Capítulo Veinte: Acción.

1769 Words
El espejo giratorio por el cual entró Estela, tenía por dentro una oscuridad digna de una cueva, con solo una pequeña iluminación proveniente de un escritorio de metal con varias libretas encima. Lo que no había notado antes fue que en uno de los extremos de la pequeña habitación -si se le podía llamar de alguna forma- se encontraba una especie de catre con sábanas pulcras, a diferencia del escritorio, el cual estaba lleno de muchos objetos, atiborrado para ser exactos. Alguien vivía allí. Se le revolvió el estómago de solo pensar en quién podría ser. Lo más perturbador de todo, era que desde allí podía observarse con claridad los baños del local y también la parte de cocinas junto a la zona de atención al público, donde se encontraban las mesas para que la gente comiera. Todo era espejos, lo cual era parecido a estar dentro de un caleidoscopio, sin saber exactamente qué hacer, solo quedarse ahí dentro como un bicho raro. La cuestión era salir de ahí, no sin antes haber investigado un poco sobre lo que allí había dispuesto. Solo una mente psicópata podía hacer tal cosa, observar a todos allí como si fueran gérmenes bajo un microscopio. —¿Era esto lo que intentabas decirme?— preguntó de manera retórica al cuerpo que yacía en el suelo del servicio para damas. Por eso no le dijo nada, había alguien observando. Quitó esos pensamientos de su mente, ya que no quería darle fuerzas al asunto, ella como buen espía escurridiza tenía el deber de escapar y acabar con ese circo. Observó entonces que la parte de arriba, es decir, el techo, estaba formado por tubos de conexiones, entre otras cosas, la mayoría oxidada. Por lo menos había una salida que no fuera entrar nuevamente a alguna de las estancias del local, eso sería un riesgo, pues no tenía idea de quién podía ser el dueño de ese lugar tan lúgubre y secreto. Tomó entonces una de las hojas del escritorio, viendo como en sus líneas se hallaba plasmado un nombre que ya conocía. No solo eso, eran varios nombres los que ya conocía bastante bien. Era su familia. Abrió sus ojos como platos, rompiendo de una vez esta hoja en mil pedazos, buscando alguna otra pista la cual pudiera deshacer, nadie debía saber aquello, no podían tenerla en la mira, era imposible. De repente, detrás de sí, se ocasionó un sonido ensordecedor, como el cerrar de una puerta pesada. Volteó enseguida, un tanto alterada, pero por más que quisiera esconderse, allí no había lugar para ello. —No importa qué tantas cosas rompas de ahí, todo tiene una copia, tanto física como mental— habló una voz profunda, casi ronca, algo que le hizo fruncir el ceño. Intentó ver de dónde provenía, solo hasta que pudo divisar entre las sombras un brillo cobrizo. Se trataba de una máscara que adornaba el rostro de un hombre alto, pero no demasiado fornido. De repente, su respiración se agitó, y a pesar de ser una buena agente que combatía el mal, dentro de sí, sabía que esto era personal, y que mientras fuera de esa manera, no habría algo que pufiera hacer para evitar sentirse tocada emocionalmente, un grave error que se cometía en la mayoría de los trabajos, ese en especial. —¿Por qué acosas a esa familia inocente? Es un acto detestable— fue lo que pudo decir, mientras que su contrario solo soltó una risa sarcástica. —Sabes muy bien quiénes son los miembros de esa familia, ya basta de actuar, Margaret—. Cuando el desconocido dijo su nombre, se quedó de piedra, no podía ser posible que alguien conociera su verdadera identidad en un entorno distinto al que ya conocía, es decir, su propia familia, el lugar donde se crió. Era muy extraño eso, no podía ser cierto. —Soy Estela, eso lo puedes comprobar donde sea— habló ella, sin querer soltra prenda tan fácilmente, no daría su brazo a torcer frente al enemigo. —¿Seguirás mintiendo? Vaya, esa sí es una sorpresa, sobre todo teniendo en cuenta que en cualquier momento podría acercarme a esa inocente familia, como dices que es. Sería una pena que alguien les hiciera daño— comentó el hombre, como si fuera algo común de decir. —No lograrás cjantajearme con eso. No soy esa tal Margaret—. —¿De verdad? Entonces ¿Quién es la enfermera que entró por esa puerta y luego no salió del local? ¿No es la dulce Margaret? La misma que se maquilló frente a este espejo y se enfrentó a uno de mis hombres, dejándolo inconsciente y humillado en el suelo—. —No sé de quién me hablas, estás loco—. A ese punto, ya Margaret no hallaba qué decir para mantener sanos y salvos a sus familiares, eran medidas desesperadas para situaciones desesperadas. Vio cualquier objeto que pudiera tener a mano, pero entonces recordó la navaja en su bolsillo delantero, así que se acercó poco a poco al sujeto en cuestión a medida que hablaba, tratando de mantenerlo distraído con cualquier treta que pudiera hacerle para por fin atacarlo de una manera exitosa. Muchas veces en su vida se había visto envuelta en el peligro, al borde de la muerte para ser más precisos, y nunca había sentido tanta inseguridad y miedo como en ese momento, ya que jamás le había tocado defender lo que ella era, aunque se hubiera enfrentado a todo tipo de personas que se sentían villanos y se vestían de diferente manera oara ocultarse, todo era muy complicado en esos instantes. Su estómago seguía revuelto, sin la posibilidad de siquiera arreglarse, harta de tener que sufrir para obtener lo que quería. Toda su vida parecía una parodia, teniendo que luchar contra las adversidades, incluso en su relación, no estaba bien para nada. Lo de Tobías también se ligaba a ese tema, uniéndose en una malgama de sentimientos que la hacían volverse una bomba de tiempo a punto de estallar. Tuvo que sostener su navaja disimuladamente entre una de sus manos, intentando liberarla. Una vez que pudo hacerlo, el hombre frente a sí supo sus intenciones, leyendo desde antes su ataque, de modo que la tomó por los brazos, volteándola hasta hacerla quedar de espaldas, y pegar su cabeza a la mesa de metal, dándose un golpe bastante grande en esta, haciéndola perder el control por un momento, sentía su cabeza dar vueltas y sus oídos captaban un ruido sordo contínuo. Quiso tomar el arma una vez más, esta vez lo logró y al hacerlo, la clavó en el muslo del ajeno varias veces con una fuerza muy grande. Este se quejó, soltándola por un momento, tanto así que ella pudo salirse del agarre con tranquilidad y empujarlo con el impulso de todo su cuerpo hacia atrás, haciéndole caer de culo al piso, un gran avance. Una vez que este se hallaba en el suelo, se colocó a horcajadas sobre él y amenazó su cuello con la navaja, justo en la yugular, presionando con su pierna las heridas abiertas que le hizo con la misma. —No les harás nada, eres un payaso más que se cree villano, pero solo eres un desquiciado de pacotilla— soltó ella con el más puro veneno, casi escupiéndole el rostro, pues le daba mucho asco aquel personaje. El hombre se molestó mucho al escucharla hablar así, por lo que la tomó led cuello tatando de asfixiarla, y al tener más fuerza que ella, logró que la chica soltara el arma blanca y esta cayera al suelo. A él no le interesaba esto, por el contrario, ya tenía el control sobre la menor. Una vez que la tomó por el cuello, le inmovilizó las manos al esposarla a un tubo de aguas negras allí dispuesto, este era macizo, y antes de zafarse de ahí, tendría que herirse bastante o quedarse sin una extremidad. También le acomodó un grillete en el pie, y por más que Margaret luchó con todas sus intenciones de salir de ahí, el de la máscara terminó por golpearle la cabeza contra el tubo para marearla y seguido, le suministró vía intravenosa un sedante muy fuerte, capaz de dormir a una ballena. Estuvo a punto de asesinarla, pero no lo hizo, solo quería que ella estuviera cautiva, que se sintiera encerrada para demostrarle quién tenía el poder allí. No era persona de rendirse, mucho menos ante una mujer, a las que consideraba tan débiles como a un niño recién nacido, por lo que debido a su orgullo, tenía que mantener su reputación. Por fin retiró la peluca de la cabeza ajena, comprobando que se trataba de Margaret Ramsey, aquella preciosa pelirroja que había estado observando desde hacía varios años, ahora que tenía la oportunidad de estar junto a ella, no perdería esta. Continuó con su inspección de ella, rozando su rostro con la yema de los dedos, sintiendo este tan suave que no pudo resistirse de besarlo con delicadeza, como si fuera una pieza de cristal que pudiera romperse con la mayor facilidad. Incluso el olor de la chica le llegó tan profundo en sus fosas nasales que se sintió cómodo, seguro. Su cabello natural era aún más hermoso de lo que había visto de lejos, su piel mucho más suave, sus ojos más profundos y su cuerpo más perfecto. La figura tan hermosa que tenía por anatomía dejaba a cualquiera babeando, incluyéndole, pero aquella sabandija era su enemiga, sin importar qué tan preciosa y caliente fuera. La dejó allí, pero no salió de ese lugar en todo el tiempo que ella estuvo inconsciente, solo se dedicaba a observarla. Quiso arrancarle la ropa, con la excusa de desarmarla, pero sabía que terminaría follándosela, algo que no estaba bien, pues si resultaba estar lo suficientemente apretada, su obsesión se haría mayor, y ese era un riesgo, ya que quería eliminarla de la faz de la Tierra. Durante ese tiempo, atendió las heridas en su pierna, cosiendo las que necesitaban puntos de sutura, y por más que le doliera, no sentía rencor por la bella mujer que yacía en el suelo unida al tubo oxidado. La odiaba, era verdad, pero también sentía fascinación por ella, una combinación extraña la cual no podía renunciar, por mucho que lo deseara. Una vez que tuvo la pierna un poco mejor, se comunicó con uno de sus hombres por medio del intercomunicador que tenía instalado allí, el cual daba la señal a los walkie talkies asignados a cada uno de ellos. Ya podría jugar su siguiente carta.
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