario del día anterior, solo que de menor grosor. Aparcó fuera de la facultad de derecho, que era casualmente la misma en la que cursaba estudios, quería ser abogado, pero también escribía y daba tutorías de física a cualquier nivel. Cuando bajó, lo hizo lentamente, dejando que la brisa revolviera sus lisos y largos cabellos castaños. Observó a su alrededor y localizó al sujeto que recibiría la entrega. Estaba en la parte trasera de uno de los edificios principales de la facultad. Se trataba de uno de los nerds de su clase, que nunca salía de la biblioteca. Era una cosa bastante curiosa encontrarle a él, pues tenía una buena coartada para que se pensase que no podía ser él el propio Mr. Darko, como se hacía llamar en las cartas que le había dirigido con tanto esmero, con más de cien palabras explicando lo fuera de lugar que estaba con el comportamiento de la organización a la que pertenecía Onixen, cuánto quería acabar con ella y muchas más amenazas que solo eran eso. Jamás había hecho algo y sospechaba que nunca lo haría, incluso era posible que estuviera ante el propio creador de una de las redes con más éxito y redactor de dichas cartas. —Hey, Jeff ¿Cómo vas?— le preguntó casual, juntando sus manos con las de él a modo casi fraternal. —Perfecto, sí ¿Lo tienes?— habló un tanto nervioso, podía notar el sudor bañándole la frente. —Aquí lo tienes, si haces fiesta con esto me invitas ¿Va?— sugirió amistoso, observando cada detalle del contrario, como que llevaba una bicicleta consigo. En ese tiempo estaba de moda entregar láminas de LSD como si fueran hojas impresas comunes, por eso la pequeña broma, pero no le cayó del todo bien, solo hizo una mueca, tomó el sobre y se retiró sin más, yéndose a toda velocidad por el amplio césped. Fue tanta, que no se dio cuenta de cuándo tomó uno de sus pequeños blocs de notas que llevaba en la cesta del transporte de dos ruedas, y supo que así sería cómo comprobaría el tipo de letra con el de las cartas recibidas. Saldría de dudas de una vez. ... La peluca hacía que su cuero cabelludo picara desesperantemente, así que cuando podía, pasaba su dedo por la unión entre su propio cabello y el falso. Margaret, o mejor dicho, Estela, se encontraba en un bar de lujo, en compañía de varios magnates, dueños de empresas multimillonarias. Les servía los tragos cada vez que le pedían refill. Solo trabajaba allí por el bien de las investigaciones que se estaban llevando a cabo. No quería ser infiel, y no lo sería, pero trabajo era trabajo. Es cierto que tenía varios turnos siendo enfermera, pero no era su pasión, como le había hecho creer a la mayor cantidad de personas que formaban parte de su vida. Le dolía tener que mentirle a Tobías, que siempre había sido demasiado bueno y quizás muy inocente para su gusto, sin embargo, estaba cómoda con él. El sujeto al que intentaban llegar tenía el alias de Onixen, nadie lo había visto nunca, tampoco se conocían pistas para llegar hasta él, pero era un tipo astuto, y seguramente millonario también. Había logrado escabullirse varias veces en las que estuvo a punto de ser desenmascarado, pero lo cierto era que su superior lo quería fuera del mapa, y para eso estaba ella ahí, encontraría de quién se trataba, costara lo que costara. Se levantó del lujoso sofá que compartía con los distintos hombres, sonriendo abiertamente. Usó la vieja excusa de ir al tocador. En vez de eso, se dirigió a la barra, donde pidió dos shots de vodka, los cuales tomó uno tras otro. Tras esto, aclaró su mente, buscando con su mirada algún detalle fuera de lugar en la escena. Solo había gente disfrutando de una noche intensa, como todas en ese club. No podía ser cierto.  El muy desgraciado había logrado engañarlos una vez más. No había pisado nunca ese club. Estaba hecha una furia, tan cegada por el posible éxito que tendría que perdió la verdadera pista de ese ser. Lo más vergonzoso fue ir a una cabina de teléfono a informarle a su jefe que había sido un fracaso más. —Es inútil, Darell. Tendrás que darme más detalles sobre él—. —Querida, no te sobresaltes. Cuando quieras puedes venir en busca de los archivos—. —Iré cuanto antes, será mejor que estés despierto—. ... Una hora después, Estela estaba rebuscando entre una pila de documentos oficiales acerca de todas las personas "grandes" del distrito. Onixen era uno de ellos, quizás el principal. Y como tal, no había mucha información. Solo se sabía que buscaba a su madre, que medía más de metro setenta y que podía usar algún tipo de máscara, capucha o accesorio que tapara su identidad de las miradas curiosas. No podía pensar en nadie que conociera, ya que con esas pocas características, podía ser cualquiera, podía haberse cruzado con él por accidente en la calle y no lo sabría. Podía haber sido su paciente, su estudiante, su compañero, su vecino, su empleado y nunca lo sabría. Eso la frustraba en demasía, pero debía seguir buscando. De las posibilidades estaba harta, quería finalmente vivir una aventura de espía de las que tanto romantizaba en su cabeza. La inteligencia no le servía de nada si solo la tenía a la hora de las pruebas escritas. Ante ese pensamiento, se le prendió el foco de repente. No debía buscarlo a él exactamente, podía nada más buscar a quienes habían hecho tratos, acuerdos o incluso compra de información, debía averiguar cómo comprarle información. Era hora de ser Margaret de nuevo. ... Dos turnos de enfermería más tarde, Margaret se encontraba dispuesta a concretar citas con las personas que había entrevistado, las cuales defendían haber conocido en persona al agente en cuestión. Ese día se reunió con tres personas diferentes, hablando de los posibles detalles del perfil del líder. Varios concordaban con que era universitario y nunca hacía entregas en el centro, eran hacia las colinas, en un campus y ubicación específica para cada quien. Entonces también debía tener un coeficiente intelectual alto y notas por ende altas, debía estudiar una carrera que estimulara esa necesidad de ley y orden. Quizá leyes, quizá economía, quizá derecho, varias posibilidades más, pero se estaba acercando, podía sentirlo en su alma. Movía la lámpara cada vez más cerca de la carpeta, como queriendo develar sus secretos más profundos. Respiró hondo y siguió leyendo hasta que sus ojos dolieron y cayó dormida encima de la pila de papeles, totalmente exhausta luego de tres días sin dormir. Al día siguiente, recordó de golpe que tenía una cita con Tobías, por lo que trató de levantarse a tiempo para arreglarse lo suficiente y ocultar las grandes ojeras marcadas de su rostro. Apenas salió del estudio, se sintió libre, como si estar allí dentro fuera una prisión. Tenía suficiente información para comenzar de nuevo, pero iría día por día, sin apuros, puesto que de ese modo, las cosas no fluyen, se dijo internamente. "Tú puedes" se repitió al espejo de su habitación cuando por fin llegó a casa y tomó un baño caliente. Fue entonces cuando la chica estuvo lista, mirándose al espejo de cuerpo completo, con el mismo cariño de siempre, el que había aprendido a desarrollar con el tiempo, tomándole aprecio a otras emociones, siendo predominante la felicidad. Cuando finalmente se encaminó fuera de su hogar, dió pasos largos hasta el lugar en el cual habían concretado verse. Era un restaurante tipo a******o que le gustaba mucho a Margaret. Tobías llegó dos minutos después, y ambos se sentaron a disfrutar en pleno sol de mediodía en la terraza que disponía, el cual fue acompañado de unos batidos frutales en honor a haber cumplido tres años tan maravillosos juntos, y para completar, el chico le obsequió algo sensacional, un juego de naipes de edición limitada que quería probar con ella, ya que era su pequeña tradición, jugar cada vez que se veían, al menos una pequeña partida. Cuando no podían hacerlo, se sentía extraño el irse a casa para el chico, como si algo andara mal. La chica se mostró completamente feliz ante el regalo, comenzando una partida entre ambos allí mismo. Los naipes tenían en su superficie diferentes colores en una especie de combinación holográfica, bastante moderna para su época. No cabían ambos de la emoción. En medio del juego, le tocó el turno a Margaret de mostrar su regalo, que consistía en una pequeña escultura a base de resina que contenía en su interior pequeñas estrellas con brillos que los representaban a ambos bailando. Tobías sonrió con solo verlo, de inmediato también feliz de estar allí, le agradeció por todas las experiencias que habían tenido juntos aquellos años, sellando la oración con un beso. —Es bueno tenerte aquí, aunque debes estar muy cansada después de los turnos, cariño— habló el castaño, como a modo de disculpa. —Tranquilo, no eres quien hace los días, así que no podíamos saber que el día de nuestro aniversario también lo pasaría trabajando— le respondió ella, con algo de tristeza. Al finalizar la comida y la partida, ambos se dirigieron juntos hacia un mirador, donde la paz reinaba y el ambiente era único. Ojalá pudieran quedarse así para siempre.

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